Feria del libro
La Feria que no explica (casi) nada
La Feria del Libro de Madrid. Esos 15 días (este año, del 26 de mayo al 11 de junio) en los que el mundo del libro luce radiante, pese a haber perdido entre 2010 y 2015 (últimos datos disponibles) 600 millones de euros de facturación en el mercado interior. En los que el parque del Retiro se llena de lectores, pese a que 4 de cada 10 españoles afirmó no haber abierto un solo libro en 2015. En los que se celebra la literatura pese a que esta materia haya perdido casi 200 millones de euros de facturación entre 2010 y 2015 y su peso dentro del total de la industria siga cayendo. La principal fiesta del sector no es la máxima expresión de su realidad cotidiana, sino una burbuja. Un microcosmos.
Basta con pasear por la larga avenida campestre que ocupa la Feria para percibirlo. Primero, el ruido. Ninguna librería ni editorial ha tenido nunca una sede tan bulliciosa. Luego, la manera de vender. Son muchos los libreros y editores –y también los vendedores que no son ni una cosa ni otra, entre ellos no pocos escritores que se ganan en estos días uno de los pocos salarios decentes de su año– que comparan su trabajo aquí con el de un pescadero en el mercado. Y, claro, la pasta: en su edición de 2016, la Feria facturó 8,2 millones de euros. Si la cifra se repite en esta 76ª edición, cada uno de los expositores (del Ministerio de Fomento a la FNAC) se embolsará 16.803 euros, 1.120 cada día.
La rareza de la cita se ve también en sus protagonistas. Ya se ha hablado, entre la sorpresa y la indignación, del tirón de los youtubers frente a los escritores de verdad. Solo aquí es más solicitado el rapero Rayden que el músico Pedro Guerra, quienes compiten por reunir a los fieles en las casetas de la editorial Visor. La novelista Almudena Grandes se encuentra a unos metros de ellos. Ella es de las pocas variables constantes de la Feria. Este año está tranquila, porque no tiene libro nuevo. El que viene, cuando llegue con la próxima entrega de su saga sobre la Guerra Civil, otro gallo cantará. “Los libreros están muy contentos con las ventas este año”, dice, “y para que un librero esté contento...”. Otra rareza.
Aunque, claro, el año pasado el primer fin de semana unió fútbol y chaparrón, y esta edición no se ha visto molestada aún ni por una cosa ni por la otra. En ningún otro momento del año están editores y libreros tan pendientes del deporte nacional y del hombre del tiempo. En este segundo fin de semana, además, los lectores vienen con el sueldo caliente en la tarjeta.
¿Se vende el mismo tipo de libros en la Feria que en el mundo real? mundo real Olivia Moreno, de la librería Muga, no duda en su respuesta: “No, qué va”. Ellos tienen el negocio en el barrio madrileño de Vallecas, lejos del centro. Su desembarco en el Retiro supone llegar a otros lectores, y también que los lectores lleguen a ellos con otro talante. “A la librería vienen con un título claro en la cabeza, solo quieren saber si lo tienes. Aquí te preguntan, se dejan aconsejar”. Así que, por unos días, La vegetariana, novela de la surcoreana Han Kang, gana en su ranking. ¿La razón? Es una de las novedades favoritas de la librera, confiesa, y no duda en tratar de encasquetársela a un cliente tras otro. Pero Moreno señala de nuevo una variable constante: Patria, de Fernando Aramburu, que va por su edición número 22 y alarga su estatus de más vendido desde las pasadas navidades. Su presencia en la Feria es, sin embargo, otra excepción. Quien normalmente huye de los focos mediáticos, tras los muros de la lejana Alemania, reúne aquí a una legión de fans ganados, en gran medida, en los últimos meses.
infoLibre en la Feria del Libro de Madrid
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La vegetariana se hace también un hueco en el expositor de la librería Mujeres & Cía. Aunque por aquí se pasan muchas de sus clientas habituales, Patricia Martínez, una de las responsables de este comercio dedicado a la literatura feminista, confiesa que hay una diferencia esencial entre sus ventas aquí y en el local: pese a su gran fondo ensayístico, en el Retiro gana la narrativa. Es decir, el género más asociado con el placer, el tiempo libre y las largas tardes de verano que se anuncian. Suelta, de un tirón, la larga ristra de recomendaciones que sugiere aquí y allá, a un grupo de apelotonados lectores: Regreso a Berlín, de Verna B. Carleton; Oso, de Marian Engel; El cuento de la criada, de Margaret Atwood –muy demandado ahora por su adaptación televisiva–; La luna en las minas, de Rosa Ribas... ¿Y cómo va la Feria? “¡Bien, mejor que el año pasado!”, dice a voz en grito, semioculta ya tras un grupo de ávidos lectores.
Para las 324 editoriales, la experiencia es aún más emocionante. Sus ventas llegan normalmente a través del librero, y esta es una de sus pocas oportunidades para encontrarse cara a cara con el lector. ¿Coinciden aquí sus best sellers con los títulos que triunfan en las librerías? Elisabeth Falomir, de la editorial Melusina, no cabe en sí del asombro: “¡En absoluto!”. Primero, depende de las firmas. Y luego, extrañamente, de la portada. El turista, de Dean MacCannel, publicado por la editorial en sus inicios, está teniendo una exitosa nueva vida gracias a una sugerente ilustración de Juan García. Y cuenta con sorpresa que su primer libro vendido en la Feria fue Papi, de Madison Young, un análisis feminista sobre el mundo BDSM. ¿Lo compró una chica joven y tatuada? ¿Un papi como los que protagonizan el libro? No: un señor que había pasado hace tiempo la jubilación y que no tenía pinta de pasar las noches en una mazmorra. Otra rareza.
Otro de los extraños fenómenos que viven las editoriales es la resurrección, aun discreta, de títulos que dejaron hace tiempo de ser novedad. Las librerías ya no los tienen en los lugares preferentes del negocio, y a veces ni siquiera en sus estanterías. Pero aquí, milagro, encuentran lectores que quieran llevárselos a casa. Álvaro Llorca, editor de Libros del K.O., asiste con alegría a este fenómeno. Enseña una hoja de cuentas, rudimentariamente anotada a mano –nunca sobra papel y bolígrafo en estos tenderetes, y tampoco ventilador–: “¿Ves? El Gordo aquí siempre llega muy repartido”. En efecto, todos los títulos disponibles tienen más o menos el mismo número de palitos anotados en su celda. En su cuarto año como librero feriante, ¿qué es lo que más aprecia? Ni la caja, ni la ausencia de calor: la cercanía con la cafetería. Aunque desde donde estamos, en el interior de la caseta, se aprecia fácilmente el cajón en el que se guardan las ventas del día. Un montoncito de billetes usados esperan pacientemente a ser contados. Esa es la mayor rareza.