¿Es el enemigo? No, son las películas sobre la guerra que nos han enseñado a odiar la guerra

Fotograma de 'Apocalypse Now'.

Atravesamos tiempos extraños (¿y cuando no?), rodeados de conflictos armados, con la persistente letanía de fondo del advenimiento de la Tercera Guerra Mundial. La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, con más ganas que nunca de romper el tablero de ajedrez que siempre es la política internacional. Ha recuperado igualmente para nuestras vidas cierto tipo de lenguaje agresivo y militarista que no hace otra cosa que generar tensiones y provocar encontronazos a diestra y siniestra.

Y es que, al mismo tiempo que se afana como pacificador entre Rusia y Ucrania, el presidente estadounidense amenaza con tomar por la fuerza algunos territorios y exige a la Unión Europea que aumente su gasto en defensa y seguridad para fortalecer a la OTAN (quien se lucra con esto ya lo sabemos). Un clima de confrontación permanente que separa al mundo en bloques y en el que no está de más recordar quela UE se creó para promover la paz y no para fomentar la guerra. Es este un buen momento, por tanto, para recordar algunas historias de guerra pero en realidad de paz. Películas bélicas que nos enseñaron a ser pacifistas al mostrarnos las miserias de las trincheras, la lucha de tantos soldados por sobrevivir ellos mismos más que por matar obligados, el drama humano que reverbera en todo campo de batalla.

Eso es precisamente lo que vemos en ¿Es el enemigo? La película de Gila (2024), cinta española recién estrenada, dirigida por Alexis Morante y protagonizada por Óscar Lasarte, que nos recuerda que el no a la guerra está más vigente que nunca. Porque, en lugar de tratar de relatar los años de éxito del popular cómico, propone una mirada que va mucho más atrás, hasta una Guerra Civil que marca profundamente al joven madrileño, ya entonces con cierta vocación artística y un sentido del humor irreductible. La guerra creó al genio de de la comedia, que encontró en el humor su tabla de salvación.

No faltan en La película de Gila guiños a ese gran clásico de nuestro cine que es La Vaquilla (1985), en la que el maravilloso Luis García Berlanga retrata la Guerra Civil como solo él sabe, remarcando, sin ningún tipo de heroicidad, el absurdo de una confrontación que supera a ambos bandos, que sobrellevan a duras penas en el frente intercambiando tabaco por papel de fumar. Así de disparatado es eso de ir a pegar tiros. Y mientras en ¿Es el enemigo? republicanos y sublevados se turnan para ordenar a una vaca, convirtiéndose así en toda una fábula antibelicista, en La Vaquilla acaban todos juntos bañándose medio desnudos (o directamente sin ropa) en un estanque para aliviar los calores veraniegos. Tan ridículo como divertido y, en última instancia, esclarecedor.

Además de una fuerte oposición en la sociedad estadounidense de la época, la guerra de Vietnam ha sido objeto de multitud de producciones cinematográficas a lo largo de los años. El trauma colectivo de todo un país quedó retratado para la posteridad en filmes como La chaqueta metálica (1987), en la que Stanley Kubrick trata asuntos variados como la deshumanización de los reclutas para ser convertidos en máquinas de matar durante su instrucción militar, o su posterior envío al campo de batalla para darse cuenta de que en realidad nadie puede estar preparado para algo así. Antibelicismo y pacifismo de la mano para profundizar en los horrores del combate y sus secuelas. Kubrick ya se había adentrado en los dramas bélicos en Senderos de gloria (1957), donde denuncia las nada equilibradas relaciones de poder entre los altos mandos de los despachos y los soldados llenos de sangre y barro.

También en Vietnam se desarrolla Apocalypse Now (1979), uno de los rodajes más caóticos y por ello mitológicos de la historia del cine, que Francis Ford Coppola consiguió llevar a buen puerto casi de milagro, en medio de una locura colectiva comandada por Marlon Brando, que prácticamente atravesó la pantalla para reflejar la demencia de la guerra en su más delirante crudeza. Más de dos horas y media para adentrar al espectador en el horror de la barbarie y la degradación moral humana, situaciones que se dan recurrentemente en esas guerras en las que la única norma es sobrevivir para contarlo. Inolvidable en todo su espanto destructivo es la escena del ataque con napalm contra los vietnamitas al son de La cabalgata de las valquirias. "Esta no es una película sobre la guerra de Vietnam, esto es Vietnam", aseguró el cineasta en su estreno en el Festival de Cannes. La enajenación del cine hecha película. 

Impactante como pocas es Johnny cogió su fusil (1971), con la que le director Dalton Trumbo conmovió al mundo al contar la durísima historia de un soldado de la Primera Guerra Mundial que se despierta en el hospital sordo, mudo, ciego y sin brazos ni piernas. Convertido por la guerra en una masa inmóvil sin capacidad para comunicarse, el pobre recluta representa en sí mismo toda la tragedia de la guerra y lleva al espectador a plantearse preguntas como si no sería mejor haber acabado muerto que en semejante situación. De hecho, más allá de la posición claramente antibelicista, el filme puede incluso ser interpretado como una apología de la eutanasia. En un momento dado, Johnny intenta decirle a los médicos que desea que el ejército lo ponga en un ataúd de cristal para que todos puedan ver en él los estragos de las guerras pero, sin embargo, será dejado a su suerte como muerto en vida. La angustia definitiva.

Mucho más reciente es Hasta el último hombre (2016), película dirigida por Mel Gibson y protagonizada por un Andrew Garfield cristiano adventista del séptimo día que se negó como soldado estadounidense a portar armas en el frente, algo por lo que fue objeto de burla. A pesar de ello, fue condecorado con la Medalla de Honor por el presidente Harry S. Truman (la historia es real), por haber salvado la vida a más de setenta y cinco hombres bajo el constante fuego enemigo en el acantilado de Maeda durante la brutal batalla de Okinawa, en la Segunda Guerra Mundial.

Cabe preguntarse en este punto si acaso hay alguna película bélica que no tenga en esencia un mensaje pacifista. En unos casos más claro, en otros más intrincado, pero ahí están títulos como Nacido el 4 de julio (1989), Salvar al soldado Ryan (1998), Platoon (1986), La delgada línea roja (1998), El imperio del sol (1987) o La vida es bella (1997). Cada cual a su manera, como la cinta rusa Masacre: ven y mira (1985), dirigida por Elem Klimov, que relata a través de un niño llamado Flyora Gaishun, progresivamente endurecido por el sufrimiento, la matanza sistemática de los habitantes de aldeas bielorrusas durante la Segunda Guerra Mundial. De nuevo, los efectos de la muerte y la destrucción simbolizados por un personaje que va amoldándose a la realidad que le ha tocado vivir porque no tiene otra opción.

Todas las ficciones que nos abrieron el Despacho Oval pero jamás imaginaron nada como Trump y Musk

Todas las ficciones que nos abrieron el Despacho Oval pero jamás imaginaron nada como Trump y Musk

En representación del cine francés encontramos Hiroshima Mon Amour (1959), un film en el que el cineasta Alain Resnais, con Marguerite Duras como guionista, cuenta la historia de una actriz que acaba de rodar una película en Hiroshima, donde conoce a un japonés con el que vive una intensa relación que le provoca recuerdos indeseados tanto de la guerra como del amor. La británica Los gritos del silencio (1984), de Roland Joffé, por su parte, relata las vicisitudes de varios periodistas durante el régimen de los Jemeres Rojos en Camboya.

Retrocedemos muchísimo en el tiempo, nada menos que hasta 1919, para recordar Yo acuso, película muda francesa dirigida por Abel Gance que con el trasfondo de los horrores de la Primera Guerra Mundial se centra en un drama romántico entre dos soldados, uno casado y el otro amante de la esposa del primero, que coinciden en las trincheras. Más allá de este curioso cruce de caminos bajo fuego enemigo, algunas escenas de esta cinta se filmaron en campos de batalla reales, lo cual le da una crudeza insólita y ciertamente pionera.

En tierra hostil (2010), M.A.S.H. (1970), Leones por corderos (2007), El cazador (1978), Rambo, acorralado (1982), Forrest Gump (1994), El acorazado Potemkin (1925), El pianista (2002), Corazones de hierro (1989), Banderas de nuestros padres (2005)... es en realidad interminable la lista de películas bélicas que nos enseñan el valor del pacifismo en un mundo perpetuamente en guerra. Y una obra diferente para terminar: la cinta animada japonesa del estudio Ghibli de La tumba de las luciérnagas (1988), en la que dos niños no llegan a tiempo al búnker en el que deben refugiarse durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y se ven obligados a sobrevivir como buenamente pueden mientras buscan a su madre, a la que encuentran muy malherida en un colegio reconvertido en hospital.

Más sobre este tema
stats