Periodismo
¿Cómo acaba una entrevista en naufragio?: De la 'neblina' a la tormenta perfecta
- Este artículo está disponible sólo para los socios y socias de infoLibre, que hacen posible nuestro proyecto. Si eres uno de ellos, gracias. Sabes que puedes regalar una suscripción haciendo click aquí. Si no lo eres y quieres comprometerte, este es el enlace. La información que recibes depende de ti.
Quizá usted no lo sepa, pero cuando lee un texto periodístico normalmente está asistiendo a la lucha entre la incertidumbre del autor y su intención por levantar una idea que trascienda el tema o acontecimiento superficial que aborda. El escritor Gonzalo Torné publicaba esto en Twitter hace pocos días: “Realmente, una de las emociones de escribir un artículo es ‘ver qué sale’. Luego quedan las horas de reescritura y pulido, y al final sale lo que yo quiero que salga, faltaría. Pero ese desvelamiento de las posibilidades del material es todo un SUSTO”.
En la entrevista sucede algo particular. La idea general y abstracta con la que parte el entrevistador (lo que Torné define en un tuit posterior como “neblina”) choca de bruces con una realidad que tiene la forma de otro ser humano. Ambos moldean ese punto de partida, de forma que cuando el periodista se sienta a transcribir la conversación su neblina puede haber cambiadoneblina. Incluso a veces esto puede ocurrir durante la propia conversación.
En la polémica entrevista a Antonio José publicada en El Mundo, la confrontación surge –entre otros motivos– porque el cantante no se adhiere a la neblina que la entrevistadora había previsto. El periodista Juan Sanguino, autor de Cómo hemos cambiado. La transformación de España a través de la cultura pop (Ediciones Península, 2020), advierte en conversación con infoLibre del peligro de “utilizar al artista como un artefacto para contar una historia que el periodista ya había decidido contar antes de comenzar la entrevista”. “Cuando el artista no rellena los huecos que ella ya había plantado, en mi opinión no es capaz de improvisar sobre la marcha y reconducir la entrevista de una manera orgánica”, argumenta sobre dicho artículo.
Sanguino la contrapone a otra tensa entrevista: la de Paulo Coelho en XLSemanal, publicada en agosto de 2018. “¡Déjame hablar! Me interrumpes todo el rato y no me dejas que me explique”, llega a decir el escritor superventas. Para Sanguino, “la entrevistadora [Virginia Drake] entendió lo que estaba pasando, la dinámica y la energía que tenía Paulo Coelho. Subió con él al tren y juntos, a veces uno contra otro, pero siempre juntos, construyeron una pieza periodística y literaria que a mí me parece brillante”.
Luchar contra los elementos para evitar la rendición
Bien es cierto que ni Antonio José es Paulo Coelho –quédense con quien prefieran– ni la primera entrevista se produjo con todo el tiempo y las comodidades de la segunda, que tuvo lugar en la casa en Suiza que posee el autor de El alquimista. La disposición del entrevistado es clave. Como cuenta Sanguino, influye “ser el último periodista del día con el que habla tras siete horas contestando preguntas sin parar, o si le acaban de dar una mala noticia, o si simplemente está cansado”.
Pero una entrevista no solo depende de entrevistador y entrevistado, también de todo lo que les rodea. El lugar de encuentro –si lo hay-, los posibles cambios del equipo de edición –a los que muchas veces es ajeno el propio entrevistador- o el tiempo disponible para su preparación, transcripción y por supuesto realización son solo algunas de las circunstancias externas implicadas.
El director Paco Cabezas se quejaba hace poco de las repetitivas preguntas que recibe en los junkets -encuentros organizados por las distribuidoras en los que periodistas de distintos medios van turnándose para entrevistar brevemente a varios miembros del equipo de una serie o película-. Juan Sanguino coincide en que por lo general “hay muy poquito periodismo en los junkets”, donde las entrevistas “no son periodísticas, sino promocionales”junkets. Lo que Cabezas no se para a pensar es qué cuestiones diferentes o arriesgadas puede plantear un periodista –normalmente precario– en cinco o diez minutos, más allá de abordar los asuntos más básicos y, con suerte, buscar algún enfoque algo distinto en una de las preguntas.
En otros casos sucede justo lo contrario: el entrevistado quiere tener las preguntas atadas y bien atadas. La tensión surge cuando la periodista intenta zafarse de los vetos, explícitos o no, de la persona que tiene delante. Es lo que ocurrió con Risto Mejide para El País en noviembre de 2019. La periodista Natalia Méndez Aparicio no se corta a la hora de desvelar las restricciones que intentaron imponer Mejide y Mahou –la empresa que organizaba el acto donde tuvo lugar el encuentro–. Llama la atención que el conductor de un programa que trata diariamente asuntos políticos se negase a responder preguntas sobre este tema.
En este caso la entrevistadora tiene su neblina bien despejada desde el primer segundo: la impertinencia del publicista y presentador, que no duda en descalificar la labor profesional de Méndez Aparicio. En lugar de adoptar el formato pregunta-respuesta, la periodista construye una pieza en estilo indirecto. Una decisión que da idea de lo atropellada, abrupta e incómoda que debió ser la entrevista. También para el fotógrafo, ese testigo visual de muchos de estos encuentros. Mejide rechaza todas sus peticiones, aunque se trate solo de posar llevándose la mano a las gafas, cuenta la autora del artículo.
Esta entrevista da cuenta de lo difícil que es reconducirlas cuando se produce el que Sanguino define como su mayor temor: que “el entrevistado tire la toalla”. Si percibe que esto puede suceder, opta por “recurrir a las preguntas más prudentes que tenga preparadas, tratar de masajear al entrevistado lo más posible en el poco tiempo que tengo y luego sacar un tema que tenga un poquito más de enjundia”. No cree que esto signifique hacerle la pelota, sino que con ello logra “devolverle a su zona de confort”.
Una dinámica de poder cambiante
El 21 de junio de 1982, la periodista italiana Oriana Fallaci entrevistó en el desaparecido Cambio 16 al dictador argentino Leopoldo Fortunato Galtieri (la pieza, recuperada con motivo de la muerte de Fallaci, puede leerse aquí). La conversación se produjo en los últimos compases de la Guerra de las Malvinas y la dictadura militar que tanta muerte y dolor dejaron en Argentina.
Fallaci encara a su entrevistado sin miramientos. Permite que se explique, pero no que se escape. Galtieri emplea con inquina la coletilla “señora periodista”, en respuesta a la retranca con la que Fallaci se dirige a él como “señor presidente”. Cuando la entrevistadora sugiere que las Malvinas pudiesen estar utilizándose como una mera cortina de humo para “unir a un país dividido e infeliz” golpeado por la inflación, la deuda y la crisis económica, el dictador deja ver su bajo nivel de tolerancia: “Señora periodista, acepto su razonamiento porque usted es una periodista, señora periodista. De otra manera, no le permitiría que me dijera estas cosas, se lo aseguro”.
Pero Fallaci no se amedrenta, y continúa poniendo a Galtieri contra las cuerdas hasta el final de la conversación. El mérito es enorme por motivos obvios: una mujer enfrentándose a un dictador a comienzos de los años 80. Por cierto, de forma no pretendida –que no por ello casual–, todas las entrevistas mencionadas en este artículo fueron realizadas por una mujer a un hombre.
Juan Sanguino opina que “la dinámica de poder en la entrevista siempre sitúa por encima a la persona entrevistada, y eso es algo que tanto el artista, aunque no lo haga a propósito, como su equipo, su representante o su jefe de prensa, que sí lo hacen a propósito, te van a transmitir en todo momento”. El porqué es sencillo: “Si entrevistas a un cantante, el cantante es imprescindible, pero el entrevistador es reemplazable”. Además, remarca la actitud “a la defensiva” de los entrevistados, fomentada por posibles polémicas en redes sociales que desean evitar a toda costa.
Sin embargo, como bien detalla Sanguino, el periodista recupera la posición de poder cuando se queda a solas con la grabación. No puede –o al menos no debe– inventarse una narrativa, pero sí jugar con las respuestas hasta dar con su neblina. Quizá Fallaci no pareciese una heroína enfrentándose a un tirano si no hubiese dispuesto de este pequeño espacio para revertir las posiciones de poder. Y esto no le resta un ápice de mérito.
De la ruta del 'caloret' al tapeo en los bares de los ERE: guía para visitar los grandes hitos del desfalco patrio
Ver más
“Lo que el periodista hace con este poder es una cuestión comercial, ética, profesional o creativa. Yo soy partidario de transmitirle al lector la verdadera identidad de la persona, incluso aunque el propio entrevistado no sea consciente de ella”, explica Sanguino, que admite al mismo tiempo como “cada entrevista es un proyecto completamente nuevo que el periodista levanta desde cero”.
La heterogeneidad de la entrevista es palpable si consideramos que el acercamiento a perfiles políticos como el de Galtieri no es comparable con lo que se espera de una conversación con Antonio José, Paulo Coelho o Risto Mejide. “El político tiene una responsabilidad con la sociedad que el artista no tiene”, considera Juan Sanguino. “También depende mucho del artista: si hay un guionista o director que ha hecho una obra política controvertida, creo que es necesario explorar, junto al artista y no contra el artista, el discurso de su obra”, explica el periodista.
Pero hay casos en los que ese contra el artista acaba traspasando el papel o la pantalla, sea responsabilidad de una de las partes implicadas o de todas ellas. Cuando no hay vuelta atrás y la polémica está servida en forma de artículo publicado, Juan Sanguino tiene claro lo que debería hacer el periodista: "Tuitear la entrevista si quiere y no volver a abrir Twitter en varios días".