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Aquí me cierro otra puerta

Ser peligrosa

Hay una táctica muy seguida en política que es alabar al que estuvo antes que tu rival. A Zapatero le decían que no le llegaba a la suela del zapato a Felipe González, a Mariano Rajoy que no tenía la altura política de José María Aznar, a Alberto Garzón que era un piernas si lo comparaban con Julio Anguita. La otra es alabar al que, sacado del juego de la política por diferentes razones, nunca obtuvo buenos resultados a pesar de su increíble valía. Ya no queda, dicen enfrente, gente como Edu Madina, Borja Sémper o Toni Roldán. También se da el caso del que pasa de ser un demonio bolivariano a un estadista inabarcable cuando salta de un proyecto ganador a uno en el que no transmite peligro, como Íñigo Errejón. En general, los rivales, que no necesariamente tienen que venir del lado opuesto ideológico, son mejores cuando ya no están o no pueden ganar

Pocos políticos, quizá ninguno, obtuvieron tan altas cotas de impopularidad entre sus rivales como Pablo Iglesias. Cada cual tendrá sus razones para explicar el porqué, pero es un hecho que se convirtió en un icono del mal a su derecha y más a su derecha. Quizá el motivo principal fue ser la punta de lanza del movimiento que acabó con el bipartidismo en España, que no es poco decir ni mucho menos. Por eso, por ser unánime el odio externo y parte del interno, parecía improbable que fuera a seguir con la tradición de ser alabado para matar al siguiente, toda vez, además, que lo que se reclamaba de Iglesias era justo lo que ofrece su sucesora. 

Pero como la vida es así de sorprendente, ya hemos asistido a las primeras consignas filtradas, juicios mediáticos paralelos, momias políticas del pasado parlantes y ofensivas de fuerza baja y media para deslizar el mensaje de que Yolanda Díaz es peligrosa. Si para Rodríguez Ibarra es peligrosa para el PSOE, no cabe imaginar el tamaño de la amenaza que supone para la gente que está más a la derecha de Ibarra, que tampoco es tanta. Una vez instalado desde la extrema derecha el fantasma del comunismo sobre los hombros de la gallega, desde ese entorno del ala más conservadora socialista se empieza a colocar el runrún de que la vicepresidenta de su propio Gobierno es malvadilla. Incluso, según publicaba El Mundo de fuentes del entorno (cuánto entorno hay en el PSOE) de Nadia Calviño, se desataba el anatema: Yolanda Díaz es más peligrosa que Pablo Iglesias. Que ya es peligro. Acabáramos.

Quedan dos años para las elecciones y parece evidente que Yolanda Díaz debe resguardarse de la primera línea política lo más que pueda para evitar el fuego a discreción que se le avecina, toda vez que su crédito está más que conquistado. Hará bien en mojarse poco, más teniendo en cuenta que ha sabido elegir la gran batalla de la derogación de la reforma laboral para (a día de hoy) ganarla. El vencedor de la guerra se certificará cuando se ponga negro sobre blanco. Cualquiera que conozca la historia reciente de este país sabe que raro será que no haya más capítulos.

La cuestión de todo esto no es ser peligrosa, sino ser peligrosa para quién. Yolanda Díaz lo es. Ha decidido que para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores de España hasta los límites que el estado de cosas actual permite va a ir con todo. No conviene olvidar que ya le costó una baja porque su físico lo pagó. De lo anchas que sean sus espaldas y de saber medir su amenazante veneno de los derechos laborales dependerá, en gran parte, que la izquierda a la izquierda del PSOE sepa armar el proyecto más ilusionante electoralmente desde, vaya por dios, el que lideró Pablo Iglesias en 2016.

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