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OBITUARIO

Maggie Smith en 10 interpretaciones para la historia

La actriz británica Dame Maggie Smith llega al estreno de una película en 2015.

Maggie Smith (1934-2024) nunca vio Downton Abbey. Y habla de su experiencia en Harry Potter con la abrupta acidez de la Condesa Trentham, el personaje de Gosford Park que abrió la última fase de su carrera. Fue una de las más grandes actrices de su tiempo. Y su tiempo abarca nada menos que ocho décadas, que son historia del cine, historia del teatro, historia de la cultura y, creo, a partir de las reacciones que ha generado su fallecimiento, historia emocional de todos los que, de una manera u otra, convivimos con sus personajes a través de interpretaciones detalladas, originales, e inteligentes. 

Es difícil fijar lo que los grandes actores hacen por nosotros. Nos enseñan el arte de la personalidad, quizá. Componen tipos que nos ayudan a reconocer a otros. O a reconocernos en otros. A veces crean puentes de comprensión y empatía. Nos abren ventanas al mundo, y se nos meten dentro, aprendemos a ser, a expresar, a ver a la gente con nuevos ojos. 

El arte de Maggie Smith es irreducible a un tipo de papeles, pero desde España podemos decir que una de las cosas que hizo fue fijar cierto tipo de mujer británica, estereotípicamente inglesa (con alguna excursión a Escocia y, al menos en un caso, a Irlanda), un tipo de mujer que en los sesenta o los setenta no era frecuente aquí. Sobre todo en su cine, cabalgó lo que podrían haber sido caricaturas, y lo hizo de manera extraordinaria, precisa, matizada. Fue la inglesa liberada, la inglesa clasista, la inglesa frustrada, la inglesa estirada, la inglesa sarcástica, la inglesa reprimida, la inglesa autoritaria, la inglesa astuta, la inglesa práctica. 

La clave de su carrera está en los textos que eligió. Dio voz y cuerpo a personajes creados por, fíjense, William Shakespeare, Noel Coward, Alan Bennett, Edward Albee, Agatha Christie, Henrik Ibsen, Harold Pinter, Bernard Shaw, Jean Cocteau, Tennessee Williams, Tom Stoppard, E.M. Foster, Christopher Hampton, Terence Rattigan, Henry James, Graham Greene, Muriel Spark, Peter Shaffer, Oscar Wilde, incluso Neil Simon (via Noel Coward y Agatha Christie) y lo hizo siempre dejando huella: sus encarnaciones siempre eran intensamente originales porque nunca dejaba de ser ella misma, una actriz con técnica deslumbrante, dominio de la voz y el matiz, que potenciaba su instrumento y que prefería el papel al ego. Y la variedad de esas voces impresiona.

Cualquiera que crea en la interpretación como un arte puede aprender de ella y quedar boquiabierto ante la amplitud de registros, la variedad de papeles que acometió. A continuación, propongo un recorrido por su carrera a partir de diez papeles fundamentales. Maggie Smith fue una animal teatral. Desgraciadamente, su legado en escena nos es menos accesible que su legado para cine y televisión. Pero aquí hay suficientes títulos para deleitarnos una y otra vez. 

Mujeres en Venecia (Director Joseph L. Mankiewicz, 1967)

La primera parte de la trayectoria de Maggie Smith está dominada por el teatro, con muchas producciones en el National Theatre, donde Laurence Olivier era el rey. Su Viola en Noche de reyes tiene que haber sido espectacular. Pero a partir de los sesenta emprende una carrera en cine y lo hace con papeles secundarios, consolidando una trayectoria como actriz de carácter. Sin embargo, es fascinante ver cómo en sus interpretaciones en Hotel internacional (1963, guion de Terence Rattigan) The Pumpkin Eater (1964, con guion de Harold Prince) y aquí, en Mujeres en Venecia, siempre se lleva el gato al agua. Nótense las raíces teatrales de las tres. Ya entonces hay algo espectacular en ella. Parece una mosquita muerta, es delgada, sinuosa, con grandes ojos, pero con un carácter penetrante y una inteligencia inesperada. En Mujeres en Venecia, una ingeniosa comedia teatral protagonizada por Rex Harrison, observa, juega sus cartas y gana la partida. Hace de simple asistente, una mosquita muerta a quien nadie se toma en serio. Pero poco a poco se va haciendo con el control de la trama. No aparecía en la publicidad de la película, pero acaba convirtiéndose en el principal papel femenino. Es otro de sus rasgos: robar plano. 

The Prime of Miss Jean Brodie (Director Ronald Neame, 1969)

Su primer Óscar, interpretando una maestra escocesa, esnob, arrolladora, librepensadora y un poquito fascista. Un personaje fascinante, problemático, un desafío para el espectador y para ella misma. Brodie se ha convertido en el Reino Unido en una mujer icónica: por su aproximación a la pedagogía y a la sexualidad, que surge en un momento en que ambas cosas eran centrales en aquella cultura. Eran los años de las actrices inglesas con sexualidades interesantes, a contracorriente del estereotipo anglosajón: Glenda Jackson, Vannessa Redgrave, Julie Christie acaparaban premios. Maggie Smith supo crear su propio espacio y consolidar su carrera con este papel. Cuando habla de su interpretación dice que le convenció de que nunca sería estrella de cine: no tenía glamour, no era sexy, insiste. Esta y otras interpretaciones de aquellos años demuestran que esto no es cierto: sorprenderá a quienes conocen sólo su carrera más reciente la sensualidad que hay en sus papeles de estos años. Pero ciertamente no apoyarse en esos rasgos la dotó de una gran maleabilidad y capacidad de transformación. Si uno renuncia a la esclavitud de la belleza, y tiene talento, las puertas se abren donde no parecía haberlas.

The Millionairess (Director Willliam Slater, 1972)

Una versión televisiva de la obra de Bernard Shaw. Quizá su éxito con Brodie le trajo cierto encasillamiento en papeles de mujer excéntrica (su tercera nominación para el óscar llegaría con Viajes con mi tia, de George Cukor, el año anterior). Los bordaba. Su interpretación como la millonaria judoka y suicida, insatisfecha con sus hombres, aquí es puro fuego de artificio y puede encontrarse en YouTube. Es el momento en que empieza a hablarse de ella como “actriz de carácter” y su reacción fue volver al teatro: después de Shaw habría más Shakespeare y en un sorprendente cambio de registro, Noel Coward. 

Private Lives (de Noel Coward, 1975)

De hecho era en el teatro donde se sentía cómoda. Londres y Stratford eran “su casa”. Dice que ver sus películas constituye una verdadera tortura porque “no puede cambiar nada”. Smith tuvo en aquellos años dos notables éxitos en obras de Noel Coward, la alocada comedia Hay Fever y Private Lives. La segunda constituye el epítome de la alta comedia inglesa con una situación que hoy nos es familiar porque se ha repetido hasta la saciedad: Elyot y Amanda, divorciados, se encuentran por casualidad en habitaciones contiguas de un hotel precisamente cuando pasan la luna de miel con sus nuevos cónyuges. No hay una versión disponible más allá de fragmentos de video de muy mala calidad, pero uno puede imaginar cómo la personalidad de Smith encajaba a la percepción con Amanda: altiva, inteligente, fuerte y con una gran capacidad para el sparring verbal. No hay nada “grotesco”, nada “de carácter” aquí: Smith era una actriz protagonista capaz de componer personajes que llevaban el peso de la trama.

California Suite (Director Herbert Ross, 1978)

Por otra parte, en Hollywood se había convertido en una secundaria de lujo, gran actriz de carácter, perfecta para encarnar cierta fantasía de lo británico para el público de todo el mundo. Y es algo que supo hacer a la perfección: a mediados de los setenta, Smith participa en dos comedias de Neil Simon. La primera, Un cadáver a los postres, es una parodia del teatro de Agatha Christie (Smith interpretó en aquellos años dos papeles en obras de Christie: la enfermera lesbiana de Bette Davis en Muerte en el Nilo y la propietaria de un hotel del Mediterráneo en Muerte bajo el sol). La segunda, una de las favoritas para gente de mi generación, es una comedia de episodios en diversos registros (comedia neoyorquina, comedia judía, comedia negra, comedia sofisticada) y su papel, el de una actriz inglesa nominada para el óscar por una comedia, tenía un elemento meta (era fácil encontrar rimas entre actriz y personaje), y recordaba a su trabajo en el teatro de Noel Coward. Su compañero en el sketch era Michael Caine, que interpretaba a su marido, un homosexual en el armario. El episodio es muy divertido, Smith, con cada mirada, transmite arrogancia, elegancia, vulnerabilidad. En un delicioso arco, la segunda parte del episodio nos la muestra frustrada y ebria, infantil y dolida. Y aunque en la película su personaje perdía el trofeo, en la vida real ganaría su segundo óscar por esta interpretación. 

Quartet (Director James Ivory, 1981)

La carrera de Maggie Smith tiene colores inesperados. En los años ochenta se pone muy de moda el “cine de época” británico, y Smith se convertirá en presencia constante en adaptaciones literarias. Con los años se quejaría de haber quedado “encasillada” (su expresión) en un tipo de papeles “de corset”. Pero incluso aquí nos daría interpretaciones imborrables. Antes de Una habitación con vistas, que consolidó este aspecto de su carrera, trabajó con James Ivory en esta maravillosa película basada en un relato de Jean Rhys sobre una mujer dura y amargada que se ve obligada a poner otras mujeres al alcance de su marido en el París de los años veinte. Estábamos acostumbrados a reírnos con ella y siempre esperábamos personajes algo absurdos. Aquí hay verdadera dureza, dominio, drama, una nueva faceta.

The Lonely Passion of Judith Hearne (Director Jack Clayton, 1987)

Aunque es una película que susurra y no deslumbra (y que por desgracia se vio muy poco), Smith consideró su interpretación en cine más ambiciosa hasta la fecha, y, de nuevo, otro ejemplo de cómo la actriz busca nuevos colores en su voz y en su cuerpo. Aquí encarna a una modesta mujer dublinesa que concibe esperanzas románticas cuando la corteja un hombre, interpretado por Bob Hoskins, que cree que tiene dinero. Aunque no sucede gran cosa es un sutil estudio de personaje, sin corséts, sin acentos afilados, sin glamour o humor. Para el autor de la novela en la que se basa, Brian Moore, la película era una condena del catolicismo irlandés, con su carga de represión que conduce a amargar vidas. Tras sus tías excéntricas, resulta maravilloso ver a Smith como esta mujer, ingenua, pobre, abrumada por la vida, ilusionada. Un banquete para gourmets de la interpretación. 

Three Tall Women (de Edward Albee, 1994)

A mediados de los ochenta, había quedado consagrada como una de las grandes damas del teatro británico. Sus éxitos en el West End fueron múltiples y continuados. Hay que mencionar La máquina infernal, de Cocteau, y el taquillazo popular de Lettice and Lovage, de Peter Shaffer (otra mujer excéntrica). Pero el papel que de nuevo sorprendió a crítica y público fue su protagonista de esta obra de Albee en la que el dramaturgo ajustaba cuentas con su madre. Una mujer dura, autoritaria y distante, una interpretación escalofriante. Smith volvería con Albee, en un tono más ligero, con la borracha Claire de Un delicado equilibrio, que interpretó en 1997.

Gosford Park (Director Robert Altman, 2001)

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En los años noventa, Smith había interpretado a Lady Bracknell, la clasista madre de La importancia de ser Ernest, en el West End. Aunque hoy nos parece previsible, no lo era. El caso es que, de alguna manera, este personaje tenía lógica en su carrera y en su imagen. Y posiblemente condujo al de la Condesa Trentham en Gosford Park, una evocación de la sátira social La regla del juego de Renoir desplazada a una casa de campo la Inglaterra de los años treinta con elementos de Agatha Christie. Quizá la culminación de todo lo anterior, y la piedra de toque de todo lo que vendría en los veinte años que siguieron. En Trentham, con frases como “verde… un color difícil” o “mermelada comprada… no se han lucido”, su falta de simpatía por la cultura estadounidense o el cine (cuando un productor dice que no quiere contar el final de la película que prepara ella suelta: “no se preocupe, nadie aquí la vamos a ver”) o por la cultura popular en general (cuando los invitados empiezan a aplaudir una interpretación de Ivor Novello dice por lo bajo: “no le animéis”), Smith logró un papel en el que se combinaba tanto su capacidad para la comedia, como una técnica para la gestualidad y la dicción realmente insuperables.

Lady in a Van (de Alan Bennett)

No podía faltar alguna de sus colaboraciones con Alan Bennett, que, dejando de lado Shakespeare, fue el dramaturgo al que volvió de manera más frecuente. Intenten ver su esposa rural con notas de Lady Macbeth en la película A Private Function y no se pierdan su inmortal monólogo para televisión Bed Among the Lentils, de la serie Talking Heads, pero quizá es su interpretación de Lady in a Van la que constituye la culminación de esta colaboración y, para muchos, la de la carrera de Smith. El papel está basado en el de una vieja evangelista que aparcó la furgoneta en la que vivía fuera de la residencia de Bennett. Smith interpretó el papel primero en teatro, donde cosechó buena cantidad de premios, y quince años después en la adaptación cinematográfica. Sí, es uno de sus papeles de vieja excéntrica, pero una vez más sorprende en un nuevo registro, algo que no había hecho antes. 

Sí, en realidad hay más de diez interpretaciones aquí. Y me gustaría hablarles de muchas más. Pero háganme caso. Excaven en los títulos de una carrera extraordinaria. Rían. Emociónense, de la mano de una de las actrices más excepcionales cuyo legado tenemos a nuestro alcance. 

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