Literatura
Angelina Gatell: “La historia siempre se repite y los seres humanos nunca son los mismos”
En Vallecas hay un pintoresco cerro, llamado del Tío Pío, desde donde se avista a lo bajo, expandida, parte de la ciudad de Madrid. En Vallecas está el estadio del Rayo Vallecano, equipo de fútbol guerrero, asociado a las raíces obreras del histórico distrito. De Vallecas son políticos como Pablo Iglesias o Inés Sabanés; grupos y cantantes como Ska-P, Luis Pastor o Ismael Serrano y presentadores como la hoy muy popular Cristina Pedroche.
A todos estos orgullos vallecanos se une a partir de este día 16 y hasta el 30 de abril un acontecimiento que ya acumula solera: Vallecas Calle del Libro, que celebra este año su XVI edición. Galardonado en 2004 con el Premio Nacional de Fomento de la Lectura y organizado por la ONG Vallecas todo cultura, el certamen convoca a todos los colegios, institutos, asociaciones culturales, bibliotecas y asociaciones de vecinos de Puente y Villa de Vallecas para que acojan más de 300 actividades entre conferencias, exposiciones, mesas redondas, recitales, teatro, musicales, cuentacuentos o mercadillos de libros, muchas de las cuales se celebran en la calle.
Nacido en 1999 como medio para dar a conocer la obra de los hombres detrás de los nombres de calles vallecanas como las de Miguel Hernández, Rafael Alberti o García Lorca, el Calle del Libro toma cada año a algún autor destacado y alguna región como referencia: en esta ocasión, la homenajeada será la veterana poeta, además de actriz, dobladora y traductora Angelina Gatell, quien participará en media docena de encuentros, cuatro recitales y otras tantas actividades, así como dos países africanos: Senegal y Malí. A través de exposiciones, conciertos, certámenes, lecturas o charlas se rendirá también tributo a tres enormes literatos en lengua castellana: el poeta Juan Ramón Jiménez y los recientemente desaparecidos novelistas Gabriel García Márquez y Ana María Matute.
Testigo vivo de la convulsa historia del siglo XX español, Angelina Gatell (Barcelona, 1926) sufrió de niña la Guerra Civil y de adulta, atravesó los 40 largos años de dictadura. Alternó en su juventud trabajos de pane lucrando con la interpretación, primero en Valencia, donde fundó junto a quien se convertiría en su marido el teatro de cámara El paraíso, más tarde en Burjasot y luego en Madrid, donde trabajó en TVE no solo como actriz, sino también como guionista. Posteriormente dobladora, adaptadora de diálogos, traductora y poeta contra el olvido
, Gatell ha luchado a lo largo de su vida contra la represión y por la libertad. Entre sus obras destacan poemarios como Poema del soldado (1955), el primero que publicó, o los más recientes Noticia del tiempo y Cenizas en los labios (2004 y 2011, Bartleby). La autora homenajeada por los vecinos de Vallecas, que responde a las preguntas de infoLibre, ha escrito también cuentos infantiles y una biografía de Pablo Neruda. Pregunta.
En su biografía explica que “la Guerra Civil y especialmente la posguerra, marcaron profundamente su vida”. Sus ojos, agrega, “se llenaron de imágenes, actos, situaciones, que nunca ha podido olvidar”. ¿Cuáles de estas situaciones son las que más marca han dejado en su memoria?
Respuesta. De la Guerra Civil me afectaron especialmente cuatro cosas: Mi hermano, con poco más de diecisiete años se fue voluntario al frente de Aragón donde permaneció durante toda la guerra. Yo tenía 10 y fue un golpe muy duro. Otra fueron los bombardeos, aquella indefensión, aquel pánico que se apoderaba de nosotros. Otra, quizá lo más perdura en mi memoria, son las imágenes del éxodo. No viví la desgracia de formar parte de él, pero sí fui espectadora de aquella tragedia. Huyendo de los bombardeos mi familia se trasladó a un pueblo del Vallès donde permanecimos hasta el final de la guerra. Un valle pequeño, por el que vi pasar a miles de españoles camino del exilio. Personas que venían huyendo desde Castilla, Aragón, el interior de Cataluña – los que salían de Tarragona o Barcelona, iban por la costa. Hombres de edad ya avanzada, mujeres, niños. Unos iban en camiones, otros en carros, muchos a pie.
Llevaban consigo sacos, cestos, fardos, intentando salvar algunas pertenencias. Filas interminables de personas desesperadas, pasando por delante de mi casa de día y de noche. A más de una vi caer por el camino, morir al borde del camino. Recuerdo que hacía un frío terrible. A veces, el cadáver era abandonado allí mismo, cubierto con una manta. Los que venían detrás, cogían la manta... El deseo de sobrevivir era superior, como es lógico, a cualquier consideración moral o humanitaria. Pero verlo era insoportable. Por entonces yo tenía ya doce años y medio y viví de forma totalmente consciente aquel drama. Además, con los fugitivos, iban también amigos míos. Nunca más supe de ellos. Han pasado setenta y seis años y cuando veo esas imágenes en televisión, no puedo evitar las lágrimas. Detrás o mezclado con la población civil, iba lo que quedaba del ejército republicano, soldados andrajosos, descalzos, heridos, hambrientos. En el aire, los aviones – decían que italianos, no sé, bombardeando, ametrallando... Y después, cuando el valle quedó ya casi desierto, llegaron los tanques fascistas, las banderas, los vencedores. Por primera vez en mi corta vida sentí lo que hoy identifico con el odio.
P. ¿Fue su vida –y su obra- más dura de sacar adelante en aquella España por el hecho de ser mujer? ¿Cuáles son los recuerdos que conserva de la vida intelectual de aquella época, como las tertulias literarias con José Hierro y Vicente Gaos?
R. No especialmente. Sin duda ser mujer no facilitaba las cosas, pero en aquella España oscura y sórdida, nada fue fácil para nadie. En lo que se refiere a la vida intelectual, tengo que decirle que tardé en entrar en ella. Yo era una muchacha que pertenecía a las clases menos favorecidas. Apenas sí pude estudiar. Unos cursos de Bachiller en una academia nocturna –durante el día había que trabajar y duro-, mecanografía, francés...
En cuanto a las tertulias literarias, me recuerdo a mí misma como gallina en corral ajeno. No había más chica que yo. Estoy hablando de las pocas que frecuenté en Valencia, donde siempre fue acogida –eso sí-, con simpatía y respeto. Pero solo lo hice con asiduidad a partir de 1950 y, tanto Hierro como Gaos, ya no estaban en Valencia. A José Hierro lo conocí en una librería de viejo, creo que fue en 1946. El trabajaba en un rincón de la librería haciendo fichas para una enciclopedia. Con él, un poeta que pudo ser grande si la tuberculosis no se lo hubiera llevado en 1947. Me refiero a José Luis Hidalgo. Yo frecuentaba mucho aquella librería. Con dos o tres monedas de cobre y un libro, podía conseguir otro libro. Fue mi única forma posible de leer durante algunos años. A Vicente Gaos también lo conocí en la librería, pero ni a Pepe ni a Vicente los recuerdo mucho en las tertulias de entonces, sí en casa de unos amigos comunes donde solíamos coincidir... con mucha frecuencia.
Después, pasados algunos años, Pepe y yo volvimos a encontrarnos en Madrid, en 1958. Me preparó un magnífico recibimiento en el Ateneo, donde él dirigía el aula de poesía. El Aula Pequeña, como la llamábamos. Más tarde, Pepe, Aurora de Albornoz, Manrique de Lara y yo, pusimos en pie una tertulia literaria – “Plaza Mayor”- en la que se celebraba semanalmente un acto público a cual más interesante, que, como era habitual entonces, se desarrollaba bajo la mirada vigilante del policía de turno. La tertulia duró unos cinco años. Cayó en combate frente al enemigo tras el anuncio de que Blas de Otero iba a leer en ella sus poemas.
P. Su obra ha tratado muchas veces la idea de la memoria. Ahora que nuestro Gobierno no quiere apoyar la búsqueda de los restos de los represaliados republicanos que continúan enterrados en las cunetas: ¿Por qué cree que es importante mantener viva la llama de la memoria histórica?
R. No es difícil contestar a su pregunta: porque hasta que esos restos no tengan una sepultura digna, no habrá terminado la Guerra Civil. En cuanto a la segunda pregunta de este apartado le diré que, en mi opinión y en la de muchos, hay que mantener viva la llama de la memoria histórica, mientras esa historia no se cuente tal como fue.
P.Durante una época, pasó más de 30 años sin publicar poesía: ¿siguió entonces escribiendo? ¿Por qué decidió volver a publicar?
R. Sí, seguí escribiendo, pero poesía muy poca. Sin embargo, en ese tiempo escribí varios libros para niños; hice varias antologías, dos de ellas con Carmen Conde; algunos guiones para TV; colaboré en revistas; escribí una pequeña biografía de Pablo Neruda -la primera que se publicó en España durante el franquismo- y traduje más de cien libros y varios cientos de películas. La vida estaba difícil y había que trabajar. Y mucho. Y esto conllevó el olvido. Volví a publicar cuando, ya en el nuevo siglo, Pepo Paz y Manuel Rico me ofrecieron hacerlo en Bartleby. Así de sencillo.
P. Ahora que Luis García Montero es candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, ¿qué puede, según su opinión, aportar un poeta al mundo de la política?
R. Cuando un poeta es sólo eso: un poeta y no tiene más inquietud que lanzar gorgoritos al aire, empleando la expresión demoledora de Eugenio de Nora, quizá poco, pero cuando un poeta, como en el caso de Luis García Montero, defiende unas ideas y lucha por ellas, es posible que mucho.
P. Hoy en día se habla mucho de que la culpa de muchos de los males que ahora aquejan España viene de una transición mal realizada. ¿Cree que es justo achacar los actuales males del país a esa etapa de la transición? ¿Fue todo malo, o también se consiguieron cosas?
R. No, en mi opinión no es justo. Eso no quiere decir que piense que la transición fue perfecta. No, no lo fue, pero, pregunto: ¿se podía hacer otra cosa? Quienes ahora hablan de culpa o no vivieron o han olvidado el momento en que se produjo.
P. Como actriz, y como dobladora, ¿cómo percibe la actual situación del teatro, sin apenas apoyos públicos y con un IVA al 21%?
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R. Se mire desde donde se mire, la situación del teatro, como la de cualquier otra manifestación cultural de nuestro país, es un auténtico desastre. De ello se colige que la cultura no forma parte de las preocupaciones de nuestro gobierno. O tal vez sí, tal vez le preocupa mucho y por eso la destruye.
P. ¿Cree que hemos aprendido de los errores y los aciertos históricos ocurridos a lo largo del siglo XX? ¿Sirvió de algo la Guerra Civil y la posterior dictadura?
R. Creo que sí y que esta es la razón por la que es tan importante la memoria, sin ella nada garantiza que recordemos los aciertos ni que no incurramos en los mismo errores. Sin embargo, puede suceder que, unos y otros, dependan más de los intereses que se defiendan y de quienes los defiendan que de la memoria en sí misma. La historia siempre se repite y los seres humanos nunca son los mismos. En cuanto a si la guerra civil y la dictadura sirvieron o no, también creo que sí sirvieron, pero de la interpretación de cada uno depende que ese aprendizaje haya sido positivo o negativo y del uso que de él se haga. Por eso, volviendo a su pregunta sobre la memoria histórica, creo que es imprescindible mantener esa llama -dicho con sus mismas palabras-, hasta ver con claridad lo que se ha ocultado o tergiversado durante tantos años.