Salvando a la ciudad
Luchando por un Madrid en el que merezca la pena vivir
En Salvando a la ciudad, la sección de veranoLibre en la que explicamos el ejemplo de varias ciudades españolas que están transitando un cambio de modelo hacia urbes más sostenibles, vivibles y sanas, nos hemos hecho eco de iniciativas gubernamentales. En Madrid, la capital de España, exploraremos justo lo contrario: las iniciativas que van de abajo arriba, el apoyo mutuo vecinal y el trabajo de organizaciones sociales para luchar, como canta Tremenda Jauría, por una ciudad "en la que merezca la pena vivir". Golpeadas por la pandemia y por la mezcla de desinterés y agresividad del Ayuntamiento, sí: pero vivitas y coleando.
Madrid es una ciudad que late con pulso propio y es imposible hablar una a una de todas las iniciativas vecinales y de organizaciones sociales que intentan, a fin de cuentas, hacer una urbe más vivible, donde la solidaridad se imponga a la depredación y donde el cuidado esté por encima de la producción. Cada distrito y cada barrio tienen varias que intentan sobrevivir con sus propias herramientas, en escasísimas ocasiones alentadas por el Gobierno municipal. Hay, incluso, espacio para nuevos nacimientos. En Arganzuela, La Maliciosa, con la librería Traficantes de Sueños, Ecologistas en Acción y la Fundación de los Comunes, están ultimándolo todo para abrir sus puertas en octubre. La Ingobernable ha vuelto con una nueva okupación, en pleno centro, y también está cerrando flecos para funcionar a toda máquina.
Serlinda Vigara, con años de experiencia en el asociacionismo madrileño, es portavoz de La Maliciosa. La ilusión se le nota al teléfono. El espacio, de 800 metros cuadrados, tendrá una doble vocación: por un lado, servir de infraestructura para todas las iniciativas políticas y sociales que lleven a cabo Traficantes de Sueños, Ecologistas en Acción y la Fundación de los Comunes. Por otro lado, servir a los vecinos. Pero con ningún programa fijo: será lo que los arganzueleños quieran. Planes de ocio alternativo no relacionados con el consumo, tareas de cuidados, despensa de alimentos para las familias más vulnerables...
"No entendíamos una apuesta social de una compra en el centro de Madrid sin que ese territorio recuperado fuera para ponerse al servicio de vecinas y vecinos de la ciudad. Entendiendo esto de ponerse al servicio... no solo llevar a cabo actividades o poner la infraestructura. Que todos puedan sentirse acogidos, entrelazarse y potenciarse entre sí. Esto tiene una importancia mayor que nunca. Con este espíritu nos pensamos antes de la pandemia. Ahora, el varapalo social y económico, en salud mental, en las redes... De repente es increíble tener un espacio para estar... y para estar bien", asegura la activista.
El Ateneo La Maliciosa –bautizada con el nombre de uno de los picos más altos de la Sierra de Guadarrama y de los preferidos de Mariano González, militante de Ecologistas fallecido en 2018 mientras escalaba– nace gracias al desembolso de las tres organizaciones para comprar el local y un crowdfunding para la reforma que ha superado las expectativas de los activistas y que muestra, a juicio de Vergara, las ganas que existen de un espacio así. Y la necesidad. "En 24 horas sobrepasamos la mitad del mínimo y cinco días después lo alcanzamos. "Fue una constatación de la red que estas tres organizaciones vienen construyendo no solo en Madrid, también en el Estado español. Fue una alegría".
El colectivo La Ingobernable también está a punto de arrancar su Oficina de Derechos Sociales, instalada en un edificio okupado a escasos metros de la Puerta del Sol y propiedad de los hermanos Fernández Luengo, impulsores de la cadena de peluquerías Marco Aldany. Sufrieron varios intentos de desalojo pero, por ahora, ahí siguen. Los repartos de alimentos a familias necesitadas empezarán en breves, junto al despliegue del resto de sus ejes: el derecho a la protesta, la renta básica, la salud comunitaria, el transfeminismo y la precariedad laboral. Al estilo de La Maliciosa, la intención es doble: hacer política, en el más estricto sentido de la palabra, y servir de espacio para el apoyo mutuo, la solidaridad y el servicio a los vecinos del centro de la ciudad.
La Oficina de Derechos Sociales de La Ingobernable no es el único centro social okupado de Madrid. Sobreviven a los desalojos impulsados por diversos Gobiernos municipales algunos de los más emblemáticos, como EKO, en Carabanchel, o La Enredadera, en Tetuán. Pero no todas las iniciativas pasan por este modelo. Las asociaciones de vecinos llevan décadas construyendo una red no solo para servir de contrapoder a lo institucional, denunciando y presionando para la mejora de servicios sociales e infraestructuras en cada barrio; también para echar una mano a los que lo pasan peor. Muchas de estas organizaciones fueron los bancos de alimentos que realmente funcionaron durante los meses más duros de la pandemia, poniendo un plato en la mesa de miles de familias ante la inoperancia –denuncian– de los Servicios Sociales.
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Otros episodios duros, como la histórica tormenta Filomena, sirvió de impulso para la organización vecinal de Somos Ventilla, al noroeste de la ciudad. Los quitanieves ni estaban ni se les esperaban, así que salieron con palas a despejar las calles. Muchos habitantes del barrio descubrieron el grupo a raíz de la iniciativa, surgida al calor del confinamiento. Participan decenas de pequeñas organizaciones del barrio y personas de todas las edades que se reúnen cada 15 días para, simplemente, responder a dos preguntas: ¿Qué necesita el barrio? ¿Qué se puede hacer?
Hay otros proyectos más pequeños, como los vecinos de Moratalaz que se organizan para cuidar un jardín que han creado ellos de la nada. O sorprendentemente originales, como el que juntó a centenares de vecinos para redactar un proyecto de recuperación para el barrio del palacio abandonado de La Sueca, conocido por ser sede del ficticio Ministerio del Tiempo en la serie de TVE. El Ayuntamiento de Madrid sigue reformando el espacio, expropiado en 1998, y aún no hay fecha para su apertura... ni garantías de que el Gobierno municipal respete la voluntad popular.
Lo plantearon –se puede leer en el informe final– como un lugar en la que, por ejemplo, poder dejar a los hijos bien acompañados, jugando y aprendiendo, mientras se teletrabaja en mesas habilitadas a tal efecto. Donde compartir, crear, idear fuera de las dinámicas habituales, que exigen un trabajo asalariado para producir y una caña en una terraza para disfrutar. Otro modelo es posible, defendían, y ante el silencio de lo público todas estas iniciativas reivindican lo común. La autoorganización siempre ha sido difícil, y con la pandemia –que ha exigido tediosas e impersonales videollamadas durante meses– aún más, sin contar con la caída generalizada de las condiciones vitales y el golpe a la salud mental. "Queremos recuperarnos para resistir", insiste Vergara.