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De la micromovilización a la macromovilización electoral

Felipe Domingo

Hace unos días, rompiendo mi costumbre horaria, tomaba una caña a las 11 de la mañana, en una terraza soleada. A mi lado, otro jubilado tomaba una Coca-Cola, mientras cada uno leía su periódico, yo El País y él, el ABC. Sin conocernos, coincidimos inmediatamente en jurar contra el ruido que de pronto se nos vino. En una fachada cercana de la calle de Fuencarral de Madrid donde nos encontrábamos, unos obreros comenzaron su tarea para preparar un andamio de estructuras metálicas, las comunes, que, al mover, trasladar, emparejar y montarlas, hacían un ruido altísimo e insoportable.

Por suerte, el ruido duró poco, pero nos dio para intercambiar unas palabras, entre otras, cómo muchas terrazas están situadas a pie de calle a las que llegan los ruidos y humos de los coches y perjudican gravemente la salud, amén de entorpecer el paso de los viandantes. Muchos madrileños lo soportan todo. Nuestra coincidencia acabó ahí. A la mesa de mi ocasional contertulio (médico, según me confesó) llegaron otros tres conocidos, los cuales, después de saludarse amigablemente, comenzaron a hablar sobre las próximas elecciones, mientras yo me dedicaba distraído a pegar la oreja a algunos de sus comentarios: que si julio, que si el calor, que las vacaciones. ”Me tendré que hacer 230 km desde La Roda, pero vengo seguro, vamos, segurísimo”, dice mi anterior contertulio. “Pues en el círculo en el que me muevo, dice otro, vendrán todos, y algunos se harán más de 500 km”. Entre comentarios diversos, no todos audibles, la frase “ese hijo de puta” voló varias veces en el aire. Ciertamente votantes de derechas.

Mi deducción: los votantes de las derechas no desperdiciarán sus votos, no dejarán de votar así haga 40 grados ese día. Los votantes de derechas están movilizadísimos. Todas las críticas a la fecha de las elecciones que hace el Partido Popular (menos participación, difícil de encontrar interventores y apoderados, etc) no son porque piense que sus votantes les van a fallar y preferirán las vacaciones y la buena vida antes que votar, sino para desanimar a los votantes progresistas y de izquierda, y yo diría, especialmente a los jóvenes y a las mujeres. Y a las familias completas que, con la tortilla y los filetes empanados en las fiambreras, y que han recibido ayudas sociales de este Gobierno, prefieran ir a las playas, antes que votar. El resumen de la insistencia en este mensaje de los dirigentes del Partido Popular lo ofrece González Pons: “El Presidente del Gobierno es un tramposo porque quiere que el 23-J la gente no vaya a votar”. Mezcla el insulto con ese mensaje negativo.

Por el contrario, acertar en los mensajes positivos, urgir, movilizar a los votantes progresistas y de izquierdas es el gran reto de estas elecciones para consolidar un Gobierno socialdemócrata que palíe la desigualdad frente a la certeza de que el neoliberalismo crea desigualdad. Y las desigualdades económicas, sociales, de género, causan riesgos en la salud. Y no hay lugar a hipótesis intermedias o de centro.

La democracia será solo una etiqueta si se impone la ola reaccionaria que recorre Europa y el mundo, en la que el poder legislativo y el judicial estarán sometidos al ejecutivo

Para que se palpe el cambio de ánimo, y las emociones salgan a flor de piel, hay que insistir en que la maniobra política de Pedro Sánchez, convocando las elecciones, ha sido acertada. Lo aprueba el 64% de los españoles, según encuesta de laSexta. Los votantes progresistas, demócratas, constitucionalistas y de izquierdas, tenemos que mantener y aumentar la confianza y la esperanza en las políticas de progreso y bienestar que en estos años de dos graves crisis este Gobierno nos ha dado y transmitirlas a los vacilantes. Oía a un tertuliano, de tres al cuarto, una mañana decir que “los dos minutos de aplausos que dieron a Sánchez los diputados y senadores eran por una derrota, algo inconcebible”. Están para desanimar. Ese es su objetivo. Frente a ese discurso interesado debemos oponer que los verdaderos constitucionalistas somos los progresistas. Hay que modificar el humor derrotista por un estado de ánimo victorioso. Es una tarea titánica de todos y cada uno. Todos los medios de comunicación audiovisuales y escritos conservadores y de derechas van a insistir en este asunto: “Huelga de manos caídas en el PSOE para la campaña del 23-J. En las sedes culpan a Sánchez y reducirán la movilización de la militancia y el voto postal” dice La Razón. Las conductoras y tertulianos de los programas de las cadenas Mediaset y Atresmedia son maestras en desanimar, en manipular, en lanzar bulos (a diario señalan la okupación como un problema gravísimo), en tergiversar la realidad, con Susanna Griso a la cabeza en el servicio a los intereses de sus dueños. Si el domingo día 4 Antena-3 dice que los alquileres han subido tres veces por encima de los salarios, o quince veces más, dice La Razón, lo que es verdad, con esa diferencia exagerada, mañana combatirán que el tope a los alquileres es inútil o perjudicial porque disminuirá el alquiler, con lo que pretenden echar siempre toda la responsabilidad al Gobierno. “Periodistas, la objetividad ha muerto”.

Se discute mucho si esta campaña ha de ser racional o emocional y cuánto de racional y emocional. En esto, las derechas han tomado la delantera, porque llevan más de tres años haciendo una oposición emocional, con la que ETA, Bildu, el comunismo y el separatismo y, al contrario, la identificación de “Madrid con España”, estilo Ayuso; o entre “España y Sánchez”, que dice el provinciano Feijóo, que por no saber inglés ni tiempo para aprenderlo, lo que, por otra parte, pasados los 50 años, es imposible lograrlo, según los lingüistas, debía ser causa suficiente para no aspirar a ser Presidente o inelegible para la mayoría de los españoles. Han ampliado un nacionalismo español, el cual pretende destruir nuestra vieja y dilatada historia y las diversas bases geográficas y culturales de siglos de desarrollo. 

Se mezclará la campaña en positivo y en negativo si por eso entendemos enfrentar las emociones. Es lo lógico. Frente a los que dicen —y está extendido entre las izquierdas— que la mención a que viene al fascismo o el franquismo ya no es eficaz, nos olvidamos de los años durísimos de la posguerra, de los represaliados que quedan vivos todavía, de los que quedan todavía enterrados en fosas comunes y cunetas, cuya memoria no han olvidado muchos compatriotas, amigos y familiares. La democracia será solo una etiqueta si se impone la ola reaccionaria que recorre Europa y el mundo, en la que el poder legislativo y el judicial estarán sometidos al ejecutivo. 

Con estas advertencias y reflexiones, paso a aconsejar lo urgente, lo que tendría que hacerse en este mes de junio, antes de la campaña en sí: Grandes movilizaciones.

Primero, tarda ya el acuerdo de unidad en torno a Sumar, sin anunciarlo cuando escribo este domingo cuatro de junio. La unidad tiene que lograrse igual que ha logrado este Gobierno de coalición sobrevivir a todos los ataques múltiples e inmensos externos (y algunos internos) que desde que se constituyó ha tenido. Con esa defensa del Gobierno de coalición, todos los ministros y ministras que han participado en él tienen que ir en las listas electorales con posibilidades de repetir, si ellos quieren. Si se descartan voluntariamente, como Nadia Calviño o Alberto Garzón, de su decisión no se tienen que sacar conclusiones para otros u otras ministras. Repito, la defensa del Gobierno de coalición obliga a sus partidos, a los partidos que lo han apoyado y a los españoles que lo han respaldado.

Segundo, las movilizaciones no deben esperar a la campaña, al contrario. Este mes de junio, Sumar tiene que movilizar masivamente, para lo que hay que lograr:

a) Exponer públicamente a Yolanda Díaz a un acto del estilo que hizo Podemos el 31 de enero de 2015 (si no me equivoco de fecha y año) en la Puerta del Sol. Y lo mismo en tres o cuatro capitales más. Se puede. Solo se necesita propaganda y organización. Y ganas, copiando a Ayuso. La unidad no es suficiente, porque se ha creado mucha desconfianza entre los votantes progresistas y queda poco tiempo para levantar los ánimos.

b) Actos parecidos exclusivamente para las mujeres y el feminismo, sobre todo el joven, cuyo protagonismo lo debería tener Irene Montero. Junto con la Ley de la reforma laboral, que salió por los pelos, la Ley del “solo sí es sí", han sido las leyes más importantes de esta legislatura, esta última con 200 apoyos, a pesar del desprestigio de la Ley y de su protagonista. Cualquier otra visión sería el último ataque al Gobierno de coalición. El feminismo joven adora a Irene Montero. Su desplazamiento no se entendería. Querría escribir en positivo. Pero mientras escribo esto oigo a Enrique de Santiago en 24 horas, a las 6:45 de la tarde y, en sus palabras, oigo vetos, subrepticiamente. Como hacía el PCE en 1971-76, que él no recordará. Pero borren estas últimas palabras. Mi ilusión es Unidad, Unidad, sin vetos. Se puede. Ofrezco mi ayuda, si fuera necesaria. 

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Felipe Domingo es socio de infoLibre

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