Métrica y metáfora han sido sacrificadas en el sórdido altar del reguetón, el subproducto músico–vocal de quienes no están dotados para la poesía, la música o el canto. Pasada la época de la lírica melódica, de rapsodas, juglares y cantautores, ha llegado la hora de los cantamañanas, la música enlatada y la inteligencia artificial para personas que adolecen de la natural. Las artes se han transformado en MEMEs insustanciales viralizados en las redes sociales como discos rayados; oído uno, oídos todos. No extrañe si, en breve, las trompetas de Jericó alcanzan los primeros puestos en Spotify convertidas en trending topic.
Las rimas consonantes y asonantes han perdido la batalla ante los ripios insustanciales, los significantes han abjurado de los significados, la gramática es un puzzle para disléxicos y los mensajes salen de las botellas en plena resaca de botellón. La armonía es desconocida, el ritmo nostalgia y la melodía una quimera olvidada. No pidan peras al olmo: Quod natura non dat, Salmantica non præstat. ¡Pachún, pachún, pachún…! ¡Lololoolo, lo, lo, loooo…! Dudosos artistas con ética low cost y estética mestiza de grunge, naif, choni y cani mueven a masas uniformadas de cabezas cuidadas en su exterior y patente abandono en el interior.
El reguetón recuerda, salvando el abismo creativo y cultural que los separa, a los felices años 20 del siglo XX, una época de exaltación del carpe diem a ritmo de jazz y charlestón. Como hoy, los 20 surgieron al calor de una burbuja especulativa de tintes globales sin que casi nadie quisiera mirar debajo de la alfombra con la crudeza que lo hizo Scott Fitzgerald en El gran Gatsby. Como hoy, el oropel y la quincalla eran puntales de la eufórica religión que proponía desayunarse el mundo cada mañana acompañado de un bloody Mary o un Ramos gin fizz. Como hoy, el mundo no previó la inminencia de la gran depresión.
Como hoy, el oropel y la quincalla eran puntales de la eufórica religión que proponía desayunarse el mundo cada mañana acompañado de un 'bloody Mary' o un 'Ramos gin fizz'
Nada más propicio al desastre que una generación entregada al culto al cuerpo y al postureo sin más perspectiva que contemplar el paso de los días sentada al borde de la madrugada con los pies colgando. Los mercados están encantados con una enésima burbuja financiera que se infla sola, a golpe de likes, en un desmedido consumo feroz. En el paraíso neoliberal, es valorada sobremanera toda ruptura radical con el pasado, hasta el punto de que su repetición se convierte en tendencia y objeto de deseo para personas de poco pensar.
Son tiempos de guerras, siempre las hay, especulación, siempre la hay, mentiras, siempre las hay, injusticia, siempre hay, corrupción siempre hay, predadores, siempre hay, inflación, siempre hay, desafección política, siempre hay, populismo, siempre hay, egoísmo, siempre hay. Escasean la solidaridad, el compromiso y el sentido común en los momentos de dolce far niente, mientras los coches, a todo volumen, escupen reguetón en las calles.
En los jóvenes oídos retumban siniestros (satánicas letanías) los salmos sangrientos del viejo machismo y versículos que ensalzan el maltrato, la violencia y regueros de víctimas, siempre mujeres. Los oídos jóvenes registran palabras de odio viejo y frontal hacia diversos significantes de la palabra amor concentrados en el colectivo LGTBI. Oídos que aplauden a voces criollas de jet, limusina y doradas cadenas cuando culpan a migrantes de cayuco, patera y hambruna de todos los males que la desigualdad provoca. Oídos sordos que redimen a los cómplices de su desgracia que guardan su dinero en paraísos fiscales.
Observen el mundo caer mientras bailan a ritmo de Paco Ibáñez la letra de Jorge Manrique: Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando; / cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / da dolor; / cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor.
Métrica y metáfora han sido sacrificadas en el sórdido altar del reguetón, el subproducto músico–vocal de quienes no están dotados para la poesía, la música o el canto. Pasada la época de la lírica melódica, de rapsodas, juglares y cantautores, ha llegado la hora de los cantamañanas, la música enlatada y la inteligencia artificial para personas que adolecen de la natural. Las artes se han transformado en MEMEs insustanciales viralizados en las redes sociales como discos rayados; oído uno, oídos todos. No extrañe si, en breve, las trompetas de Jericó alcanzan los primeros puestos en Spotify convertidas en trending topic.