Comienza 2025: la presidencia polaca del Consejo aplica el lema ¡Seguridad, Europa! Ruth Ferrero-Turrión
¿Por qué molesta al machismo que bajen las cifras de la violencia de género?
El descenso de las cifras de homicidios de mujeres debería ser un motivo de alegría para toda la sociedad, pero desde el machismo no lo ven así.
Cuando estos días de conmemoración del 20 aniversario de la Ley Integral contra la Violencia de Género se ha hablado de una disminución de homicidios del 19,4%, y de un descenso de la violencia física del 5,6% y de la psicológica del 15,2% en la UE, muchos machistas se han mostrado incómodos y molestos, y han saltado a las redes para atacar y hacer todo tipo de comentarios críticos con las medidas contra la violencia de género, sin embargo no han criticado nada del modelo androcéntrico ni de los hombres que la llevan a cabo.
Y no son los números los que los hacen reaccionar de ese modo, sino su significado dentro de las circunstancias actuales. El machismo no busca alcanzar un determinado número de agresiones u homicidios, sino mantener su “orden” en el que persista la desigualdad como estructura y los hombres como referencia para continuar con sus privilegios. Los números son una consecuencia del “desorden” que ellos perciben, por eso les preocupan cuando bajan.
Si nos vamos 50 años atrás, no había tantos homicidios como hoy ni tampoco se producían tantas agresiones como en la actualidad, pero existía la misma violencia contra las mujeres a través del control social, las imposiciones y la amenaza de que las agresiones y los homicidios se podían producir si ellas no se ajustaban a lo que se les imponía en la sociedad y en las relaciones de pareja o familiares. Es lo que me decía una mujer un día para explicar que ella no había sido agredida, “a mí mi marido nunca me ha puesto la mano encima… claro que yo tampoco le he dado ningún motivo”. Es decir, la agresión se utiliza cuando el control resulta insuficiente.
Los números de la violencia de género aumentan conforme las mujeres y el feminismo cuestionan el modelo androcéntrico, y se inicia un proceso de transformación social en todos los ámbitos (educativo, familiar, identitario, político, económico, laboral…) que también llega a lo jurídico con diversas leyes que consolidan dichos cambios, normas que terminan por regular contra la violencia que sufren las mujeres. Pero este último paso se produjo hace solo 20 años, y porque quienes se oponían a reconocer la violencia de género no tuvieron más remedio que apoyarlo ante el clamor social y la toma de conciencia sobre el significado que había en las agresiones y homicidios de mujeres. Porque dos años antes, en septiembre de 2002, la mayoría absoluta del PP rechazó la proposición de Ley Integral que presentó el PSOE en el Congreso de los Diputados. Fue el único partido que votó en contra en un entonces que también integraba a Vox.
Las posiciones machistas preferirían que la solución fuera detener la transformación para volver a su “orden” con la figura del hombre dominando y la de la mujer sometida, pero eso ya es imposible
Y claro, como dice el refrán, “a la fuerza ahorcan”. Pero en cuanto ha surgido la oportunidad no han dudado en pactar de nuevo con sus “hermanos pródigos” allí donde ha hecho falta, sin importarle que negaran la violencia de género y que la consecuencia fuera la supresión de muchas de las medidas dirigidas contra ella. El objetivo es recuperar el orden que evitaba los números, pues sin recursos ni ayudas, y con una cultura machista que sigue hablando de normalidad en esta violencia y responsabilizando a las propias mujeres que la sufren, muchas mujeres quedarán atrapadas en la relación violenta sin atreverse a denunciar como ocurría años atrás, y nadie verá denuncias ni tantos homicidios.
El problema que tienen estas posiciones políticas y sociales es que la transformación social es una cuestión de conciencia y de compromiso vital, no sólo una propuesta política que puede ir o no en el programa de un partido. Por lo que esta transformación a favor de la igualdad y en contra de la violencia de género es imparable con independencia de que algunos partidos la puedan intentar detener o desviar hacia otros conceptos que la oculten, como el de violencia “doméstica o familiar”. No lo conseguirán, como en su día no consiguieron derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo en 2010 cuando dijeron que lo harían; es más, el “derogado” fue el entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón.
Por eso los machistas se sienten incómodos y no quieren que se hable de una disminución de la violencia de género. El razonamiento es sencillo: la transformación social a favor de la igualdad genera un desorden en su modelo androcéntrico, este desorden debido al cambio de actitud de las mujeres conduce a que muchos hombres intenten controlarlas por medio de la violencia y a la visibilización de los casos; y los casos de violencia de género exigen la respuesta en forma de diferentes medidas, como lo fue la Ley Integral contra la Violencia de Género en 2004. Las posiciones machistas preferirían que la solución fuera detener la transformación para volver a su “orden” con la figura del hombre dominando y la de la mujer sometida, pero eso ya es imposible. De manera que las medidas contra la violencia de género les molestan por el significado que tienen respecto a los números de la violencia.
Por eso el machismo se siente incómodo cuando los números indican que la violencia baja en su resultado y aumenta en lo referente a un mayor posicionamiento crítico expresado a través de las denuncias. Y esto es lo que ha sucedido al comprobar que en la última década los homicidios han bajado un 19,4% y las denuncias han subido un 27%. La preocupación machista surge porque, por un lado, significa que hay menos machismo en la sociedad, y por otro, se demuestra que las medidas contra el machismo son eficaces para prevenir y responder ante la violencia de género, lo cual pone de manifiesto que la causa de la violencia contra las mujeres es el machismo.
Por eso tienen tanto interés en negarla, porque esta violencia muestra la construcción cultural machista, y facilita que la sociedad que se posiciona contra la violencia entienda que también tiene que hacerlo contra el modelo androcéntrico que la causa. Si se niega la violencia de género se oculta la referencia que lleva a la crítica de su modelo y esta no se produciría, por eso el “negacionismo” de la violencia de género en realidad es un “afirmacionismo” del machismo.
Cuando bajan los números de la violencia de género el machismo no se alegra, se preocupa porque comprueba que la sociedad y la transformación que protagoniza van por el buen camino alejándose cada vez más de las ideas y argumentos androcéntricos. Y ante esta evolución social, el tiempo, que siempre había sido su aliado, empieza a verse como una amenaza.
___________________________________
Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
Lo más...
Lo más...
Leído