Vida artificial

Pablo Quirós Cendrero

Cuando Pablo Casado obtuvo sesenta y seis diputados en abril de 2019, parecía claro que a poco que pasara el tiempo y volviera a quedar clara la gobernabilidad pepera en Galicia se vería relegado a otras posiciones, ya que, su llegada al liderazgo del Partido Popular fue un acto de negacionismo hacia Sáenz de Santamaría, y cualquier otro que se hubiese presentado en esa simulada final hubiera conseguido el cetro de Génova. En un partido de corte presidencialista, donde parece ser que la autoridad no se gana si no que viene dada con el cargo, se veían muchas fisuras entre lo que salía de la central del PP y lo que se oía en otras periferias autonómicas de color azul. La llegada como un kamikaze y su forma de hacer la goma con la extrema derecha no presagiaba ningún tipo de homogeneidad en una formación que siempre ha parecido un bloque a la hora de hacer política, más allá de la forma de ingresar dinero en sus arcas.

El desaparecido Rivera tenía la oportunidad de oro de emerger y desbancar al compañero del bipartidismo imperfecto del PSOE. Pero su vanidad desmesurada y su falta de experiencia le hicieron salirse de ese guion establecido a priori, para gobernar junto a su odiado rival, Sánchez, y con ello forzó un teatrillo entre socialistas y podemitas que no con menos ambición, daban por hecho una coalición de gobierno sin tener que contar con el independentismo en unos segundos comicios. De esta forma, Casado se encontró con la oportunidad de disimular sus números y poder aparentar cierta holgura, mientras se jactaba de poder dirigir el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid a pesar de todo. Lo cual, sumado a llevar la contraria a cualquier cosa que saliera de Moncloa, seguridad sanitaria para los españoles incluída, ha hecho más llevadero todo este período, que se va ya al año y medio.

Aconsejado supuestamente desde FAES hasta para cambiar de imagen, no ha sido capaz de dar nunca una impronta de liderazgo, capaz de llevar la iniciativa política en ningún momento, viéndose abocado siempre a desmentir su no preparación, máster aparte; y a remolque siempre, de lo que originaban sus barones y/o su portavoz parlamentaria, también del sector aznarista. Pretender ser moderado y permitírselo todo a Vox. Dejar los temas de Estado lejos, mientras se arrogaba eternamente lo de jefe de la oposición, esa que nunca ha puesto en funcionamiento con visión de futuro, acechado por mucho que lo negara por su relevo en Génova a manos de Feijóo. Subir y bajar al mismo tiempo, una cosa de día y la contraria de noche.

La verdad es que desde el principio ha tenido la mirada encima de todo el mundo y nunca ha sido capaz de situarse como un personaje de altura, y fajarse un sitio privilegiado para unas posibles elecciones, después de haber perdido unas cuantas. Las encuestas no se prevén magnánimas con su formación, de ahí los movimientos de su secretario general con el presidente Zapatero, de cara a un posible pacto de estado en el futuro, si la pandemia sigue hundiéndonos en el lodo económico. Los números hablan de un leve repunte naranja y de una OPA hostil de la extrema derecha, que tiene la voluntad de hacer lo que el deseado Albert no fue capaz, arrinconar a un partido formado por una amalgama de facciones.

La vuelta al redil del espacio denominado por Cayetana como liberal conservador, intentando dotar de personalidad propia y legitimidad ideológica, a los populares; adolece de una persona con carisma y confianza infinita de los suyos, para situarse otra vez en una escena de futuro bipartidismo, deseado por ambos partidos. Si bien el PSOE, va a aprovechar el tirón de la fragmentación de la derecha todo lo que pueda. Pablo Casado no ha conseguido ser nada nuevo, nada distinto y, sobre todo, nada aglutinador de todas las corrientes que habitan en el Partido Popular.

Sólo le queda la posibilidad de acercarse al PSOE todo lo posible, como partido que ya ha gobernado, y el acuerdo del Poder Judicial es un primer paso; para quizá empezar a creer que poco a poco restará espacio a la ultraderecha y ahuyentará el voto naranja. Aunque las elecciones quedan demasiado lejos y las demás formaciones tienen los cuchillos entre los dientes. Siendo diana fácil para Abascal y Sánchez, pareciera un enfermo crónico que tiende a degenerativo y tal vez a la reafirmación de forma mayoritaria de Feijóo, haya sido algo así como una sedación a la espera de un final en cualquier momento. Lo que está claro es que la asunción de su derrota al cesar a Álvarez de Toledo, a pesar del clamor de sus barones, confirma todo lo descrito anteriormente; y la exportavoz, se ha encargado de enchufarlo a la máquina de soporte vital, por lo que la vida política del palentino ya sólo va a ser “vida artificial”.

Cuando Pablo Casado obtuvo sesenta y seis diputados en abril de 2019, parecía claro que a poco que pasara el tiempo y volviera a quedar clara la gobernabilidad pepera en Galicia se vería relegado a otras posiciones, ya que, su llegada al liderazgo del Partido Popular fue un acto de negacionismo hacia Sáenz de Santamaría, y cualquier otro que se hubiese presentado en esa simulada final hubiera conseguido el cetro de Génova. En un partido de corte presidencialista, donde parece ser que la autoridad no se gana si no que viene dada con el cargo, se veían muchas fisuras entre lo que salía de la central del PP y lo que se oía en otras periferias autonómicas de color azul. La llegada como un kamikaze y su forma de hacer la goma con la extrema derecha no presagiaba ningún tipo de homogeneidad en una formación que siempre ha parecido un bloque a la hora de hacer política, más allá de la forma de ingresar dinero en sus arcas.

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