Bélgica se prepara para tener un primer ministro independentista flamenco
El próximo primer ministro belga podría ser Bart De Wever, líder de la NVA, primera fuerza política del país tras las legislativas del pasado 9 de junio, coincidiendo con las europeas. La NVA, una formación de derecha dura, en algún punto ideológico entre el Partido Popular y Vox (fueron compañeros de los de Abascal en la última legislatura europea en el grupo ECR y a la vez los mayores aliados del ex presidente catalán Carles Puigdemont), es la fuerza mayoritaria en el nacionalismo flamenco y tradicionalmente abogó por la independencia de Flandes. A su derecha tiene un partido neonazi, el Vlaams Belang, segunda fuerza política en Flandes y abiertamente secesionista.
La NVA ya estuvo en el Gobierno a finales de la década pasada cuando el primer ministro era el liberal flamenco Charles Michel, quien después pasaría a ser presidente del Consejo Europeo. Aquel Ejecutivo se rompió, precisamente, porque la NVA quería un endurecimiento en política migratoria que las demás formaciones, conservadoras y liberales, rechazaron. De Wever, quien fuera alcalde de Amberes y que ha ido moderando sus tendencias separatistas para hacerse más presentable a ojos de la Bélgica francófona, no participó personalmente en aquel gobierno, pero estuvo detrás de todas las decisiones. Ahora dará un paso al frente y, salvo sorpresa, se convertirá en el nuevo primer ministro.
Este lunes tuvo una cita clave tras una reunión de varias horas con el rey Felipe. El jueves volverá a Palacio, donde presentará un informe definitivo sobre las posibilidades de formar lo que se ha dado en llamar “coalición Arizona” (por los colores de la bandera del Estado estadounidense) y conformarían su partido, los conservadores flamencos de la CD&V y francófonos de Engagés, los liberales francófonos del MR y los socialistas flamencos de un Vooruit cuyas propuestas en política migratoria no tienen nada que envidiar a la derecha más dura y cuyo líder, Conner Rousseau, dimitió temporalmente después de unas declaraciones racistas.
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El rey Felipe (en Bélgica el monarca tiene un papel de mediador en las formaciones de gobierno mucho mayor que en cualquier otra monarquía europea) dio a De Wever tres días. El jueves debe volver. Es un plazo perentorio, fuera de lo habitual, cuando cada decisión toma semanas en las formaciones de gobierno. Se trata de meter presión a los negociadores reduciendo los plazos, probablemente a petición del propio De Wever, que ve el acuerdo al alcance de la mano.
La bronca está sobre todo en la política económica y, a petición de los socialistas flamencos, que tienen que dar a su electorado algo que echarse a la boca a cambio de aceptar ir de la mano de todas las derechas al gobierno, de un nuevo impuesto al capital, una tasa sobre las plusvalías ahora inexistente. Porque todos esperan que el nuevo gobierno recorte gasto social, sobre todo en Sanidad. Si los negociadores ceden y De Wever puede presentarse el jueves ante el monarca con un preacuerdo, esa será la señal del visto bueno político de los partidos. A partir de ahí faltará redactar un programa común de gobierno para cuatro años, repartir ministerios y decidir quién será el próximo comisario europeo a propuesta de Bélgica.
A cambio de gobernar con el apoyo de las derechas francófonas (en la parte francófona de Bélgica no existe extrema derecha parlamentaria, no hay ni un concejal), De Wever renuncia a la gran reforma del Estado que pide su partido desde hace lustros para convertir a Bélgica en una Monarquía confederal y a la Administración central en una cáscara vacía. Tendrá que aceptar pequeñas transferencias de competencias a las regiones, que se harán llamar “simplificaciones” del funcionamiento de la Administración central.