‘Mansión encantada’: la maldición de las franquicias de Disney(landia) reaparece en una película cadáver

Cartel promocional de la película "La Mansión Encantada"

La mansión encantada, de 2003, terminaba con tres presagios, aparecidos todos después de que desfilaran los créditos finales. Primero, el recordatorio de que la película de Disney era solo el brazo transmedia de una atracción de feria: “You’ve seen the movie, now ride the ride”. Luego, el anticipo de que el entretenimiento de la época se sumiría pronto en un océano digital, con una invitación a buscar el videojuego oficial del filme en las tiendas. Y por último, una cabeza de fantasma encerrada en una bola de cristal que lanzaba un encantamiento a veinte años vista: “Hurry back”. Con el estreno esta semana de Mansión encantada —sin el artículo—, un reboot de aquella comedia familiar, damos las tres maldiciones por cumplidas.

Justin Simien —creador de la serie de Netflix Queridos blancos y de la película en la que se inspiró— dirige este relanzamiento de la película que protagonizara hace dos décadas Eddie Murphy, basada a su vez en una casa del terror del primer parque de atracciones de Walt Disney. No es estrictamente un remake de La mansión encantada de 2003 porque, aunque mantiene la ambientación y la dinámica esencial de divertimento de Halloween de la atracción original, cambia por completo a los protagonistas y su relación con lo sobrenatural.

En este caso, lleva la voz cantante un científico metido a espiritista (LaKeith Stanfield) que, después de retirarse del negocio por la traumática pérdida de un ser querido, se queda encerrado en un caserón infestado de espectros junto a un pintoresco grupo de héroes interpretado por Rosario Dawson, Tiffany Haddish, Danny DeVito y Owen Wilson. En 2003, en cambio, el protagonista era el agente inmobiliario y workaholic encarnado por Murphy, que liaba a su esposa e hijos en un embrollo con fantasmas solo por su incapacidad para dejar de autoexplotarse.

La distancia entre los personajes principales de la primera película y su reboot es buena medida de todo lo que ha cambiado entre ambas. En la de 2023, amable pero aburridísima y eternamente anticlimática, nadie tiene nunca la culpa de nada. Los conflictos son solo fruto de la mala fortuna o de la picardía, pero del antagonismo que permitía hallar en el personaje de Eddie Murphy algunas heridas psicológicas del culto al trabajo —aunque fuera leyendo el guion a la contra— ya no queda ni rastro.

La nueva Mansión encantada suma media hora de metraje para no añadir realmente nada a esa biblioteca de imágenes amontonadas sobre la premisa del tren de la bruja inaugurado en 1969 en el parque de Anaheim. Incluso entre todo el posibilismo dosmilero y la pacatería de ocio familiar de la cinta anterior, se podía intuir al villano como un supremacista dispuesto a matar para impedir el amor entre un blanco rico y una mujer racializada; frente a ello, tenemos un nuevo último acto tan desproblematizado como insulso.

La atracción que dio inicio a todo es, junto con la que inspiró la franquicia de Los piratas del Caribe, uno de los reclamos históricos de la New Orleans Square, un pegote añadido al parque de California en los años sesenta que simula los paisajes urbanos de la Luisiana del siglo XIX. En la inauguración, Walt Disney bromeó con que el área había costado más que la compra del propio territorio de Luisiana a los franceses en 1803; desde entonces, la relación de la casa de Mickey Mouse con el imaginario de Nueva Orleans no ha hecho más que complicarse.

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Aunque La mansión encantada no dedicó en su momento demasiada atención a la ciudad y su inclinación por lo inexplicable, su temática fantasmal y el recurso al imaginario de los bayou —los brazos cenagosos del río Misisipi— la conectaba con el folklore de la región. El trabajo de entretejer esas expresiones culturales con la experiencia de la segregación racial lo hizo años después Tiana y el sapo, la primera película protagonizada por una princesa Disney negra, y lo ha recuperado morosamente esta Mansión encantada de 2023.

El reboot porfía en esa misma dirección, invocando las callejuelas, el jazz y la brujería de pantano, pero no atina a proyectar la vida de Luisiana y sus gentes más que como un decorado cadavérico, otra ciudad en miniatura de cartón piedra para amenizar el paseo entre una atracción del parque y la siguiente. La línea de diálogo más peliaguda de su protagonista —“Nunca pensé que diría esto, pero llama a la policía”, dice sorpresivamente— perturba más que cualquier fantasma porque conjura una serie de fuerzas sociales en conflicto en los Estados Unidos de hoy que el planísimo relato de la negritud en la película se niega a reconocer.

El verdadero giro de la última iteración de la franquicia está en la relación de los personajes con la mansión de marras. Mientras que los de 2003 se encontraban encerrados dentro del lóbrego palacio en sentido literal, los de 2023 tienen permitido huir de él, pero solo para descubrir con horror que sus vidas cotidianas, contaminadas por la experiencia límite de la mansión, se les hacen ahora insoportables. En ese sentido, el reboot es casi más elocuente que la primera versión: lo verdaderamente terrorífico de las mansiones encantadas —que equivalen en ambas películas a las prisiones psíquicas de la vida contemporánea— no es verse encerrado dentro, sino abandonarlas sabiendo que salir no abre en el horizonte otra posibilidad que la de volver a entrar algún día.

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