David Jiménez: “Los intelectuales son como la felicidad, es más fácil verlos cuando ya han pasado"
David Jiménez Torres (Madrid, 1986) conoce bie la importancia de los intelectuales en nuestro país. No en vano, en su último libro, La palabra ambigua, realiza un exhaustivo repaso a esta figura tan controvertida a lo largo de toda la historia de nuestro país. La obra, que abarca desde el año 1889 hasta el 2019, se pregunta por el papel del intelectual en diferentes momentos históricos, su evolución a lo largo de las décadas, cómo su influencia ha ido cambiando en función de cada época y qué imagen ha tenido de ellos la sociedad española.
Además de La palabra ambigua, Jiménez ha escrito otros libros como El mal dormir o 2017, la crisis que cambió España. El autor compagina su faceta literaria con numerosas colaboraciones en medios de comunicación como El Mundo, donde es columnista, El Español, Onda Cero o EsRadio, así como con una amplia labor académica y de docencia, tanto en España como a nivel internacional.
Antes de hablar de los intelectuales, Jiménez cree que primero es importante tratar uno de los temas centrales de su libro: ¿Qué significa exactamente ser intelectual? Y es que la respuesta es harto complicada. Ortega y Gasset, por ejemplo, ya se refería al concepto por la frase que da título a su obra, “la palabra ambigua”, ya que “nunca ha habido una definición de consenso en cuanto a quién es y quién no es un intelectual”, explica el periodista.
Esta indefinición tiene como consecuencia, en opinión de Jiménez, que cada persona decida sus límites en función de sus “filias y fobias”, refiriéndose a esa personalidad como un “verdadero intelectual” o no en función de si está de acuerdo o no con lo que dice. A este respecto, el escritor pone de ejemplo al dictador Miguel Primo de Rivera, el cual se refería, ya en los años veinte, a los autores que le criticaban como "pseudointelectuales".
Por otra parte, tampoco existe, en opinión del escritor, un consenso para establecer el peso que deberían tener estos intelectuales en el debate público: “A lo largo de los últimos 130 años (desde que se generaliza el uso de esta palabra como sustantivo) ha habido en todo momento histórico voces que pensaban que los intelectuales tienen demasiado peso en el debate público y voces que pensaban que no influyen lo suficiente”, explica el autor. Por ello, parece que el único punto en el que coincide la sociedad, en opinión de Jiménez, es en “el deseo de que ‘los intelectuales’ estén de acuerdo con lo que uno ya piensa, y en criticarlos cuando parece que no es así”.
Puestas las cartas sobre la mesa, el debate está servido. ¿Tienen los intelectuales un peso en la actualidad menor que en el pasado? “Los intelectuales son como la felicidad: es mucho más fácil descubrirla cuando ya ha pasado. El presente siempre nos parece confuso y caótico, mientras que el pasado siempre se antoja más ordenado, más comprensible”, responde Jiménez. En su opinión, la visión que tenemos de estos pensadores está, en muchas ocasiones, distorsionada por la “los mecanismos más amplios de la nostalgia cultural”.
Por esta distorsión, el autor ve importante matizar la verdadera presencia de estos intelectuales en la sociedad, preguntándonos no tanto si la tenían o no, sino más bien para quienes la tenían: “No hay duda de que Unamuno, Ortega o Maeztu eran figuras muy relevantes para los lectores burgueses de las ciudades de su tiempo. Pero ese no era el grueso de la población, ni mucho menos. ¿Qué presencia tenían para un jornalero andaluz o para un minero asturiano?”, se pregunta el escritor.
Algunos intelectuales han sabido adaptarse al nuevo ecosistema comunicativo y otros o no han sabido o no han querido
Por eso, en este momento, ante la “ansiedad” que a veces provoca el creer que los intelectuales están desapareciendo, hay que poner un punto de calma. Jiménez cree que este sentimiento de muerte del intelectual casi siempre está ligado al progreso tecnológico y a la aparición de nuevas formas de comunicación: “Tememos que vaya a ocurrir como en la canción aquella de Video killed the radio star. Esto se ve muy claramente en los años en los que la televisión se consolidó como el gran medio de comunicación; muchos autores señalaron que aquello suponía el fin del intelectual, ya que este sería una criatura propia de la prensa impresa”.
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Sin embargo, cambio tras cambio, este miedo no se ha terminado de materializar. Por ejemplo, en el caso de la televisión, Jiménez recuerda que programas como La clave, lejos de matar a la figura del intelectual, la transformaron, en muchos casos, en un “producto televisivo”. Algo similar ha sucedido, en su opinión, con las redes sociales: “Algunos intelectuales han sabido adaptarse al nuevo ecosistema comunicativo y otros o no han sabido o no han querido. El sistema es democrático en cuanto al acceso, pero no necesariamente en cuanto al éxito”.
La cuestión de las redes sociales trae también a colación al público joven y la cuestión de si estos tienen referentes intelectuales o no. Con respecto a este tema, Jiménez piensa que “una minoría sí los tiene, aunque quizá el formato que utilizan no sea el clásico”, por ejemplo nombra formatos como el podcast o los canales de YouTube como formas de entrada de los jóvenes a los discursos de los intelectuales mucho más relevantes que, por ejemplo, las tribunas de los periódicos. De hecho, el escritor cree que es “mucho más fácil crear nichos viables” en estos nuevos formatos que en las cadenas generalistas de televisión o de radio. Así, atendiendo a estas transformaciones, Jiménez cree que los intelectuales siempre han tenido su público, la pregunta ahora es cómo consiguen llegar hasta él.
Por último, el escritor piensa que, a lo largo de la historia, a los intelectuales no les ha costado demasiado posicionarse a nivel político. “Si uno repasa la antología de manifiestos colectivos divulgados entre 1896 y 2013 que hizo Santos Juliá en Nosotros, los abajo firmantes, descubre que durante toda la historia -y también en los últimos cuarenta años- personajes que eran llamados intelectuales han adoptado posiciones políticas en público cada dos por tres”, sostiene. De hecho, en su opinión, muchas veces lo que se les ha criticado, tanto por parte de la derecha como por la izquierda, es que se posicionaran políticamente "con demasiada frecuencia".