Violencia machista
"Me daba vergüenza denunciar y que todo el pueblo se enterara": 23 víctimas de violencia machista en el mundo rural rompen con el silencio
Son 23 mujeres víctimas de violencia machista, residentes en el mundo rural. Arrastran episodios de malos tratos, algunas todavía están saliendo de la violencia. Cargan a sus espaldas con sentimientos de culpa, vergüenza y miedo. Forman parte del estudio Mujeres víctimas de violencia de género en el mundo rural, coordinado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género y elaborado por la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur). Las 23 han roto con el silencio.
La investigación, presentada este viernes en rueda de prensa, cumple el mandato de la medida 180 del Pacto de Estado contra la Violencia de Género, según la cual se insta a la realización de un estudio sobre la situación de las mujeres víctimas de violencia machista en el mundo rural. En la investigación han participado, mediante entrevistas en profundidad, mujeres de siete comunidades: Andalucía, Aragón, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Galicia y La Rioja.
Son mujeres víctimas de violencia de género, atendidas en la red de recursos formales e informales de asistencia. Pertenecen a municipios de hasta 20.000 habitantes y abarcan "todas las edades, diferentes nacionalidades y culturas". Mujeres que han crecido en "estructuras familiares diversas" pero con características en común: son mujeres y han sufrido violencia de género.
Una mirada hacia la vida de estas mujeres revela diversidad en sus orígenes. Pero algunos detalles muestran retales de un pasado lastrado por el machismo: ocho de ellas (34,78%) dicen proceder de "familias muy machistas" y cuatro sospechan que sus madres han podido ser también víctimas. Seis reconocen haber crecido "bajo la tutela de un padre autoritario y controlador". Ante esta falta de libertad, dicen las investigadoras, "el matrimonio podía llegar a representar para algunas de las mujeres entrevistadas una salida, una liberación, un futuro fuera de la casa familiar". La realidad es que la mayor parte de las mujeres entrevistadas mayores de cuarenta años en la actualidad se casaron a edades muy tempranas, la mayoría antes de alcanzar la veintena.
Violencia progresiva
La violencia, en la mayoría de los casos, sembró su semilla de forma progresiva y gradual. Casi todas las entrevistadas tienen dificultades para rememorar los episodios: "Mi mente está bloqueada, no cuento ni el 1% de lo que me ha pasado" y el discurso varía considerablemente, dependiendo de la mujer y del momento vital en el que se encuentre.
"Sólo me quería para él, yo no podía hablar con nadie, ni con mis padres, ni con mis vecinos. Me alejé de todos", dice una de ellas. "Perdóname… Siempre, siempre. Eso se lo podían llevar a gala todos los maltratadores. Todos piden perdón", añade otra. Cinco de las mujeres víctimas (21,74%) narran cómo sus maltratadores mostraban una imagen impecable de puertas para fuera: "Para todo el mundo era un marido y padre ejemplar", dice una y otra añade que "él era un honrado padre de familia. Siempre daba la mejor de sus caras. Nadie hubiera creído lo que me estaba haciendo".
Trece de las mujeres recuerdan haber tenido unos inicios de pareja buenos o normales. Cuatro dicen que sus maridos empezaron a cambiar tras casarse, otras cuatro al quedarse embarazadas o nacer sus hijos. Todas menos tres de las mujeres seleccionadas son madres. De ellas, todas dicen haber asumido por completo las tareas domésticas y de cuidado de los hijos. "Él era el que tenía que trabajar fuera y yo la que llevaba el peso de las tareas del hogar y el cuidado de las niñas. Teníamos que hacer la comida, servirle, lavarle la ropa, él no hacía nada en casa, todo lo teníamos que hacer nosotras". Otra de las entrevistadas señala: "Él tenía una esclava, ¿cómo iba a querer dejar una esclava?".
Dieciséis de las mujeres entrevistadas, (69,56 %), manifestaron que sus hijos han presenciado episodios de violencia: "No se cortaba ni un pelo delante de los niños". Siete de ellas (30,43 %) reconocieron que también sufrieron malos tratos físicos o psicológicos.
Las secuelas que arrastran no son pocas: ansiedad, depresión, trastornos del sueño y problemas de autoestima. "A veces aún siento la presión esa de ir pronto a casa", dice una de las mujeres. Otro testimonio expone: "Todavía no tengo superada la situación, el cambio de vida, el miedo que siento cada día que voy a trabajar y la impotencia de que él se haya quedado en la casa familiar con todas mis cosas". Otra de las mujeres lo resume de la siguiente manera: "Cuando se acaba… por supuesto que estás libre físicamente, pero no estás libre emocionalmente. Eso no se acaba nunca".
"Me negaba todo"
Las víctimas de violencia machista refieren en su totalidad haber sufrido violencia psicológica. Por detrás, el 78,26% hablan de violencia física y el 56,52% de violencia económica. La violencia sexual se ha identificado en un 39,13% de las mujeres víctimas y la ambiental en un 34,78%.
La violencia económica se expresa en un control absoluto de los ingresos y gastos: "No tenía dinero para nada, todo se lo tenía que pedir", relata una de las mujeres víctimas. En la misma línea, otra reseña que "no podía comprar ropa ni comida" a sus hijos. "Lo mío era suyo y a mí me negaba todo", resume otra de ellas. Ligado a ello, los maltratadores en ocasiones imponían la prohibición de trabajar: "No podía trabajar porque decía que todos me miraban y que me iba con otros" o "las mujeres no trabajan me decía, de todas maneras, tú no vales para nada".
En cuanto a la violencia sexual, nueve de las entrevistadas la identifican como una forma explícita de malos tratos. "Ellas relatan violaciones frecuentes, relaciones sexuales impuestas u obligación de realizar actos sexuales no deseados", dicen las entrevistadoras. Y los testimonios lo explican: "Para pedirle perdón me obligaba a hacer cosas en la cama" o "venía a casa borracho y me obligaba a tener relaciones sexuales y yo no quería, pero si no lo hacía era peor porque me pegaba". "Me decía, ¿a ver quién puede más, tú o yo?", señala otra de las mujeres. Algunas relatan el modo en que las consecuencias todavía perduran en la actualidad, especialmente a la hora de mantener relaciones sexuales con otras personas: "El sexo ha sido un trauma para mí", admite una de ellas.
En lo que respecta a la violencia ambiental, se trata de actos de agresividad con el entorno: rotura de objetos o muebles. Pero también otros episodios específicos: "Conducía a toda velocidad cuando sabía que nos moríamos de miedo" o "me decía que me iba a quemar la casa" o "que iba a matar a mis mascotas".
Dos décadas para pedir ayuda
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"La inmensa mayoría de las mujeres entrevistadas tardó bastante tiempo en solicitar ayuda, o en realidad no lo hizo nunca", dice el estudio. El tiempo medio de permanencia con el agresor de las víctimas mayores de 30 años ha sido de algo más de dos décadas. El 60% afirma haber interpuesto denuncia, pero algunas las retiraron con posterioridad o fueron archivadas. En diez casos se dictaron órdenes de alejamiento. Uno de los maltratadores asume una pena de cárcel de diecisiete años por intento de asesinato. "Puede parecernos alto el número de denuncias interpuestas en el medio rural. Sin embargo, es importante recalcar que la muestra del estudio está realizada únicamente con mujeres atendidas en la red de recursos formales e informales de asistencia a víctimas", señala la autoría de la investigación.
A la hora de interponer una denuncia, emergen las trabas. Las víctimas relatan sus emociones al respecto. "Me daba vergüenza denunciar y que todo el pueblo se enterara", dice una de ellas. Otras hablan de culpa: "Me daba pena que mis hijos se quedaran sin padre". De lástima hacia el agresor: "No quise denunciar porque lo veía indefenso y me supo mal… lo vi llorando y ya…. Me sentí culpable de verlo así, por eso no llegué a denunciar". Y de desconfianza hacia la justicia: "Me decían, denuncia, denuncia, ¿para qué, si luego no te pueden ayudar?".
La delegada contra la violencia de género, Victoria Rosell, ha señalado este viernes en la presentación del estudio que "si no queremos una España vaciada tenemos que llenarla de servicios públicos y de derechos".