IGUALDAD

Más rojas y más vivas que nunca: cinco republicanas que hicieron historia para combatir la desmemoria

María Domínguez, María Camino Oscoz Urriza, Lina Ódena, Trinidad Gallego y Manuela Luque Albalá.

Cuando la tricolor ondeó por primera vez en plazas y ayuntamientos, las mujeres apenas empezaban a soñar con hacer política en las instituciones. Era 14 de abril de 1931. El proyecto de construir una II República se hacía tangible, también gracias a ellas. Muchas venían de dar la batalla en los movimientos obreros, en sindicatos o en el corazón de formaciones políticas, casi siempre a la sombra de sus compañeros. Otras trataban de sembrar futuro en las escuelas, en las cárceles o sosteniendo sobre sus hombros el peso de los hogares. A partir de aquel abril, las mujeres comenzarían a avanzar hacia nuevos caminos esperanzadores, pero la historia se encargó pronto de amordazarlas y de borrar su huella.

La historiadora Adriana Cases estima fundamental recuperar no sólo las biografías de las mujeres que consiguieron convertirse en líderes políticas, sino también la batalla de las "gentes del común, personas normales que lucharon por la democracia, aun sin tener cargos importantes". En conversación con este diario, insiste en que la construcción de horizontes más justos no sería posible sin las militantes, pero tampoco "sin las modistas que tejían para sus compañeros, sin las maestras y sin las amas de casa".

Marilar Aleixandre, escritora y autora de Las malas mujeres, coincide en que los avances que comenzaban a germinar antes del golpe fueron fruto también del esfuerzo de las mujeres. "Hubo muchas que lucharon activamente, militantes de base implicadas, algunas ni siquiera tomadas en consideración por sus compañeros", recalca. A partir de ahí, se forja la desmemoria. "El olvido empieza por las propias organizaciones que no quisieron que las mujeres tuvieran puestos de responsabilidad", completa la historiadora.

El resto es historia: el franquismo se configuró como "la losa que pesa sobre la visibilidad de la movilización femenina". Y en ese contexto, aprecia la escritora, la represión que sufrieron ellas también fue específica: "Fueron violadas, rapadas, les dieron aceite de ricino y a muchas les arrebataban a sus hijos". La tarea ahora, coinciden las expertas, pasa por comenzar a llenar las páginas en blanco, un imperativo que se torna más necesario si cabe en la actual coyuntura, marcada por la amenaza reaccionaria que ataca especialmente a los derechos de las mujeres.

Paulina Ódena, miliciana hasta la muerte

La de Lina Ódena es la historia de un símbolo. Nació en 1911 en el seno de una familia humilde, en un barrio de Barcelona. Fue, precisamente, la llegada de la II República la que prende la mecha de su compromiso político. Ódena se afilia a las Juventudes Comunistas y se convierte en uno de sus miembros con mayor proyección. Fruto de esa militancia, la joven se traslada junto a sus camaradas a la Unión Soviética, donde permanece alrededor de un año.

En suelo catalán, la joven participa activamente en los disturbios que se originan con motivo de la Revolución de octubre de 1934. En aquel momento ya era secretaria general de las Juventudes Comunistas de Cataluña y candidata parlamentaria. Ódena mantendría intacto su compromiso político durante su corta vida, participando en encuentros fuera de las fronteras y tejiendo junto a otros compañeros una red internacional comunista. También arroparía a Dolores Ibárruri durante la campaña del Frente Popular, en 1936. Todas las miradas se concentraban en ella y en el futuro prometedor que parecía tener por delante. Un porvenir que quedaría definitivamente truncado con el estallido del golpe.

El inicio de la guerra sorprendió a la joven catalana en Almería. Desde entonces, ya nunca se quitaría el uniforme de miliciana. Ódena empuñó las armas y participó decididamente en la defensa de la República, hasta septiembre de 1936. Asediada por un control falangista y sabiéndose vencida, la comunista cogió con firmeza su revólver y se suicidó disparándose en la sien. Tenía sólo 25 años.

María Domínguez Remón, la primera alcaldesa

Cuando María Domínguez Remón nació, nadie se habría atrevido siquiera a insinuar que aquella niña llegaría a alcaldesa. Aunque se vio obligada a dejar la escuela para empezar a trabajar, la joven de Pozuelo de Aragón (Zaragoza) no renunció al aprendizaje constante. "En cuanto pude, me pusieron a trabajar. Iba a espigar, a vendimiar, arrancar trigo y cebada, a recoger olivas. En los ratos libres deletreaba todos los impresos que caían en mis manos, romances de ciego, libros, cuentos de la escuela y cosas así", explicaba en una entrevista.

A los dieciocho años se vio obligada a dejar su vida en manos de un hombre que se convertiría en su marido, pero también en su maltratador. Los golpes, las vejaciones y las humillaciones constantes la empujaron a poner tierra de por medio: huyó del horror a principios de siglo y aterrizó en Barcelona. Allí consiguió ir labrando un futuro propio que canalizó a través de una carrera como maestra, que conjugaría con la firma de artículos políticos, casi siempre bajo pseudónimo.

"El mundo está dividido en castas y clases. Esta división injusta ha llenado de privilegios a los unos y ha desposeído de todo su derecho a los otros. No hay razón de derecho ni de justicia para que tal ocurra, y, sin embargo, esta desigualdad ha hecho que unos cuantos se erijan en señores, mientras que la otra parte (los más), sean desheredados; que mientras los señores huelgan plácidamente, los desheredados, los que nada poseen, trabajen, para que los señores coman de lo que producen los desheredados", pronunció en su discurso La mujer y el socialismo.

Una vez afincada en Gallur (Zaragoza) con su segundo marido, después de participar en eventos organizados por el Partido Republicano Radical Socialista, consigue tocar poder. En 1932, tras una crisis en el consistorio, el gobernador civil pone en marcha un gestora municipal y la nombra presidenta. Se convierte así en la primera alcaldesa en periodo democrático. "¿Considera usted apta a la mujer aragonesa para el mando de los pueblos?", era interpelada en otra entrevista. "¿Por qué no? La mujer puede tener autoridad. No es la mujer; no es la persona quien manda. Es la ley. Y la ley la sabe hacer respetar, desde luego, una mujer aragonesa", respondía ella sin titubear.

Pocos meses después, se vería obligada a abandonar el cargo por un cambio normativo que afectaba a las comisiones gestoras. El golpe la llevaría de vuelta a su pueblo natal, donde se refugió en casa de su hermana. Las autoridades franquistas no tardaron en localizarla y encarcelarla. En septiembre de 1936, fue asesinada y arrojada a una fosa en el cementerio de Fuendejalón. Tenía 54 años. Sus restos fueron hallados ocho décadas más tarde.

María Camino Oscoz Urriza: la maestra audaz y valiente

En un pequeño barrio de Iruña, en abril de 1910, nació María Camino Oscoz Urriza. Se formó, como tantas otras mujeres de su generación, en la docencia. En 1930 empezó a ejercer como maestra en el pueblo de Güesa, en el Valle de Salazar. Pronto se convertiría en una de las piezas que dieron forma al proyecto republicano en las aulas, asentado en la defensa de la igualdad, la educación pública y la transmisión de conocimiento. En 1932, participaría en la Semana Pedagógica organizada por la República en Nafarroa.

Tres años más tarde, pasa a formar parte de la organización Socorro Rojo Internacional, configurada como red de asistencia a los represaliados tras la Revolución de 1934. La joven compaginaba su labor pedagógica en las aulas con su militancia política en el seno del Partido Comunista –del que fue secretaria– y del sindicato UGT. Fue detenida y encarcelada con 26 años.

Camino Oscoz vivió en sus carnes la crudeza de la represión: le suministraron aceite de ricino, la raparon y la maltrataron durante horas. El castigo fue ejemplarizante. Con las ropas rasgadas y el cuerpo magullado, los falangistas la pasearon por las calles de la capital navarra. Días después, sería tiroteada en medio de la carretera de Urbasa. Su cuerpo, arrojado al vacío, todavía no ha sido encontrado. 

El escritor Pío Baroja recogió la historia de la joven maestra: "Se llamaba María del Carmen Oscoz, y yo supe de su existencia, porque en el comienzo del año 1936 me empezó a escribir unas cartas en las que se mostraba anticlerical y entusiasta del comunismo, cartas de persona inteligente. Esta pobre muchacha leía mis libros, creía que yo estaba equivocado al no identificarme con el entusiasmo comunista. La maestra era audaz y valiente. En el pueblo parece ser que había un cura que la perseguía. Ella pintaba a su perseguidor como a un monstruo. La maestrita fue a varias reuniones, y al comenzar la revolución la detuvieron y la llevaron a la cárcel de Pamplona. Algunos días después la sacaron en un camión, y en medio de la carretera la mataron los carlistas, tirándola al suelo y disparando sobre ella varios tiros. Después arrojaron su cadáver por un barranco. ¡Qué crueldad más baja!"

Manuela Luque Albalá y la militancia invisible

Madrileña de nacimiento, Manuela Luque Albalá desarrolló el grueso de su actividad política en Alicante. Allí protagonizó alguno de los discursos más avanzados de su época, conjugando su firme convicción progresista con aspiraciones genuinamente feministas. Defendió a ultranza la participación de las mujeres como sujetos políticos, no sólo a través del sufragio, sino también en las entrañas de las instituciones. Durante la II República formó parte de la organización Unión Republicana Femenina, fundada por Clara Campoamor, llegando a presidir la agrupación alicantina.

La joven militaría también en Izquierda Republicana y más tarde participaría en la creación de Socorro de la República, una organización que en 1935 se transformaría en Pro-Infancia Obrera de Alicante, donde llegarían decenas de niños procedentes de suelo asturiano tras la Revolución de octubre. Pese a dedicar el grueso de su vida a la defensa de la participación femenina en la vida política, su pretensión de postularse como candidata a las elecciones generales de 1936 por el Frente Popular se vio frustrada: Manuela Luque Albalá nunca conseguiría atravesar las puertas de las instituciones. 

Durante la guerra dedicó todos sus esfuerzos en atender a los heridos, fundamentalmente en las sedes alicantinas de la Cruz Roja y del Socorro Rojo Internacional, pero también contribuyó a alimentar la cultura general de las mujeres. Poco antes de la victoria de los golpistas, partió hacia el exilio. Murió en México a la edad de 82 años.

Trinidad Gallego, la presa comprometida con las enfermas

Trinidad Gallego nació en una portería del madrileño barrio de Salamanca. El habitáculo era regentado por su abuela y en él se había instalado su familia, así que era al mismo tiempo centro de trabajo y hogar. Gallego se formaría como enfermera y matrona, profesión que le sirvió para, con dieciocho años, participar en las tareas de ayuda a los niños asturianos refugiados tras la Revolución de 1934.

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Militante del Partido Comunista, un año antes de la guerra organizó junto a otras compañeras el Comité de Enfermeras Laicas. Fue la trinchera desde la que protestó enérgicamente contra el monopolio de las plazas de hospital por parte de las órdenes religiosas. Con el levantamiento militar, sus manos sirvieron para dar resguardo a los heridos que llegaban al hospital clínico de la calle Santa Isabel, donde la enfermera se incorporó siguiendo instrucciones de su partido.

A partir de entonces, los años durante los que se prolongó la guerra los dedicó a atender a los enfermos. Hasta que fue detenida en abril de 1939. Ingresó en la prisión de las Ventas junto a su madre y su abuela, donde las presas pasaban los días hacinadas entre rejas. Las tres fueron condenadas a treinta años de prisión, tras la denuncia de un vecino de la portería.

Ni siquiera durante el tiempo que permaneció privada de libertad dejó de socorrer a las enfermas. En cada cárcel que habitó, la madrileña se dedicó a atender a las mujeres y a sus hijos, asistió partos y batalló por las condiciones higiénicas y sanitarias de las encarceladas. Trinidad Gallego sería condenada a transitar por distintas prisiones del país durante los siguientes años, a pesar de que una revisión de la sentencia condenatoria decretó su revocación. Siete años y medio después, ya en libertad, la enfermera sufrió los abusos de un reputado cirujano: "Fue la peor época de mi vida. Ese doctor abusó de mí en la clínica muchas veces y yo no tenía a quién quejarme. ¿Quién iba a creer a una expresa comunista y no a un doctor de familia de derechas? ¿A quién denunciabas?", se preguntaría tiempo después. Siguió reivindicándose como comunista hasta el día de su muerte, en 2011. "No soy una excepción, éramos miles de mujeres a las que nos ha pasado de todo, cuando no cosas peores", proclamó en una de sus últimas entrevistas.

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