Cultura
Aitor Gabilondo: “Ojalá 'Patria' sirva para que las personas se acerquen y traten de dejar sus prejuicios atrás”
Aitor Gabilondo se enfrentaba a dos retos. Primero, adaptar Patria, una novela popularísima que ha llegado a más de un millón de lectores solo en España, según datos de la editorial, y que desde su publicación en 2016 ha figurado durante varios meses en la lista de los más vendidos. Segundo, hablar, a través de una serie de televisión, del conflicto vasco y el terrorismo de ETA, un tema con fama, en sus propias palabras, de ser “veneno para la taquilla”. Quizás la percepción de la industria empiece a cambiar con el estreno de Patria, la primera producción de ficción de HBO en España, el próximo 27 de septiembre. Los ocho capítulos de lo que es, en realidad, una miniserie, han recibido ya el aplauso de la crítica. Ahora tienen que llegar al público, llevando consigo mucho más peso del que se suele atribuir a un producto de ficción.
Porque la obra de Fernando Aramburu que adapta el equipo liderado por Aitor Gabilondo tenía una perspectiva política y moral clara. Y, aunque su autor asegurara que su propósito no era participar en el debate público sobre la violencia, sí admitía que la lectura política de la novela estaba siendo, al final, tan relevante como la literaria: “Es cierto”, admitía el novelista tras el lanzamiento, “que el libro no está interviniendo en las conciencias solo como un entretenimiento o por su posible relieve literario, sino como un documento humano”. A lo mismo se enfrenta la serie, que contrapone la historia de dos familias, una cercana a la banda terrorista, otra víctima de ella, a lo largo de varias décadas. Y Gabilondo, creador y guionista de la serie, entiende que así sea: “No me he planteado que la serie contribuya al debate de esa manera tan nítida, pero si lo hace, perfecto. Ojalá una serie de ficción trascienda su limitado ámbito del entretenimiento y sirva para que las personas se acerquen y traten de dejar sus prejuicios atrás”.
No las tiene todas consigo Ane Gabarain, que interpreta a Miren, una de las dos protagonistas. “Si aporta debate, diálogo y arroja preguntas, pues tanto mejor”, dice, pero la serie es sobre todo una obra narrativa, toda “emoción”, “corazón” y “acción”. Pero después de la presentación de la serie en el Festival de San Sebastián, Elena Irureta sí se ha hecho a la idea de que la producción no es una más, sino que toca una herida abierta: “No deja indiferente. Yo la viví con mucha congoja. Y en el estreno, miraba a la gente y había un silencio sepulcral. No se oía una mosca. A la salida, la gente estaba muy impactada con lo que había visto. Cuando la gente lo vea en sus casas, tiene que haber debate sí o sí, y está bien que lo haya”.
Todos insisten, eso sí, en que el valor de la producción radica en la humanidad de los personajes. De Miren, madre del etarra Joxe Mari, pero “una madre” al fin y al cabo. De Bittori, viuda de un empresario asesinado por la banda, “también endurecida” por a vida. Ambas han sido leídas como personajes arquetípicos, símbolos de una Euskadi dividida. Y de eso querían huir las actrices que les dan cuerpo. “Queríamos presentar a personas, personas de carne y hueso que hacen lo que pueden”, cuenta Ane Gabarain. “Los seres humanos somos complejos, imperfectos y torpes”. Y también lo es esa mujer abertzale capaz de defender que si una víctima de ETA regresa al pueblo del que fue expulsada es para “crear problemas”. Lo mismo dice Irureta, que interpreta a Bittori, amiga de Miren hasta que el compromiso político del hijo las aleja: “Hemos tratado de dotarlas de humanidad desde el principio. Lo hemos hecho con mucho cariño por los personajes, y viviéndolos con mucha verdad”.
También, dice Aitor Gabilondo, con el personaje de Joxe Mari, hijo de Miren, joven del pueblo, etarra condenado a más de un siglo de cárcel y también torturado por la policía. “Para mí, es un personaje al que comprendía. Entendía su coraje, su rabia, sus ideales y su búsqueda. Lo comprendía como personaje, claro. Pero me recordaba a muchas personas que había conocido”, dice Gabilondo a infoLibre. Una de las críticas que se han formulado en la novela es que Joxe Mari es un estereotipo del etarra, violento en todas las facetas de su vida, nada interesado por las sutilezas políticas y mucho por la brutalidad de la “lucha armada”. “Algunos lo consideran un garrulo, es verdad; yo no lo pienso”, objeta el creador. “Pero para eso está la ficción. No tenemos por qué tener todos la misma visión”.
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En lo que no quiere caer el equipo es en el “relato único”, es decir, en vender Patria como si fuera el relato definitivo sobre la historia reciente de Euskadi. Es algo contra lo que han cargado, justamente, autores vascos como Iban Zaldua. “No es deseable ni conveniente que se diga de una serie de ocho capítulos que si la ves entiendes lo que ha pasado en los últimos sesenta años en el país. No, rotundamente no”, argumenta Gabilondo. Es un relato más, dice, como los reunidos por el propio Zaldua, por Ramon Saizarbitoria o por Bernardo Atxaga, autores de los que se declara admirador. “Lo que sí puede hacer Patria es acercarte a una realidad, con un medio fácil, y a partir de ahí que sigas indagando. En especial a la gente joven, a la que esto puede parecerle una cosa lejana”.
Si Aitor Gabilondo nombra a escritores es también, en parte, porque los referentes de ficción televisiva que hayan tratado este mismo tema son escasos. “Es un tema espinoso”, dice, “y se consideraba, decían, veneno para la taquilla hacer una serie en la que rondara ETA”. Sí que se encuentran antecedentes en el cine, claro: La muerte de Mikel (Imanol Uribe), Yoyes (Helena Taberna), Asier ETA biok (Aitor y Amaia Merino), Operación Ogro (Gillo Pontecorvo)... En televisión, hay que nombrar la reciente La línea invisible, de Mariano Barroso. No hay mucho más.
La cuestión temática se acabó resolviendo: “Para mí nunca fue una historia de ETA”, explica Aitor Gabilondo, “sino de dos familias que viven en un ambiente dominado por la violencia y la incomprensión. Ahí es donde puse —además, a la hora de venderla— la carga, lo que yo pensaba que era diferente”. Esto fue posible en parte, explica él, por la llegada de nuevas plataformas, que apuestan por unas producciones que no tienen por qué aspirar a contentar a todas las demografías. Pero también por el fin de la violencia: “El relato estaba ya terminado, hasta cierto punto. Así es como empiezan los relatos, con el érase una vez, pero eso solo puedes decirlo cuando algo ha terminado. Y terminó una parte. Ahora nos quedan otras. El futuro”.