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Ucrania moviliza a 400.000 veteranos dispuestos a volver al frente de una guerra interminable

Un militar ucraniano comprueba la situación en las posiciones de la línea del frente cerca de la aldea de Zolote, no lejos de donde los militantes prorrusos controlan la ciudad de Luhansk.

Clara Marchaud (Mediapart)

En este centro para veteranos y veteranas, a un paso de la plaza Maidán de Kiev, bordados tradicionales ucranianos conviven con un antiguo misil pintado a mano. Desde 2019, el centro Yarmiz ofrece apoyo psicológico, programas de reinserción laboral y actividades deportivas y artísticas para ayudar a los exsoldados a reinsertarse en la vida civil.

Pero desde hace unas semanas, las clases de yoga, arteterapia o incluso de vals no están llenas; se debe a la nueva ola de la variante ómicron que ha afectado al país, pero también a la situación geopolítica. “Muchas personas participan en maniobras, por si se produce la escalada”, afirma Olena Koshelieva-Hunt, voluntaria de 34 años del centro.

Desde octubre de 2021, Rusia está enviando tropas y equipos militares a la frontera ucraniana, Crimea y Bielorrusia, donde estaba previsto el inicio de ejercicios este jueves 10 de febrero. Kiev acaba de anunciar que el Ejército ucraniano hará lo mismo hasta el 20 de febrero en el norte del país, utilizando drones turcos Bayraktar y misiles antitanque Javelin y NLAW, suministrados por sus socios extranjeros. En caso de escalada militar, Ucrania puede contar con 250.000 miembros activos del ejército, pero también con 400.000 veteranos.

A más de 700 kilómetros del frente, donde Kiev lucha contra los insurgentes prorrusos apoyados por Moscú, la guerra sigue estando en el centro de la vida cotidiana de estos antiguos soldados. En una acogedora sala con luz tenue, decorada con bordados y sofás de colores, los veteranos y sus familias desfilan para acompañar el proceso de readaptación a la vida civil.

En 2014, Olena apenas recuerda sus clases de primeros auxilios, cuando se unió a la revolución en la plaza Maidán de Kiev. La joven, originaria de Crimea, se convirtió en enfermera, a su pesar, con los primeros combates. El 20 de febrero, un hombre de 41 años murió en sus brazos: una bala de francotirador y un punto de inflexión en la vida de Olena, que entonces sólo tenía 26 años. “Haré todo lo posible para que no muera nadie más”, se prometió entonces. Sin formación militar, la exasesora de publicidad peleó por unirse a las filas de los batallones de voluntarios que se estaban formando, a pesar del sexismo de algunos de sus compañeros.

En aquella época, el Ejército ucraniano estaba desorganizado y contaba con muchos batallones de voluntarios, que se integraron muy rápidamente a los profesionales y los movilizados. Como auxiliar sanitaria militar, Olena participó en cruentas batallas, incluido el asedio de Ilovaisk en agosto de 2014, en el que los servicios de seguridad ucranianos aún cuentan las víctimas, estimadas en varios cientos.

Desde 2015 y tras los acuerdos de Minsk 2, la línea del frente se estabilizó y se cavaron trincheras. El Ejército ucraniano también se reformó y profesionalizó, para adaptarse a una guerra que va a durar. Un proceso que sigue en marcha: a principios de febrero, el presidente Volodymyr Zelensky anunció que había firmado un decreto que preveía un aumento de 100.000 efectivos del Ejército en tres años. Esto se suma a los 250.000 soldados actuales. También está previsto el fin del servicio militar, para 2024. 

Vuelta a la vida civil

Los 400.000 veteranos y veteranas tienen más o menos dificultades para volver a la vida civil. Las ONG proliferan para compensar la ausencia del Estado, que sigue luchando en el este del país. “El sistema de atención sigue siendo bastante débil ante el creciente tamaño de este colectivo”, afirma Coline Maestracci, investigadora del Cevipol de la Universidad Libre de Bruselas.

La falta de atención psicológica y la dificultad para volver al trabajo son los principales problemas de los veteranos.

Roman Nabozhniak, de 31 años, se alistó por primera vez en agosto de 2014 porque “entendía que tendría que relevar a los soldados que luchaban en el frente”, algo que hizo tras varios meses de formación. Como en el caso de Olena, la batalla de Ilovaisk también supuso un punto de inflexión. Tras 14 meses de servicio, volvió a Kiev en octubre de 2016, descansó, viajó y cocinó mucho.

Durante dos años vendió brownies caseros y luego aprovechó un programa de la Kyiv School of Economics, una universidad de Kiev que ha puesto en marcha una incubadora de empresas para veteranos. “Este negocio ha sido como una terapia”, dice este hombre en la treintena. Su cafetería, Veterano Brownie, abrió en marzo de 2019 en un barrio de moda de la capital y ahora emplea a 15 personas.

¿Cómo reconstruirse cuando la guerra continúa? Roman, al igual que los demás hombres y mujeres que lucharon en el Este, sabe que pueden tener que volver, ya que pueden ser movilizados, salvo en caso de problemas de salud o de edad avanzada. El treintañero muestra su mochila, que sigue en un rincón de su salón. Sabe cómo llegar a su campamento base, incluso si todas las redes de comunicación están cortadas.

Preparar a los civiles 

Desde hace varias semanas, sobre todo después de la evacuación de las familias de los diplomáticos estadounidenses, y luego de una parte del personal de la embajada británica, ha comenzado a cundir la preocupación en Kiev. Incluso lejos del frente, mucha gente se está preparando, especialmente entre las clases medias y altas, acumulando provisiones, pensando en planes de huida o redescubriendo los refugios antibombas.

“De momento, estoy preparando el sótano de amigos por si acaso, para que se refugien allí”, dice Olena. Confiesa que, al igual que otros exsoldados, recibe regularmente peticiones de consejo de sus amigos. Varios veteranos/as entrevistados por Mediapart (socio editorial de infoLibre) aseguran que lamentaban que se necesitaran más de 100.000 soldados rusos en la frontera para que la sociedad recordara la guerra en la que lucharon. “Simultáneamente, luchamos para que la gente viva tranquilamente aquí, sin pensar en la guerra”, recuerda Roman.

En el centro Yarmiz, Ihor Kim hace ejercicios de calentamiento antes de iniciar las clases de vals con otros veteranos y familias. Este soldado profesional de 36 años, respetado por sus compañeros por su frialdad, dejó el Ejército en 2017. Cada fin de semana hace prácticas de tiro con grupos de voluntarios civiles, entrena a más de 300 personas cada fin de semana. Según las encuestas, a casi la mitad de los ucranianos interrogados les gustaría participar en la resistencia armada o civil en caso de ofensiva rusa.

Cada vez más civiles se unen a la defensa territorial, una reserva de voluntarios para apoyar al Ejército en caso de ofensiva militar. “Eso es lo que disuadirá a Rusia de volver a atacar, no las conversaciones diplomáticas. No vendrán si se enfrentan a una intensa resistencia”, dice Ihor, antiguo comandante.

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Olena, por su parte, aún no sabe si volverá. Cuando se le pregunta si tiene la maleta lista, muestra lo único que llevará. Su gato. “Ya lo he perdido todo y no tengo adónde ir”, suspira la mujer, que nunca ha podido regresar a su Crimea natal.

Traducción: Mariola Moreno

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