Desde la casa roja
La fuerza de la calle
Este año se cumplen diez de aquel 15 de mayo de 2011 en que buena parte de la sociedad civil salió a las calles contra la corrupción, para pedir democracia real y el fin del bipartidismo instaurado por décadas en España. Aquel movimiento masivo y espontáneo de los indignados, acampados en las plazas de varias ciudades, exigía participación. A mediados de mayo, la entonces presidenta, precisamente, de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, escribió: “A los gobiernos que indignan a la ciudadanía se les quita del poder votando pacíficamente en las urnas”. En las elecciones municipales de 2015, un conjunto de fuerzas surgidas de aquellas movilizaciones se hizo con el Gobierno de ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza, Coruña, Ferrol, Santiago de Compostela o Cádiz. En diciembre de ese mismo año, Podemos entraba en el Parlamento como la tercera fuerza política con 69 escaños. A primeros de 2019, nacía Más Madrid. Ha llovido y nevado una década desde aquel mayo de 2015 y ha caído sobre el planeta una pandemia mundial. Ya ni estamos ni somos los mismos.
Por asalto o sobresalto, el lunes de esta semana, Pablo Iglesias, líder hasta ahora de la formación que tuvo su origen en aquella revolución de las sentadas, giraba su timón en un movimiento audaz, tal vez no tan espontáneo, y se buscaba una salida marchándose de la vicepresidencia del Gobierno central para presentarse como candidato a la Comunidad de Madrid. Dejaba señalada a su compañera de partido, Yolanda Díaz, hoy ministra de Trabajo, como sucesora en la vicepresidencia y posible nueva cabeza del partido. En un vídeo, Iglesias lanzaba este mensaje para explicar su decisión: “En política hay que tener valentía para dar las batallas que hay que dar y también para ser capaz de comprender cuándo llega el momento de dar paso a nuevos liderazgos”. Hijo de terrorista, macho alfa, coletas, marqués de Galapagar, pocos políticos han sido tan duramente tratados por medios y colegas y ningún otro ha tenido un permanente asedio durante meses en la puerta de su casa familiar por el hecho simple de tener unas ideas diferentes.
Iglesias, no se sabe en qué orden de prioridad, se quitaba el corsé de la vicepresidencia del Gobierno central, daba el nombre de una de las ministras mejor valoradas y se marchaba a lidiar por el Gobierno de la Comunidad de Madrid, cuya presidenta cambiaba ese mismo día su falsa disyuntiva de propaganda: de “socialismo o libertad” a “comunismo o libertad”, una desinhibida Isabel Díaz Ayuso que afirmaba en televisión unas horas antes del anuncio de Iglesias que si te llaman fascista estás en el lado bueno, y subrayaba jocosa, de la historia.
Había que estar muy encerrado en uno mismo para no darse cuenta de quién podía suceder a Iglesias, una compañera y amiga personal de perfil muy diferente al suyo. Menos emocional en el debate, más conciliadora. Yolanda Díaz, militante comunista, hija de un obrero de Ferrol que dirigió CCOO en Galicia y que estuvo preso durante la dictadura. Una abogada laboralista, de raíz sindicalista, hasta 2019 desconocida en el ámbito nacional, que consiguió en poco tiempo subir el salario mínimo interprofesional a 950 euros y que tiene por delante la dura tarea de seguir al frente de Trabajo, asumir la vicepresidencia y devolver un espacio a Unidas Podemos. “Venimos de la fuerza y con la fuerza de la calle”, dijo en su investidura y durante este año de pandemia se ha empeñado en iluminar por debajo de las cifras que da su Ministerio recordando que la precariedad tiene nombres.
Ironía, cautela, firmeza y cultura son las cualidades que, en una entrevista, resaltaba de su carácter gallego. Feminista, cree en la igualdad de derechos, en la igualdad retributiva, la corresponsabilidad y en la puesta de la vida en el centro. Rigurosa en sus intervenciones, sin grandes estridencias, trabajadora por los acuerdos entre patronal y sindicatos, armada de datos y clara, respondió a un diputado del PP en el Congreso: “No me va a hablar de política industrial en Galicia porque tengo una hija que es ferrolana. Hago barcos”.
Por hoy, Yolanda Díaz hace.
Aunque aquel 15-M fuera un movimiento espontáneo y de sus asambleas naciera Podemos, cada partido en este país lleva encima una herencia. La raíz de Unidas Podemos, aunque arrancara del 15-M, y aunque a veces parece que quisieran perderla de vista ellos mismos, también emerge de la lucha antifascista y obrera. Sin sectarismo, la reivindicación de esos genes en una figura conciliadora como Yolanda Díaz vuelve a ser necesaria en estos tiempos. Porque todas las batallas de las calles forman parte de la memoria común de este país, una historia que solo podrá ser completada si estamos representados todos. El trabajo que puede llegar a hacer Díaz “pacíficamente” y su resultado en unas futuras urnas, “si los inscritos quieren”, pueden recordarnos el porqué de la relevancia, hoy desdibujada, de Unidas Podemos en el Parlamento.