¡A la escucha!
Por Joseph y por todos los otros Joseph
No es el grito. No es lo que dice. Ni siquiera es su postura, tirada sobre la lancha boca arriba, subiendo los brazos hacia el cielo, agitándolos pidiendo ayuda no se sabe muy bien a quién, si a su Dios o a la vida. No es eso... Es su desesperación lo que estremece. Grita con desgarro que ha perdido a su hijo porque sabe que ese mar inmenso, ése que a punto ha estado de matarla a ella también, es complicado que se lo devuelva. La imagen que envió ayer el equipo de rescate del Open Arms desde el Mediterráneo volvió a ser una bofetada en toda la cara. Una madre rota, exhausta, que acaba de ser salvada de un naufragio se asoma peligrosamente al borde de la lancha para buscar a su hijo: un bebé de 6 meses que llevaba en sus brazos y que el mar, ese mar inmenso y frío, se lo ha arrebatado.
El bebé logró ser recuperado del agua, pero estaba en parada cardiorrespiratoria y, aunque consiguieron reanimarle, el pequeño no pudo sobrevivir. Se llamaba Joseph. Joseph. Venía desde Guinea con su madre, es lo poco que se sabe a esta hora. Y seguramente no sabremos mucho más. Ella buscaba lo mejor para su hijo, un futuro seguro. Creyó que en Europa, cruzando ese mar inmenso, lograría darles a Joseph y a ella las oportunidades que no tenían en su tierra. ¿Cómo tenía que ser la situación allí para que esa madre decidiera cruzar el continente y subirse a esa lancha? Sin saber nadar, sin un flotador para su hijo, sin un arnés. No había nada ni nadie que les esperara al otro lado, pero aquello, fuera lo que fuera, iba a ser mejor que lo que dejaban atrás. Casi lo lograron: su embarcación naufragó cerca de la isla de Lampedusa. Rozaron el sueño que habían perseguido a través de ese mar, de esa travesía suicida.
Junto a Joseph y su madre viajaban más de 100 personas. Los equipos de rescate recuperaron del mar el cuerpo del bebé y el de otras cinco personas. Cuerpos que tuvieron que compartir espacio y lamento en el barco que les llevó a tierra, a ellos y al resto de compañeros de travesía, también a la madre de Joseph. No me quiero imaginar el horror que esa madre y el equipo tuvieron que pasar hasta llegar a puerto.
Nosotros hemos conocido su historia porque el Open Arms estaba allí, otra vez. Porque alguien del equipo de la ONG lo grabó todo. Si no, hoy nadie hablaría de esto, en los informativos no habríamos emitido las imágenes, yo no le dedicaría una columna al pequeño ni a su madre, ni la imagen y el lamento desgarrador de ella se nos metería a todos en el corazón. Me resulta imposible pensar el dolor inmenso que tiene que suponer ver morir así a tu hijo, a tu bebé, y sólo deseo que ella y el resto de los que arriesgan a diario su vida para venir a buscar su futuro junto a nosotros sientan nuestro cariño y nuestro abrazo. Joseph. Se llamaba Joseph.