Yo trabajé en Bankia y en una de las entidades que fueron su origen, también soy –y siempre seré— maratoniano, he finalizado 29 maratones, con cada uno de los días de entreno que ello exige, sé del esfuerzo que supone recorrer cada kilómetro del camino, y también de la entrega que supone ganar la confianza de un cliente; sé lo duro que es caer en una lesión y la constancia que exige su recuperación; sé lo que es perseguir un objetivo comercial y sentir la satisfacción de conseguirlo; he vivido la alegría de mejorar mis marcas atléticas y también la decepción de no hacerlo; me he alentado con el crecimiento del negocio de las sucursales bancarias que dirigí y me he entristecido cuando las cosas empezaron a no ser como siempre debieron de continuar siendo en aquella caja de ahorros. Y, hoy, cuando veo la campaña publicitaria en la que ese corredor, en la noche, llega hasta los pies de la Torre Bankia y mira hacia ella, no me veo representado, algo me lo impide, seguramente son los cientos de miles de clientes fieles que vieron desaparecer sus ahorros, hasta 3.000 millones de euros, en su salida a Bolsa de julio de 2011, o los preferentistas que no han conseguido recuperar su inversión con un arbitraje “subjetivo” y están pendientes de demandas judiciales en los tribunales, por 1.523 millones de euros, o los 539 empleados despedidos forzosos cuando había 1.200 peticiones de salidas voluntarias solicitadas, o los 40.000.000 de españoles que han tenido que dedicar más de 500 euros por cabeza a un rescate público que no será óbice para que esa entidad vuelva a ser privatizada a un precio muy inferior al mismo.
Está bien pensar en el futuro, pero no solo hay sudor y esfuerzo en Bankia hoy, lo hubo antes y mucho. Las esperanzas de miles de personas quedaron enterradas bajo esos cimientos.
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Mario Martín Lucas es socio de infoLibre
Yo trabajé en Bankia y en una de las entidades que fueron su origen, también soy –y siempre seré— maratoniano, he finalizado 29 maratones, con cada uno de los días de entreno que ello exige, sé del esfuerzo que supone recorrer cada kilómetro del camino, y también de la entrega que supone ganar la confianza de un cliente; sé lo duro que es caer en una lesión y la constancia que exige su recuperación; sé lo que es perseguir un objetivo comercial y sentir la satisfacción de conseguirlo; he vivido la alegría de mejorar mis marcas atléticas y también la decepción de no hacerlo; me he alentado con el crecimiento del negocio de las sucursales bancarias que dirigí y me he entristecido cuando las cosas empezaron a no ser como siempre debieron de continuar siendo en aquella caja de ahorros. Y, hoy, cuando veo la campaña publicitaria en la que ese corredor, en la noche, llega hasta los pies de la Torre Bankia y mira hacia ella, no me veo representado, algo me lo impide, seguramente son los cientos de miles de clientes fieles que vieron desaparecer sus ahorros, hasta 3.000 millones de euros, en su salida a Bolsa de julio de 2011, o los preferentistas que no han conseguido recuperar su inversión con un arbitraje “subjetivo” y están pendientes de demandas judiciales en los tribunales, por 1.523 millones de euros, o los 539 empleados despedidos forzosos cuando había 1.200 peticiones de salidas voluntarias solicitadas, o los 40.000.000 de españoles que han tenido que dedicar más de 500 euros por cabeza a un rescate público que no será óbice para que esa entidad vuelva a ser privatizada a un precio muy inferior al mismo.