Han transcurrido 50 años desde aquel 11 de septiembre de 1973, en el que el golpe militar de Augusto Pinochet derrocó el Gobierno democrático y socialista de Salvador Allende, instaurando una dictadura que se prolongaría hasta 1990. ¿Cómo se preparó militarmente el Partido Socialista ante la previsible amenaza de un golpe de Estado? ¿Qué afinidades se dieron entre la izquierda chilena y sus homólogas española e italiana? ¿Cuál fue la incidencia del golpe en la reflexión de las izquierdas europeas sobre la democracia y su política de pactos con el centro? ¿Cómo se integraron y reorganizaron los cientos de miles de refugiados? Estas son algunas de las cuestiones que aborda Chile 50 años: resonancias de un golpe, un libro coral coordinado por Gilberto Cristian Aranda Bustamante y Misael Arturo López Zapico y editado por Catarata sobre un episodio que sigue resonando y abriendo debates en el presente. En Chile, en América Latina y también en España.
infoLibre reproduce a continuación un extracto del capítulo 3 de la obra, titulado El espejo de Chile: lecturas e influencias de la unidad popular en el comunismo español, cuyo autor es Francisco Erice, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo.
NUESTRA PROPIA LUCHA
El proceso de Chile entre 1970 y 1973 representó, en cierto modo, un parteaguas en la política de la izquierda, en la medida en que, hasta el golpe de Pinochet, “el socialismo fue una opción para mañana, más que un sueño vago proyectado en un futuro lejano” (Traverso, 2019: 42). Para el resto del mundo, era “un caso testigo acerca del futuro del socialismo” (Hobsbawm, 2018: 436). No es casualidad que un historiador francés haya hablado, evocando a John Reed, de los “mil días que estremecieron al mundo” (Gaudichaud, 2017).
Para el antifranquismo español, el impacto psicológico que supuso la experiencia de la Unidad Popular (UP) chilena, y particularmente su fracaso, desborda, con mucho, los límites de quienes se identificaban, grosso modo, con la “vía pacífica al socialismo”; el ejemplo de la revista democristiana Cuadernos para el Diálogo, cuyo público y redactores eran, de todos modos, ideológicamente más diversos, puede resultar particularmente significativo de la intensidad de la conmoción y de las polémicas que generó (Muñoz Soro, 2005: 293-304).
En el caso de los partidos comunistas de la Europa del sur, operaban, además, algunas circunstancias especiales, como la identificación con una política de amplias alianzas que sirviera de base a una vía al socialismo excluyendo la toma violenta del poder y que resultara compatible con las formas políticas de la democracia parlamentaria; cuestiones estas que el XX congreso del partido soviético (1956) había alentado de manera particular. El potente PC chileno siempre se mostró inequívocamente próximo a la URSS, mientras en sus homólogos de Italia o España ya habían comenzado a cristalizar las primeras críticas sólidas al “socialismo real”. Además, el PCCh, caracterizado históricamente por su realismo, había ido madurando las propuestas de su propia “vía pacífica” y fue, por ello, actor esencial de la UP. Pero sus tesis resultaban afines también a la política defendida por la URSS para los partidos comunistas latinoamericanos, confrontada, no siempre de manera serena, con el “modelo guerrillero” por el que durante años abogó el régimen cubano (Álvarez, 2020; Pedemonte, 2020).
En particular, las relaciones entre el Partido Comunista Italiano (PCI) y el chileno eran bastante estrechas desde años atrás, y no es de extrañar el efecto que los sucesos de Chile en 1970-1973 causaron en sus camaradas italianos; a lo cual contribuían además evidentes homologías —más allá de las múltiples diferencias— entre las fuerzas políticas y algunos elementos de la situación de uno y otro país (Nocera, 2015). Es sabido, por otra parte, que las reflexiones sobre el golpe de 1973 acabaron de decantar los análisis del PCI conducentes a su propuesta de “compromiso histórico” con la Democracia Cristiana (DC), y que en Italia “la causa chilena fue una presencia importante en el imaginario político con que se formó, durante los años setenta, una nueva generación de militantes y simpatizantes comunistas” (Santoni, 2011).
En el caso de los comunistas españoles, la conmoción provocada por el abrupto fin del proceso fue, igualmente, bastante intensa. La abogada María Luisa Suárez ha evocado el sentimiento propio y de sus compañeros (“nos dolió mucho”) recordando emocionada el regalo, recibido tiempo antes, de una mariposa hecha con el cobre de las minas chilenas nacionalizadas (Suárez Roldán, 2011: 195). La veterana Irene Falcón, secretaria y colaboradora de Pasionaria, recuerda que, para los exiliados españoles en Chile y para los comunistas españoles que se habían emocionado con los versos de Neruda, “la experiencia chilena del socialismo fueron tres años conmovedores”, y no puede por menos que comparar el Palacio de La Moneda en llamas con la defensa de la República en la España de 1936 (Falcón, 1996: 368-369).
Es cierto que las diferencias de contexto eran más amplias que en el caso de Italia y lo que se jugaba en España distaba de ser, en este momento, cualquier camino de aproximación al socialismo, dada la prioridad de la conquista de las libertades democráticas. Sin embargo, a la coincidencia en las “vías democráticas” y la insistencia en los acuerdos amplios, se añadía otro elemento que el partido español había ido incorporando a sus tesis sobre el final del franquismo y que aún siguió esgrimiéndose —aunque de manera cada vez más retórica— en el “Manifiesto-Programa” de 1975 y hasta el IX congreso de 1978. Me refiero a la “democracia política y social” que la “ruptura democrática” debía propiciar, y que abriría un proceso de transformaciones políticas, económicas y sociales, vía al socialismo, que en muchos de sus puntos (nacionalización de la banca y las grandes empresas monopolistas, fin del latifundismo o participación de los trabajadores en el control y gestión de las empresas) no dejaban de mostrar concomitancias con el programa del proceso chileno (Erice, 2017; PCE, 1975; PCE, 1978: 83-93).
En ese sentido, la prensa comunista española ya dedicó cierta atención a la situación de Chile en los últimos tiempos del Gobierno de Frei. Por ejemplo, Información Española, quincenal publicado en París, subrayaba en los primeros meses de 1969 el fracaso de la “revolución en libertad” de la DC, la tibieza de sus reformas, el incumplimiento de sus promesas, el talante represivo y su “entreguismo proyanqui”; a la vez que vaticinaba para todo el subcontinente una “revolución antiimperialista y anticapitalista” necesaria e inexorable1. Mundo Obrero se hacía eco, asimismo, de los avances de la lucha antiimperialista, aludiendo a los casos de Perú y Chile, y apuntando a factores como la influencia de la Revolución cubana y la emergencia de un catolicismo progresista al que había que hacer converger con los viejos partidos comunistas; fenómenos que —añadía— también eran importantes para España2.
El triunfo electoral del 4 de septiembre fue recibido en el PCE con la lógica alegría, enfatizándose la voluntad de aplicar “el programa revolucionario del bloque popular” y el estímulo que suponía para las fuerzas antiimperialistas de todo el mundo, a la vez que se alertaba sobre las primeras conspiraciones del poder económico chileno y de los Estados Unidos para impedir la confirmación de Allende por el Congreso3. Mundo Obrero, en la pluma de uno de sus dirigentes, Juan Gómez, se hacía eco de la frustrada experiencia de Frei, pero no sin resaltar sus contradicciones y la inteligente política del PC chileno para utilizarlas; a la vez, glosaba el programa “de la revolución antioligárquica y antiimperialista con la perspectiva del socialismo”, y subrayaba la voluntad popular de defender la victoria lograda en las urnas “con la huelga general política y la huelga nacional en sus formas más elevadas” si fuera necesario. Quien conozca la historia del PCE de esos años puede percibir el traspaso literal del lenguaje del comunismo español en sus propuestas para acabar con la dictadura; traslación que se prolongaba en el entusiasmo por el papel de los cristianos progresistas del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), y con el llamamiento a comunistas, católicos y demócratas españoles a la solidaridad, porque “esta lucha nos concierne directamente”, “es nuestra propia lucha”4.
El mismo Carrillo, disertando en Bruselas ante varios miles de españoles, además de glosar la política del PCE y su Pacto para la Libertad, saludaba la llegada a Chile por vías democráticas de un gobierno con “el propósito de establecer un poder de los obreros, los campesinos y los sectores progresistas de las capas medias”, que pretendía iniciar “su marcha al socialismo” y se preparaba para defender su victoria “incluso por las armas si el imperialismo le obliga a ello”5.
Sin embargo, quien pergeñaba un análisis más minucioso era Santiago Álvarez, dirigente del PCE especialmente cercano a los problemas de América Latina, cuyas valoraciones reflejaban a la perfección las visiones del PCE sobre la política española. En diciembre de 1970, Álvarez escribía acerca de los procesos de Chile y Perú, resaltando el especial interés para España de lo que sucedía en Sudamérica. La Unidad Popular —subrayaba— “es una coalición progresista, representativa de la clase obrera, las masas populares de la ciudad y del campo, la intelectualidad y las capas medias”; en definitiva, una alianza obrera, popular, antioligárquica y antiimperialista, pero con la clase obrera como núcleo vital. Resaltaba también su diversidad ideológica. Más que una coalición —afirmaba— es una “verdadera formación política”, con sus “comités de base” y una relevante presencia de cristianos y de clases medias, amén del papel central desempeñado en ella por un PC “ni sectario ni dogmático”. Todo ello convertía a Chile en un laboratorio para España; “es —añadía— una valiosa experiencia y un ejemplo”. En todo caso, no se olvidaba de recordar los peligros vigentes de unas instituciones “creadas para defender los intereses de la burguesía” y de una oligarquía que seguía conservando importantes posiciones en el poder legislativo, el aparato judicial y los medios de comunicación de masas. Como bien señalaban los camaradas chilenos, “es ahora cuando comienzan los grandes combates”6
1. R. Martín, “Chile. La experiencia de Frei a la deriva”, en Información Española (en adelante, IE), nº 20, 1ª quincena de abril de 1969, pp. 22-23.
2. “América Latina. La progresión de la lucha antiimperialista y revolucionaria”, en Mundo Obrero (en adelante, MO), nº 14, 15/7/1969.
3. Pedro Olmedilla, “·La victoria popular en Chile. Revolución y libertad”, en IE, nº 45, 2ª quincena de septiembre de 1970.
4. Juan Gómez, “La victoria electoral en Chile. Un momento de la lucha antiimperia¬lista”, en MO, nº 15, 30/9/1970. En Nuestra Bandera (en adelante NB), la revista teórica del PCE, nº 65, tercer trimestre de 1970, además de un nuevo artículo de Juan Gómez se reproducían las partes más significativas del programa de la UP.
5. “Gran mitin de Santiago Carrillo en Bruselas”, en MO, n º128, 14/11/1970.
6. Santiago Álvarez, “El Leninismo y América Latina (notas sobre Chile y Perú)”, en NB, nº 66, 4º trimestre de 1970 y 1º de 1971, pp. 57-68.
Han transcurrido 50 años desde aquel 11 de septiembre de 1973, en el que el golpe militar de Augusto Pinochet derrocó el Gobierno democrático y socialista de Salvador Allende, instaurando una dictadura que se prolongaría hasta 1990. ¿Cómo se preparó militarmente el Partido Socialista ante la previsible amenaza de un golpe de Estado? ¿Qué afinidades se dieron entre la izquierda chilena y sus homólogas española e italiana? ¿Cuál fue la incidencia del golpe en la reflexión de las izquierdas europeas sobre la democracia y su política de pactos con el centro? ¿Cómo se integraron y reorganizaron los cientos de miles de refugiados? Estas son algunas de las cuestiones que aborda Chile 50 años: resonancias de un golpe, un libro coral coordinado por Gilberto Cristian Aranda Bustamante y Misael Arturo López Zapico y editado por Catarata sobre un episodio que sigue resonando y abriendo debates en el presente. En Chile, en América Latina y también en España.