Alfonso Zapico: “Los mineros hicieron la Revolución porque se morían de hambre”

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La Revolución ha fracasado y la venganza acaba de empezar. El tercer tomo de La balada del norte, el relato en cómic del octubre asturiano de 1934 firmado por Alfonso Zapico, regresa a las Cuencas mineras para narrar el desenlace de aquella utopía que duró apenas dos semanas y añadió un episodio legendario a la historia de la clase obrera europea. Numerosas escenas de negros y grises atraviesan las páginas de esta entrega en las que el dibujo da un respiro a unos personajes que se acaban de dar de bruces con la realidad: el poder ya no será para los soviets.

El ritmo frenético y caótico que dominaba el anterior volumen, publicado en 2017 y centrado en la llegada de la Revolución a la capital asturiana, da paso ahora a una narración más esponjada y reflexiva y, sobre todo, más lúgubre. Las tropas del general López Ochoa y los regulares de Yagüe, coordinados desde Madrid por Franco, no dan tregua a los mineros que sea han alzado con armas y dinamita. Tampoco hay rastros en este tercer tomo, que acaba de llegar a las librerías publicado por Astiberri, de aquellas rencillas ideológicas que lastraban el avance de la revuelta. En las primeras páginas, un joven con fusil al hombro se acerca a un grupo de insurrectos, preguntándoles por sus simpatías. “Yo soy de UGT, este de las Juventudes Socialistas…”, “…y yo –añade un tercero- yo soy de Turón”. “No importa, estoy en el sitio adecuado. ¿Puedo compartir mi tabaco con vosotros y me dais un café?”. En la derrota, no hay comités.

Sin embargo, Zapico (Blimea, Asturias, 1981), Premio Nacional de Cómic en 2012 por Dublinés, sí parece trazar una división entre los revolucionarios movidos por la teoría y aquellos que se rebelan por la necesidad. Estos últimos, cuenta, “son la mayoría”. “Yo creo que esa es la versión auténtica de lo que fue el octubre asturiano. Pocos sabían lo que pasaba en Austria con los nazis o lo que se hablaba en el Parlamento durante la Segunda República”, explica el historietista, que ha tomado de la historia oral y de la memoria colectiva buena parte de su inspiración. “Llegué a la conclusión de que hicieron la Revolución porque se morían de hambre, porque tenían ilusión con los cambios de la Segunda República, pero aquello iba a peor, bajaban los salarios y venían más trabajadores de fuera, todo lo veían mal. Así que, la Revolución tiene lugar simplemente porque tenían una vida tan miserable y tan chunga que, al final, no es que la revuelta se planifique, es que surge de manera natural. Y sí pasó en Asturias con los mineros es porque ellos tenían una capacidad de movilización que probablemente no tuviesen en otros lugares”.

 

Aida Lafuente en 'La balada del norte'. Zapico / Astiberri

Tristán Zaldivia, el hijo del marqués dueño de las minas de la zona con el que comenzaba en 2015 La balada del norte, periodista de buenas intenciones –y, a veces, ligeramente ingenuo-, une definitivamente su destino al de los perdedores. Le acompaña Apolonio, líder inesperado de la revuelta y padre de Isolina, novia de Tristán. Por los ojos de esta última Zapico muestra la sangrienta represión que se cebó con todos los vecinos de las Cuencas. Aunque los historiadores no terminan de ponerse de acuerdo, se calculan que murieron entre 1.500 y 2.000 personas en aquel octubre de 1934; la mayoría de ellos mineros (se estiman que fueron 3.000 los que se levantaron en armas), 300 militares y miembros de las fuerzas policiales y 34 sacerdotes. “Según los iban reprimiendo, los purgaban y luego los enviaban de nuevo a la mina”, explica Zapico. “Eso pasó también después de la Guerra Civil. En el Pozo Sotón, por ejemplo, hay unos barracones enormes al fondo en los que pusieron a picar carbón a los mismos mineros que habían combatido contra Franco, era un campo de trabajos forzados. En 1934 funcionó de manera similar: los mismos mineros que se habían levantado en armas se pusieron a picar carbón, pero estaban controlados por el Ejército o la Guardia Civil”.

Cuando Zapico empezó a pergeñar este proyecto que ya suma un millar de páginas, inspirado por la huelga minera de 2012 y el apoyo popular que recibieron los trabajadores del carbón, pensaba concentrar toda la revuelta en un solo volumen. Aquel primer tomo lleva ya seis ediciones y está a punto de aparecer traducido en Francia. En la cuarta y última entrega, Zapico resolverá el destino de los tres personajes principales y pondrá fin a este ambicioso fresco obrero. “En este libro hay muchas escenas en las que nadie habla, hay mucho silencio. Los lectores ya conocen mucho a los personajes, saben lo que pasa y cómo funciona esto, y aún tengo un cuarto libro, así que me puedo permitir el lujo de dibujar páginas en las que parece que no pasa nada. Algo que se nota también en la narración”.

La ampliación del proyecto le ha permitido incluir acontecimientos que no estaban previstos en plan original, como la muerte de Aida Lafuente, la joven militante comunista cuyo cadáver apareció cerca de la iglesia de San Pedro de los Arcos, en las afueras de Oviedo, durante la represión de la revuelta. O la historia del Cristo Rojo de Bembibre, León, la única figura que sobrevivió a la quema de la iglesia del pueblo. Los mineros que habían proclamado la República Socialista en el Ayuntamiento colocaron la talla sobre los escombros con la siguiente leyenda: “Cristo Rojo, a ti te respetamos por ser de los nuestros”. También incorpora Zapico una anécdota recogida por Paco Ignacio Taibo II en Asturias, octubre 1934, sobre la visita de una comisión anglofrancesa para comprobar la situación de los presos, cuya represión empezaba a preocupar en Europa. Sin embargo, las fuerzas policiales idearon una pantomima, haciéndose pasar por mineros, que espantó al grupo. “En las crónicas de la época y en la prensa se recoge este episodio en el que guardias civiles disfrazados empezaron a tirar piedras a la delegación para que hicieran un balance negativo. Suena como muy de tebeo, pero por lo visto, fue real”, añade el también autor de Los puentes de Moscú.

La buena acogida de esta historia por los lectores, en un país no especialmente aficionado a los tebeos –aunque el género ha cogido brío gracias al éxito de obras como Arrugas, llevada al cine, o Los surcos del azar, de Paco Roca, o el Premio Nacional del Cómic, con apenas 12 años de trayectoria-, ha descargado a Zapico de cierta presión que tenía al principio. “Aun así, siento la responsabilidad de hacerlo y contarlo bien y de que la gente lo entienda. En ese sentido, no tiene nada que ver con otros libros que he hecho, en los que contaba lo que quería o me parecía”, considera. Le queda por delante la parte más agria de aquel intento revolucionario. “Ya no está esa ilusión por la Revolución que había en la primera y segunda parte. Ahora los personajes descubren que han sido derrotados, asumen que no se puede y que [el triunfo de la Revolución] no va se va a dar nunca”.

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Escena de La balada del norte. Zapico / Astiberri

 

La Revolución ha fracasado y la venganza acaba de empezar. El tercer tomo de La balada del norte, el relato en cómic del octubre asturiano de 1934 firmado por Alfonso Zapico, regresa a las Cuencas mineras para narrar el desenlace de aquella utopía que duró apenas dos semanas y añadió un episodio legendario a la historia de la clase obrera europea. Numerosas escenas de negros y grises atraviesan las páginas de esta entrega en las que el dibujo da un respiro a unos personajes que se acaban de dar de bruces con la realidad: el poder ya no será para los soviets.

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