La sobrevida del cuerpo

Marisa Martínez Pérsico

Vértice

Carolina Zamudio

Raffaelli Editore (2020)

En febrero de este año presenté, junto a Carolina Zamudio, su libro de poemas Vértice en la sala Giulio Cesare de la Università degli Studi Guglielmo Marconi de Roma. Había recibido el libro de sus manos en Montevideo, hace poco menos de tres años, durante una de las treguas que nos dio aquel distanciamiento forzado que hoy nos suena lejos, pero que sigue cronológicamente cerca de nosotros. 

La unidad de este libro está dada por una interlocutora a la que se apela casi siempre con un "querida". Se trata de una destinataria múltiple, que asume distintas figuras: 1) un tú genérico hacia cualquier mujer, es decir, un pronombre dirigido al género, al colectivo, a la condición; 2) un tú que es yo, es decir, un monólogo consigo misma, quiero decir, con el yo lírico (se establece un contrato de lectura muy logrado en el que no se nos ocurre confundir el yo biográfico con el yo lírico); 3) un tú que es un personaje poético femenino que podría tener un referente extraliterario, pero tan desrealizado que cae en una fructífera ambigüedad; 4) un tú que podría encarnarse en algunas poetas citadas en epígrafe, parte de una estirpe admirada de autoras hispanoamericanas, como la cubana Dulce María Loynaz. Esta multidestinación enunciativa vuelve fascinante en este libro. Hay capas de destinatarias, a caballo entre la condición colectiva y la individual.

EXPULSADAS DEL UNIVERSO

Hay sobrevida en las azoteas

de ciertas ciudades,

por ejemplo, tú y yo

expulsadas del universo

invertimos la gravedad

y solo ascendemos.

Hay sobrevida en el cuerpo

de ciertos amantes,

nosotras, por ejemplo, querida,

miramos en los ojos abiertos

de los peces y es así que vivimos. 

En Roma, empezamos hablando de la gestación de Vértice. Del libro como construcción colectiva. Fue publicado en 2020 durante la pandemia como texto enfrentado, en italiano y en lengua original. Sus tres últimos títulos son ediciones directamente bilingües y salieron en Estados Unidos, Francia e Italia. Le pregunté, con curiosidad, cómo era que un médico tanatólogo había prologado el libro. Entonces me contó que Orlando Mejía Romero es un médico colombiano que conoció hace unos años en Popayán durante un festival de poesía interrumpido por la revuelta social en Colombia, cuando el país entró en estado de sitio y en la ciudad hubo toque de queda. Esto propició una relación de complicidad y convergencia, por el conocimiento que este médico tiene de las teorías de Jung. Ella justo estaba escribiendo Vértice, en el que indaga líricamente sobre la dualidad luz-sombra, el espejo del yo y los opuestos complementarios.

La "destinataria múltiple" de la que hablé antes recibe una serie de consejos que nunca caen en el didactismo o en el sermón. Se trata de compartir la experiencia de vida: un encuentro amoroso, un instante de contemplación por la ventana, haciendo entrar a esta "querida" (¿una lectora? ¿un lector capaz de empatizar con el otro género?) como testigo. De este modo, hace partícipe a la destinataria de las incertidumbres del yo: "el pescador sigue,/ dile que calle; a ti te hablo, querida,/ que ya me va doliendo también a mí/ el querer más que la pérdida"; "sin las piedras la mujer sería/ cuerpo sin caminos". Y la poesía se convierte en el espacio para compartir la duda, la pregunta incesante, la no respuesta. Con poderosa delicadeza, o con potencia delicada, se comparte con una "otra" la falta de certezas: el título de su antología publicada por Valparaíso Ediciones adquiere otro sentido después de leer Vértice: Las certezas son del sol.

Este libro es una puesta en poema de una "meta-duda", es decir, no solamente aparecen en él incertidumbres o preguntas, sino que hay una reflexión sobre la duda misma como estado de falta permanente, como imposibilidad de asideros fiables (de conocimiento, de futuro). Es una duda serena y saludable, deseable. Un combustible vital y creativo. El poema En esta casa que hay en mí es un canto de celebración y aceptación de las sombras, en femenino. Tiene algo de tono vareliano, de Casa de cuervos, pero con una amplitud que engloba la naturaleza femenina más allá de la maternidad:

EN ESTA CASA QUE HAY EN MÍ

En esta casa que hay en mí

a menudo música se oye,

junto a la orilla de este puente

que es mi cuerpo

habitan seres ciertos 

–a veces se quedan–,

las paredes no precisan

cubrirse casi de lluvia,

no de sol, no de rocío.

Se está plácido a veces aquí.

Solo debes saber, querida,

una sombra

se refleja a ciertas horas

y somos así únicas, completas.

 

Aparece también la migración, el personaje de una "mujer transoceánica". Pero se trata de un desplazamiento que no queda anclado a la anécdota (el hecho de que Carolina Zamudio haya vivido largos periodos en Emiratos Árabes, Suiza, Colombia, Uruguay, en las provincias argentinas de Corrientes o Buenos Aires). No hay un paisajismo descriptivo sino una internalización de la experiencia de la migración. Estamos en el tiempo ucrónico de la poesía, desprovisto de lastres explícitamente biográficos. 

CON EL INMENSO MAR EN MEDIO

Las hojas de laurel que sembré en mi cuerpo

como señal de permanencia traen

los aromas de toda una vida cosechados.

Tesoro, no hay triunfos, solo la vida vivida,

sorbos cortos y duraderos,

El ramaje a la deriva va y viene ya,

junto a nosotros,

con el inmenso mar en medio.

No existen vencedores ni vencidos,

nuestra contienda fue siempre

la de manos prohibidas;

quisimos una vez quemar la casa,

que por todo testamento quedara

el aroma a salitre de dos, un solo cuerpo.

No es la hora –aulló un sabio viejo–

al oír nuestros gritos desde la calle,

arrastrando los pies sin mirar al balcón,

y entonces lentamente todos, también él,

volvimos callados a nuestros océanos.

Quizás aún no lo sepas, marinero,

esta criatura pálida jamás

tendrá prohibido amar. 

 

Otra cuestión interesante en la que confluyó la charla es la comunión del plano físico con el espiritual. Me pareció un libro de gran erotismo, cosa que sorprendió a la autora. Pero se trata de un erotismo hermético (por eso más eficaz), no pornográfico (según distinción de Georges Bataille y teóricos del erotismo artístico). Mientras hablábamos de este asunto, Carolina Zamudio me dio la confirmación indirecta. Le pregunté por el título: "¿El vértice hacia dónde mira?". Y me respondió que hay una explicación simple y otra menos simple. La simple: sus libros anteriores tenían títulos largos y esta vez quiso una sola palabra. Una palabra en la que confluyeran muchas cosas, una palabra colectora. La compleja: con el vértice, la imagen que veía es la del pubis de una mujer. Ese vértice. Pero pensando en el amor desde un lugar reflexivo, de sensibilidad y espiritualidad. Es decir: el cuerpo como peldaño a otro nivel, casi un enfoque neoplatónico en clave contemporánea. Esta figura visual que liga la geometría con el erotismo, la espiritualidad y el género me recordó los "cálices vacíos" de Delmira Agustini, una de las tantas uruguayas enormes de nuestro idioma. 

UNA PUERTA ANTIGUA

Que sean los rituales del amor

pequeñas despedidas

hace que renacer cada vez

sea inevitable.

Construye restos el futuro

de cada paso dado antes;

una mano entre la otra,

aroma de los almendros de una boca,

anochece un poco en los cuerpos,

se hace eterna en los puentes

la piel desprende sus verdades.

Roces con el instante ido,

es en el contacto cuando la vida

crea otra –la misma– sutil sinfonía,

reconocida solo por dos.

La respiración mira en sus silencios,

los amantes ya no vuelven

de la forma única de esa fusión,

los ritos que el azar enlaza

se palpan en la oscuridad recobrada.

Amanece y se sale de lo amado

por una puerta antigua,

reconstruida a medida,

empujada por la fuerza

de un perplejo mar de fondo.

 

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Conversamos también sobre los caminos que la condujeron a Roma, las fronteras lábiles entre la poesía, el periodismo y la gestión cultural, la Fundación Cultural Esteros y el hecho de haber nacido en la provincia de Corrientes, con sus imponentes Esteros del Iberá (aunque el nombre de la Fundación no venga de allí, según me explicó, pero es una linda coincidencia), sobre la Colección La Flor del Espinillo y su palatalización voluntaria de la LL al hablar, que es una elección consciente para no rehilar "a la rioplatense", como reivindicación de su origen y primera identidad correntina. Ojalá los lectores disfruten de Vértice tanto como yo, y que después de salir en Italia y de Perú, se publique también en España.

 

* Marisa Martínez Pérsico es una escritora e investigadora argentina radicada en Italia. Su último libro es la novela Animales Blancos (RIL Editores España, 2024).

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