El rincón de los lectores
Viendo venir la noche
El primer libro de Louise Glück traducido al castellano tras serle concedido el Nobel nos habla de la noche desde el título (Noche fiel y virtuosa), una noche caballeresca mezclada con sueños, y nos habla de despedida en algunos de sus versos más intensos. También está mirando hacia el atardecer en sus últimos poemarios otra dama de la poesía, en este caso española, Dionisia García (Mientras dure la luz). Y se les une Alejandro Duque Amusco, que ha elegido asimismo la palabra noche (Noche escrita) para titular su libro más reciente donde recoge una selección de sus poemas. En cambio, Sandro Luna habla desde lo que podía ser el desayuno, desde un contexto infantil (El monstruo de las galletas) que no es más que una manera de abordar con un guiño los temas de siempre de la vida y de la poesía.
Noche fiel y virtuosa
Louise Glück
Traducción de Andrés Catalán
Visor
Madrid
2021
"Me parece que aquí os dejo. He llegado a pensar / que no existe el final perfecto. / Sin duda existen infinitos finales. / O quizás, una vez que se empieza, / lo único que existen sean los finales". El primer libro en castellano de Louise Glück tras recibir el Nobel nos llega siete años después de su publicación original. El título, Noche fiel y virtuosa, alude a una confusión infantil entre dos palabras homófonas, noche (en ingles night) y caballero (knight). Surge en un pasaje en que el hermano mayor leía en voz alta cuentos del rey Arturo. Una confusión que crea un mundo paralelo. El poemario, muy extenso como se estila en Estados Unidos, juega continuamente con la condensación onírica, mezclando la realidad con ese extrañamiento que proporcionan los sueños, en el que se desdibujan las identidades. A veces habla la niña, otras la mujer, otras un varón que pinta, otras un narrador externo: "Era el mundo de su imaginación: / verdadero y falso carecían de importancia". La lógica, tal y como la conocemos, deja paso a la lógica enigmática de las pesadillas: "Cuando el tren se detenga, dijo la mujer, debes montarte. ¿Pero cómo sabré si es mi tren?, preguntó la niña. Será tu tren, dijo la mujer, porque es tu hora". Ahora bien, que se desdibujen los contornos no significa que a veces no encontremos agudezas que pertenecen a este mundo y consiguen hacernos pensar: "la calle estaba blanca, los diversos árboles estaban blancos... / Cambios en la superficie, ¿pero no es esto en realidad / lo único que siempre vemos?". También encontramos a veces fogonazos con mordiente, que si no fuera por el surrealismo y su neblina parecerían disparos contra gentes muy concretas: "Son los críticos, dijo, / los críticos los que tienen ideas. Nosotros los artistas / (me incluía)... nosotros los artistas / somos solos niños que juegan con sus cosas". Glück (Nueva York, 1943) consigue emocionar aquí y allá, en poemas como "Interrupción prematura de un viaje" o "Una obra de ficción". Pero la narratividad sin tensión y sobre todo la gran extensión del libro diluyen la intensidad.
Noche escrita
Alejandro Duque Amusco
Renacimiento
Sevilla
2021
"¿No has visto / cómo la luna se ha roto / al pasar entre los pinos? / ¡Qué blanca viene / la fragancia del bosque!". Al mirar en perspectiva la obra de Alejandro Duque Amusco (Sevilla, 1949) es más fácil distinguir las constantes que todo autor que merezca la pena acaba mostrando. En el caso de Duque Amusco, la memoria es la gran inductora, que actúa sobre todo desde el escenario de la noche. No ofrece certezas: "¡Qué callejón oscuro la memoria!". De hecho, acaba abandonándonos: "El nunca / es el lugar / más habitado". Y no obstante, es el hilo conductor de nuestra identidad: "Nadie es de ningún sitio. / Nada nos ata salvo la memoria". También hay constantes técnicas; Duque fue durante sus primeros libros un poeta barroco, retórico, que fue poco a poco esclareciéndose, abriéndose en la resolución de sus piezas. Los poemas seleccionados de Sueño en el fuego (1989) nos hablan desde el pasado más remoto y terminan con versos tremendamente sugerentes que señalan el contraste de aquel mundo feliz con la cruda realidad desde la que lo contemplamos: "desde las sierras de la infancia van bajando los lobos", o la nostalgia insalvable: "Oh sueño, oh cofre de la noche, entonces lleno de monedas vivas". Una vez más son la noche y sus constelaciones los celestes navíos en los que podemos comparar nuestra vida en todas las edades: "Bajo una inmensa ausencia, sólo estrellas". El balance suele ser negativo. "Desde el odio de Dios crecía el universo", sentencia en "Génesis", una catarsis del sentimiento religioso. Más adelante insiste en que "la huella más tenaz, más persistente / del hombre es el error". Y, finalmente, concluye: "fui, amé, volví. Donde quiera que estuve me sentí en el exilio, / hoy duele reconocer que la vida no se salda con la vida / y que cada recuerdo tiene un precio excesivo". Y no obstante, a pesar de que hay poemas que abordan la muerte, la ausencia, la nada, también hay una veta sensorial, sobre todo en piezas breves, como la de la cita con la que se abre esta reseña o el senryu que dice: "Joven desnuda. / Rubor. Cubrías tu desnudez / con risas".
El monstruo de las galletas
Sandro Luna
Hiperión
Madrid
2020
"Dirige mi deriva / el corazón de un niño. // Me da la vida un monstruo". Solemos otorgar poca importancia al orden de los poemas de un libro y sin embargo a veces es crucial porque marca toda la lectura. Como en El monstruo de las galletas, de Sandro Luna (L'Hospitalet de Llobregat, 1978). Las dos primeras piezas nos hablan de una niña, su hija, con la que conversa, a la que describe ("yo le digo a mi hija que el aire no se coge / porque es ofrecimiento, / y que la luz se da y nos recibe / en la misma medida / en la que nosotros damos lo que es nuestro"). A partir de entonces seguimos leyendo en esa clave infantil: las apariencias, las antítesis, las paradojas, tienen algo de juego, aunque nos estén hablando de lo más dramático, del amor y la muerte, las dos caras de esta moneda que es la vida: "Quien ha sabido amar tendrá su premio: / también vendrá la muerte a desnudarle". El título mismo de El monstruo de las galletas, parece remitirnos a la broma de un programa para niños. Y sin embargo es este un libro doliente, donde hay tristeza y muerte columpiándose sola, aunque sea una muerte un poco naïf, de atrezo: "ya no se mueve nada, / ni el columpio del parque // Y sigo aquí de pie, / junto a mi tumba". En otro momento, "cierro los ojos, / me afeita / la mirada una lágrima". Y cuando no hay más remedio que personificar la muerte en alguien concreto, mejor hacerlo con el perro Dylan, en "Ladridos en el laberinto", uno de los poemas destacados, que dice entre otras cosas: "en esa arena está lo que más amo, / lo que me da más miedo, / ese sitio al que llegas sólo huyendo / y al que sólo, al huir, puedes llegar". Otro de los poemas que destacaría es "Pellizco", que concentra en una cerilla "la magnitud del fuego" y sentencia que "ningún sol es pequeño". Luna se asoma casi con lupa a mirar esa cerilla, los dibujos infantiles, las manos, el niño durmiendo. Es el suyo un mundo de primerísimos planos, de certezas en las que conviene concentrarse porque son lo que de verdad merece la pena, lo que exorciza toda la tragedia de vivir: "es hermoso temblar / así de cerca".
Mientras dure la luz
Dionisia García
Renacimiento
Sevilla
2021
Un temblorcillo al entrar
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"Cuánto amor en la casa / de los días ya idos". Dionisia García (Fuente Álamo, 1931) ahonda en los senderos que fue abriendo en sus últimos poemarios: Regresos (2017) y La apuesta (2016). Cada vez más en estas colecciones de poemas Dionisia está haciendo balance, recobrando escenas de la memoria, que nunca son las mismas y tampoco se recuerdan igual, porque las edades van diluyéndose bajo capas de niebla, el material con que se tejen las leyendas: "Todo llega confuso en el fluir del tiempo. / No los brazos alzados de mi padre, / con besos repetidos". Las tardes gozosas en el calor del verano, los baños en el agua sigilosa o la libertad del campo, que "fue su primer país", emergen mezcladas con sonidos y olores que se han ido convirtiendo en símbolos de su poesía, como las campanas, que "insisten, / llaman y son dolientes" o los árboles que representan las raíces familiares de esta escritora afincada en Murcia. El título del libro también conecta con esos libros anteriores de los que hablábamos, libros que hace tiempo que nombran la luz del atardecer y se quedan mirándola para apurarla con toda la nostalgia y al mismo tiempo con toda la pasión de sentirse viva en el presente, en un carpe diem que se aferra a cada segundo como a un regalo precioso: "No añora cuanto fue, sino fundirlo / con este bien de ahora, que algo bulle / en nuestro pobre cuerpo maltratado". Una idea que profundiza en otro momento del libro: "no desprecio este bien porque es la vida / con todos sus tesoros e infortunios". La luz, que está durando venturosamente, incluye por supuesto altibajos que Dionisia consigna minuciosa en sus versos. Desde el amanecer que afronta "sin pasión con el alma cansada" a la tarde en que se riñe a sí misma por haberse quedado en casa sin salir: "Qué hago aquí perdiéndome la vida, / el rosado color de una luz que se apaga". Hay también en el balance, experiencia, que es un tipo de sabiduría que no resuelve nada, que podríamos llamar aceptación: "Qué sabemos al fin...", resume, y enseguida concluye: "el sueño de otra época / dice que no hay victorias".
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Arturo Tendero es periodista y poeta. Su último libro es La hora más peligrosa del día (La Siesta del Lobo, 2021). Estas reseñas y otras más de poesía pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.