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Solo cuarenta millones de libros, Gabriel

Fernando Pérez Martínez

Éste es el guarismo asombroso que nos dejó el longevo Premio Nobel de literatura colombiano recientemente fallecido. El Cervantes de nuestra época, el superventas de las imprentas literarias de nuestros días expiró exhausto tras conseguir imprimir en más de treinta lenguas cultas de nuestro planeta nada más y nada menos que cuarenta millones de ejemplares sobre papel. ¿Un nuevo record de difusión de papel y tinta impresa en nuestra era?

Se fue Gabriel García Márquez, quedó, queda su creación hecha de fantasía y tesón, su mirada sobre el mundo que fue, que es, contada con su peculiar acento capaz de reflejar la realidad abúlica y gastada en asombrosa versión al borde de lo increíble, tocada de la personal manera de mirar lo que todos vemos, de una manera tan atractiva que no encontramos otro modo más acertado de referirnos a esa realidad que nos transmite que calificándola de “mágica”.

Lo que dicen sus palabras no es más que lo que todos los días vemos ante nuestras narices y cansados de ver lo mismo día tras día dejamos de mirar porque ya sabemos lo que sucede, hasta que llega un Gabriel y nos lo cuenta como si fuera la primera vez que esos sucesos triviales, gastados tras milenios de repetirse, ocurrieran por primera vez en el planeta, y ante nuestros ojos, asombrándonos, sobrecogiéndonos.

El reconocimiento de sus lectores no es hacia qué realidad nos transmiten sus palabras sino al cómo nos entera de esa realidad que ya sabemos: el amor, el drama, la mezquindad, la torpeza, el valor… Los mimbres con que se teje la vida de hombres y mujeres cuajada de errores y aciertos. Pero por primera vez apreciada, gustada en otra clave, interesándonos en la realidad archiconocida por venir envuelta en palabras normales, pero contada de modo nada habitual.

¡Cuarenta millones de ejemplares! Casi un libro para cada español nada menos. ¡Menuda cifra! Consideremos que cada ejemplar ha sido leído por cuatro personas sucesivamente. Uno adquiere un ejemplar, lo lee y lo pasa a otros ojos ávidos que tras leerlo, un poco ajado el papel de sus páginas, lo cede a su vez a un tercer lector, con la cubierta tal vez un poco rayada, con los bordes de las hojas con muestras de haber sido pasadas una a una de nuevo y éste tras repetir el ritual conocido de la lectura, lo pasa a un cuarto.

Serían ciento sesenta millones de lectores, ciento sesenta pares de ojos los que se han deslizado letra a letra por los kilómetros de líneas perfectamente ordenadas, repitiendo los sucesos que allí quiso Gabriel guardar para quienes, pertenecientes a la minoritaria y secreta especie de los lectores, pudieran encontrarle aguardando para ponerles al corriente de lo sucedido a Aureliano o a cualquiera otro de los personajes que habitan silenciosos el universo literario y vital creado en exclusiva para ser revelado privadamente, en franquicia para sus ojos.

El planeta que habitamos dicen que está poblado por más de siete mil millones de humanos, de los cuales tan sólo cuarenta millones o a lo sumo ciento sesenta millones, en el supuesto anterior, han tenido el privilegio de acceder personalmente, sin intermediarios, a las palabras que el autor eligió una a una para contar de primera mano su experiencia del mundo. Tan sólo cuarenta o ciento sesenta millones de desconocidos, hablantes de más de treinta lenguas diferentes, diseminados anónimamente por toda la superficie del globo terráqueo. Camuflados entre seis mil ocho cientos y pico millones de extraños que no tienen noticia de lo que cuenta Gabriel, o todo lo más les llegó el eco cinematográfico, la adaptación, el resumen, la versión censurada, políticamente correcta. Seis mil ochocientos cuarenta millones que conocen de la narración de Gabriel lo que alguien decidió que podían saber, que con eso tenían más que suficiente. Seis mil ochocientos cuarenta millones de humanos que o no pudieron acceder a la palabra original por la hambruna intelectual que oprime al planeta, o que dócilmente se dejaron contar por “otros” lo que dicen que dijo Gabriel.

Gabriel murió lejos de su tierra natal, encontró refugio y calor en Méjico como tanto perseguido de habla española, huyendo de la extorsión y de la persecución por ser como era, por pensar lo que pensaba. ¿Quién contará esto a seis mil ochocientos cuarenta millones de humanos esparcidos por los cinco continentes?

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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