Todas las ficciones que nos abrieron el Despacho Oval pero jamás imaginaron nada como Trump y Musk

Elon Musk con su hijo X junto con Donald Trump hablan con los medios en el Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington.

Ni Aaron Sorkin podría escribir una escena que impacte más de manera instantánea en todo el planeta que la protagonizada por Donald Trump y Volodímir Zelenski. "Esto va a ser televisión de la buena. Ya lo creo", dijo ufano el presidente estadounidense al término de la encerrona que la preparó a su homólogo ucraniano el pasado viernes en el Despacho Oval. Ese lugar otrora sacrosanto se ha convertido ahora en sede del esperpento. La ficción se ha encargado a lo largo de los años de abrirnos las puertas de este epicentro del poder para enseñarnos dónde y cómo se toman las decisiones más importantes, esas que determinan el rumbo del mundo. Son réplicas, vale, decorados, pero cuidados hasta el último detalle porque, en este caso, la traslación del poder a la pantalla es una cuestión de mimetismo.

Aaron Sorkin, decíamos. Aclamado guionista y dramaturgo, creador de esa serie epítome, referencia obligada, multipremiada, la primera que nos viene a la mente cuando imaginamos al presidente de Estados Unidos en el Despacho Oval: El ala oeste de la Casa Blanca. Una serie política, tan de buena política que parece como de otro tiempo que ya fue, cuando nadie podía siquiera imaginar en sus más locos desvaríos la degradación de todos los códigos mínimos establecidos que está acometiendo Trump en su segundo mandato. 

Pero es que, como tantísimas veces decimos porque resulta que es verdad, la realidad siempre supera a la ficción. En capacidad de sorpresa y también en velocidad, pues con la oficina presidencial transformada ya en plató de televisión, se extiende la sensación de que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento. Porque todos los días pasa algo: desde Musk rompiendo cualquier protocolo con su hijo a hombros (ese mismo niño que manda callar a Trump con una naturalidad pasmosa) hasta una reunión que acaba con un puñetazo que todo el mundo está deseando (esto no ha pasado, aún, pero porque Zelenski demostró tener una impaciencia infinita... y ya hay quien lo recreó con IA, anda por ahí el vídeo fake circulando).

El ala oeste de la casa blanca se ha convertido en la máxima representación del género político estadounidense en general y del que se desarrolla en el Despacho Oval en particular. La serie está ambientada en esa zona del emblemático edificio, donde el presidente, en este caso el demócrata Josiah Bartlet (interpretado por Martin Sheen) desarrolla su actividad rodeado de los principales miembros de su equipo. Tres Globos de Oro y 26 Emmy refrendan la importancia de esta ficción emitida entre 1999 y 2006 tan bien valorada por críticos cinematográficos, politólogos y exempleados de la propia Casa Blanca.

Muy aplaudida es también House of Cards, serie de seis temporadas creada por Beau Willimon que nos cuenta la escalada política del ambicioso Frank Underwood (Kevin Spacey) hasta llegar a presidente de los Estados Unidos con no pocas vicisitudes antes, durante y después de conseguirlo. Peleas intestinas por el poder, no pocas puñaladas traperas y un casillo de naipes (eso significa House of Cards) que puede venirse abajo en cualquier momento en un ambiente político que incluye intentos de magnicidio y todo tipo de delirantes tropelías. De nuevo, la ficción poniendo en entredicho su propio poder para llevar la realidad hasta el último confín de la imaginación.

Mucho más loca, por partir de una premisa apocalíptica más que por todo lo que pasa en la trama (que también), es Sucesor designado, en la que una explosión en el Capitolio acaba con la vida del presidente y todos los miembros del gobierno de Estados Unidos. Tal es la escabechina que hay que descender en el escalafón de la administración hasta dar con el obligado relevo sí o sí: el Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano, Tom Kirkman (Kiefer Sutherland), un completo desconocido que no tiene la preparación necesaria pero se pone a los mandos porque así se lo exige su país. Tres temporadas entre 2016 y 2018 para una producción que imagina el día a día en la Casa Blanca en un contexto cuanto menos pintoresco.

Desde un punto de vista más humorístico afronta los avatares de la vida política al más alto nivel en Washington DC Veep, una comedia creada por Armando Iannucci, emitida entre 2012 y 2019, que sigue de cerca el día a día de Selina Meyer (Julia Louis-Dreyfus), una senadora demócrata que acepta el cargo de vicepresidenta de Estados Unidos y rápidamente descubre lo poco preparada que está para desempeñarlo. Otra manera de contar las envidias y las disputas que nacen en el epicentro del poder, en este caso con cierto componente de género, pues aunque la trama se centra en ella, es a su vez recurrentemente ignorada por un presidente que, curiosamente, nunca sale en pantalla (todo lo que va aconteciendo después no lo vamos a contar).

Otra más: Scandal. Serie creada por Shonda Rhimes, que se extendió durante siete temporadas entre 2012 y 2018 en la cadena ABC. Un enfoque diferente, pues la trama se inspira parcialmente en la jefa de prensa de la administración de George H. W. Bush, Judy Smith, convertida aquí en Olivia Pope (interpretada por Kerry Washington), exdirectora de Comunicación de la Casa Blanca con su propia firma de gestión de crisis. Sus clientes incluyen, efectivamente, al mismísimo presidente, aquí con el nada pomposo nombre ficticio de Fitzgerald Grant III (encarnado por Tony Goldwyn). A partir de ahí, todo tipo de líos y asuntos por resolver.

Mucho más reciente es Día cero, que nos trae la novedad en absoluto baladí de Robert De Niro en su primer papel protagonista en una serie. Esta ficción política, estrenada en Netflix hace apenas unos pocos días, arranca desde un suceso muy de nuestro tiempo, cuando el país sufre un ataque informático masivo que causa numerosos muertos y muestra la vulnerabilidad con la que vivimos en el año 25 del supuestamente siglo XXI. De Niro interpreta a un querido ex presidente de la nación que es convocado por la actual líder de la Casa Blanca para liderar la investigación del incidente que tiene a la nación en vilo. En la parte de la creación sobresale uno de los creadores de Narcos, Eric Newman, está vez asociado al ejecutivo de televisión y guionista Noah Oppenheim y al periodista Michael S. Schmidt, ganador de dos premios Pulitzer en 2018. 

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Otras series que nos muestran los entresijos y las miserias de la supuesta alta política son La diplomática (estrenada en Netflix en 2023, protagonizada por Keri Russell como la nueva embajadora de Estados Unidos en Reino Unido, encargada de desactivar crisis internacionales, un puesto que desde el regreso de Trump no va a estar jamás bien pagado), Paradise (recién estrenada en Disney+ y que sigue al agente del Servicio Secreto de los Estados Unidos Xavier Collins mientras busca descubrir la verdad detrás del asesinato del presidente), The Residence (que llegará en marzo a Netflix y es más bien un drama de misterio en torno a un asesinato que tiene lugar durante una cena oficial y por ello involucra a todo el personal de la Casa Blanca) o Comandante en Jefe (ABC, 2016, en la que Geena Davis se convierte en la primera mujer presidenta de la nación tras la muerte repentina del presidente).

El relato de puertas para adentro de la Casa Blanca, en ocasiones llegando más al núcleo del Despacho Oval, en otras menos, no es en la ficción audiovisual patrimonio de las series, si bien es cierto que han sido estas producciones, por sus múltiples posibilidades de desarrollo, las que más han escarbado para mostrar, aún con tramas en ocasiones imposibles, la realidad cotidiana de semejante centro de poder de manera más fidedigna. Es en este terreno, sin duda y por tanto, donde los guionistas van a tener que esmerarse de lo lindo para imaginar al menos una mínima parte de lo que pasa por la cabeza de un presidente como Trump y un escudero al que nadie ha votado como Musk.

Pero el Despacho Oval también ha estado presente en la gran pantalla, claro que sí, solo faltaba, recordemos la importancia del cine en la colonización cultural a la que Estados Unidos lleva sometiendo vía Hollywood desde hace décadas. Con presidentes tan variopintos como Nixon (de nuevo Kevin Spacey) recibiendo a Elvis Presley (Elvis & Nixon, 2016), Meryl Streep en plan negacionista ante el impacto inminente de un cometa (No mires arriba, 2021, todo lo contrario a Morgan Freeman en Deep Impact, de 1998), Jack Nicholson tratando de engatusar a los alienígenas invasores (Mars Attacks!, 1996), Harrison Ford a lo superhéroe total en Air Force One (1997) o Bill Pullman como valeroso padre de familia y salvador de la humanidad en Independance Day (1996). Incluso queda para la posteridad el desastre andante de Lloyd Bridges en Hot Shots 2 (1993). Un poco como Donald Trump, aunque por fortuna bastante más divertido.

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