Sin spoilers
'El horizonte', abrasándose a fuego lento
Al principio y al final de El horizonte se ve al protagonista, el adolescente Gus, recorrer con su bicicleta la zona rural en la que vive. Al principio es un crío enfurruñado; al final, un chaval que atisba la felicidad que se puede esconder en un aprendizaje doloroso. El horizonte, segunda película de ficción de la directora suiza Delphine Lehericey después de Puppylove (2013), también centrada en un proceso de maduración, el de una joven urbana, nos lleva a un inconcreto país francófono en la década de 1970 (se habla de Tiburón y los Ramones suenan en la radio). Una devastadora sequía, casi bíblica, afecta al sustento y a la estabilidad emocional de la familia de Gus. Su autoritario padre siente que su independencia como granjero y el control de la familia se le escapan de las manos, y la madre y la hermana de Gus lidian como pueden con sus necesidades afectivas, ante su mirada a veces rabiosa. Pero el detonante de la crisis familiar latente surge con la aparición de una amiga de la madre, que irrumpe como un vendaval, evidenciando la precariedad de los equilibrios y las posibilidades de cambio que se abren en el exterior.
Lehericey utiliza la imponente y ominosa presencia de una naturaleza rebelde (la película se rodó en áridos paisajes de Macedonia del Norte) para presagiar un futuro distópico en el que se pueden cumplir los peores augurios que anuncia el cambio climático. Ese ambiente opresivo en el que los pollos de la familia van pereciendo paulatinamente, un viejo caballo parece querer morir a la sombra de un árbol, se pierden las cosechas y el agua llega en camiones tiene su correlato en las tensiones emocionales de los personajes. El campo no es un ámbito idílico, sino un entorno reseco y represivo donde la gente no se puede ganar la vida honradamente, el machismo lucha por seguir imponiendo su ley y las mujeres no pueden canalizar el deseo y el amor como quisieran.
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Delphine Lehericey ha declarado que El horizonte supone un punto de inflexión en su cine, por los temas que trata y por la coincidencia del rodaje con un importante cambio emocional en su propia vida. La crisis climática que la directora helvética sitúa en el pasado para "pronosticar" su agravamiento en el futuro está tan de actualidad como el cuestionamiento de los roles de género tradicionales y la propia idoneidad del núcleo familiar como medida de la estabilidad social. Gus se debate entre la fidelidad a un padre machista, cuyas reacciones en algún momento tiene la tentación de reproducir, y el apego a una madre que se ve obligada a elegir entre su familia y las imperiosas pulsiones del corazón.
El horizonte, que parte de una novela de Roland Buti, se apoya tanto en la elocuente fotografía de Christophe Beaucarne como en las matizadas actuaciones de sus principales intérpretes, todos ellos encarnando a personajes incómodos con el papel que el mundo parece atribuirles. Unos, como el padre de Gus (el volcánico Thibaut Evrard), porque se empeñan en ajustarse a un patrón que ni la geografía, ni la economía, ni los demás miembros de su familia le permiten representar ya; otros, como la madre (Laetitia Casta, tan fuerte como quebradiza), su desinhibida amiga (Clémence Poésy) e incluso la hermana mayor de Gus, auténticas protagonistas del desconcierto mental del chaval, porque están decididas a romper los moldes que se les imponen.
Hace unas semanas, en esta misma cabecera, Irene Bullock destacaba la metáfora del sueño americano que constituían los pollos machos desechados en la granja estadounidense que aparece en MinariMinari. En el drama familiar rural que presenta El horizonte, donde el calor recalienta y exacerba las emociones como en un libreto de Tennessee Williams, los pollos se asfixian por el calor o literalmente arden en un fuego que los abrasa. Y en medio de ese horno está Gus que, deambulando casi siempre solo, rodeado de adultos que cada vez comprende menos, va subiendo golpe a golpe el primer escalón de la madurez, mientras espera que llegue el primer beso, la anhelada lluvia y la reconciliación con sus propios sentimientos y los de aquellos a quienes más quiere.