Qué cara tienen

Mariano Velasco

La cuestión, en sí, es la política del poder materializada en los votos. Y para agradecer y mantener a futuro esos votos del triunfo, nada mejor que actuar con arreglo a lo que la gente quiere oír. Bueno, sí, me corrijo, hay algo ciertamente mejor: trasladar ese agradecimiento a los Boletines oficiales; esto es, legislar con arreglo al interés particular de determinados colectivos o grupos de presión —garantizados palmeros del poder dominante—; esto es, utilizar la política en la línea que esos lobbies defienden y quieren oír, aunque ello sea contrario al interés general.

Y esto es lo que está sucediendo de nuevo, concretamente en Andalucía, donde el gobierno del PP, con el apoyo de Vox, con tal de premiar a sus incondicionales votantes en unos cuantos ayuntamientos, acaba de dar luz verde a la tramitación por la vía de urgencia de una ley de legalización de pozos y regadíos ilegales en el entorno de Doñana. Y eso, a sabiendas de que es incompatible con el mantenimiento y conservación del Parque Natural; de que se sobreexplotará aún más el acuífero subyacente ahondando el modelo agrario de insostenibilidad, y que se enfrentará, ineludiblemente, a sanciones millonarias de la Unión Europea y a recortes y suspensiones de ayudas y créditos internacionales por no respetar las directrices en relación a la transición ecológica y energética; es decir, por apartarse de las directrices medioambientales de Bruselas y de instituciones mundiales como la ONU, el BM, o el FMI.

Pero, claro, todo eso no llegará en el corto plazo de la inmediatez; y ahora, lo que procede e interesa al Gobierno andaluz es pagar los estipendios debidos a los barones provinciales y hacer los consabidos guiños a sus partenaires ideológicos de Vox, todo ello con miras a las próximas convocatorias electorales que fija el calendario actual.

Hace tres años que la Unión Europea declaró la emergencia climática. Y los populares europeos, con Von der Leyen a la cabeza, enarbolaron las directrices proteccionistas que habrían de integrar las políticas comunes. La crisis climática y energética es incuestionable para los conservadores europeos, y la lucha contra sus efectos y en favor de la transición, un principio ideológico añadido a su acervo.

¿Cómo puede el PP de Feijóo mostrar tibieza en esta línea, tanto como para admitir que barones díscolos como Moreno Bonilla, o Ayuso, no solo se sitúen en el discurso de los negacionistas, sino que actúen abiertamente legislando en esa dirección?

Pues solo hay una razón: el PP sabe a ciencia cierta que solo podrá alcanzar el poder en determinadas comunidades y ayuntamientos en coalición con Vox, y con toda probabilidad, lo mismo le podría ocurrir a la futura formación de un gobierno nacional.

La proliferación y crecimiento imparable de los regadíos es una realidad en todo el panorama agrario español. Eso es algo que conozco bien. Al igual que las consecuencias medioambientales que ello genera. No en vano nací y he vivido siempre en una tierra pionera en estas lides: La Mancha, una tierra donde la proliferación del riego con aguas subterráneas y la multiplicación exponencial de la superficie de regadío deviene desde décadas atrás con la subsiguiente sobreexplotación.

¿Y qué ha ocurrido, empero? —podría preguntarse el lector—. ¡Nada grave ni demoledor cuando el modelo ha perdurado en el tiempo! —responderían los adalides de este asunto—. Pero todo es cuestión de apreciación.

Porque hoy la mayor parte de la agricultura manchega se concentra en las pocas manos de la nueva casta social de los “aguatenientes”, un poder económico y fáctico de extraordinaria dimensión. Mientras tanto, se condenó a la agricultura familiar de secano y la pequeña explotación (miles de familias) a la condición de una subsistencia de mínima rentabilidad que carece de sucesión.

Hoy la mayor parte de la agricultura manchega se concentra en las pocas manos de la nueva casta social de los “aguatenientes”, un poder económico y fáctico de extraordinaria dimensión

Pero también, hoy, La Mancha es una tierra sin ríos, sin tablas, sin lagunas ni charcones, que ha reducido aquel patrimonio natural de más de veinticinco mil hectáreas de zonas húmedas a la mera expresión de unos centenares de ellas que solo podemos mantener a “golpe de grifo” por medio de tuberías y trasvases, con el solo fin de poder seguir diciendo que todavía existe el parque nacional de las Tablas de Daimiel o la Reserva de la Biosfera de la Mancha Húmeda. Y menos mal que aún nos queda Ruidera, conservada, eso sí, a base de subvenciones millonarias a los nuevos caciques, esos “aguatenientes” que dominan y poseen casi toda la altiplanicie del Campo de Montiel.

Así que, sí; sí que pasan cosas cuando se vuelve la espalda a la realidad, cuando se niega el cambio climático, cuando se legisla con interés y conveniencia política en lugar de con el interés general. Lo he visto en mi tierra. Y lo veré de nuevo otra vez, aunque ahora en Doñana. Y después… ¿Qué será lo siguiente que habremos de ver?

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Mariano Velasco es socio de infoLibre

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