Sin duda lo que más sobrecoge de las imágenes que estamos viendo de la catástrofe es la inexistencia de precedentes en nuestro imaginario porque nuestro cerebro por mucho que escarba no encuentra asideros en nuestro pasado que sean reales, que sucedieran realmente.
Estamos en guerra, y no solamente en Gaza o en Ucrania; estamos en guerra con la naturaleza, la hemos cabreado tanto que se rebela... Pero la destrucción que emana de la guerra es una destrucción sin paliativos que se cierne sobre el "constructo" humano, es consecuencia de la fuerza bruta creada por el hombre como un sucedáneo más que es de la naturaleza; pero cuando ésta se desata su destrucción es quirúrgica, se cierne sobre la tierra, es decir sobre el nutriente básico de lo humano sin el cual no hay vida posible, de ahí que sus avisos sean más certeros y por ende mortíferos, porque de la muerte surge la vida y la vida forma parte de la muerte; por eso no pueden caer en saco roto...
Estamos en guerra y no solamente en Gaza o en Ucrania; estamos en guerra con la naturaleza, la hemos cabreado tanto que se rebela
En cualquier caso, esas imágenes de aniquilación que hemos visto y estamos viendo, en ese imaginario nuestro que busca antecedentes, nos remiten a un regreso a catástrofes conocidas de nuestra infancia por las revistas ilustradas o la radio (recuerdo el desbordamiento del Turia en 1957, las inundaciones en Murcia, mi tierra, más o menos por las mismas fechas) y después por los noticiarios en blanco y negro de la tele o del No-Do de riadas e inundaciones en otros países lejanos, es decir un regreso al barro, a las paredes desconchadas y a la hojalata del tercer mundo que creíamos definitivamente extirpadas de nuestras vidas... ¿Cómo es posible, nos preguntamos, que asistamos en pleno siglo XXI a un espectáculo por medieval tan deprimente?
La única diferencia que encuentro entre ese imaginario medieval que nos invade y la realidad que vemos es que ahora ya no hay animales muertos como antaño con las ubres a punto de estallar diseminados por los campos embarrados: ahora sólo vemos una acumulación ingente de chatarra, de mierda artificialmente construída por nosotros a modo de chupa-chups para seguir manteniendo una ilusión de libertad y seguir así endulzando nuestra existencia mientras con sordina somos indefectiblemente llevados al matadero...
Nada más patético en cuanto a imagen que esa acumulación de carrocerías de todos los colores del iris taponando calles, de coches sobre las vías del tren o sobre parques infantiles en falsos equilibrios de plomadas que parecen haber detenido el tiempo, símbolos de la civilización chatarrera a la que pertenecemos, en la que el héroe es el chamarilero de turno, ese mismo que ahora por casualidad se anuncia por mi calle, y que lleva una guadaña de oro porque lo más artístico y creativo (y hay que tener talento para ello) es vivir del desecho y del detritus humano, de la basura y de la mierda de los demás que no son yo; pero es que además no puedo quitarme de la cabeza a esas otras víctimas, encontradas muertas en un garaje por haber querido poner a salvo sus coches... ¿qué impulso, me pregunto, les ha llevado a preferir salvar "su" coche antes que a su vida?
No sé si aprenderemos alguna vez de nuestra desgracia; lo dudo, porque aún no hemos escarmentado de los miles de muertos de la pandemia y hay quien se dedica día a día a fabricar chupa-chups cada vez más atractivos, y pululan por doquier muy cerca de nosotros, libertarios ácratas del "sálvese-quien-pueda-pero-yo-primero-por favor", y predicadores sectarios de la sumisión a beneficio de rebaño...
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Javier Herrera es socio de infoLibre.
Sin duda lo que más sobrecoge de las imágenes que estamos viendo de la catástrofe es la inexistencia de precedentes en nuestro imaginario porque nuestro cerebro por mucho que escarba no encuentra asideros en nuestro pasado que sean reales, que sucedieran realmente.