'Gaza. Una investigación sobre su martirio'

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Norman G. Finkelstein

infoLibre publica un extracto de Gaza. Una investigación sobre su martirio (Siglo XXI), de Norman G. Finkelstein, profesor de teoría política en la Universidad DePaul en Chicago e hijo de supervivientes de los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek. En el volumen, el autor de títulos como Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí (también en Akal, sello parte del grupo Siglo XXI) recorre de manera prolija la historia de Gaza desde la instauración del Estado de Israel, utilizando como hilo conductor numerosos informes de derechos humanos y las discusiones de los organismos supranacionales, notablemente la ONU, sobre el conflicto. El libro, de más de 500 páginas, llega a las librerías el 4 de noviembre

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En defensa propia

El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución que dividía la Palestina bajo dominio británico en un Estado judío que incorporaba el 56 por 100 de Palestina y un Estado árabe que incluía el 44 por 100 restante. En la guerra que siguió al paso de la resolución, el recién nacido Estado de Israel expandió sus fronteras hasta incorporar casi el 80 por 100 de Palestina. Las únicas áreas no conquistadas de Palestina comprendían Cisjordania, que fue anexionada posteriormente por el reino de Jordania, y la Franja de Gaza, que pasó a estar bajo el control gubernamental egipcio.

 

En el mango de sartén que forma la península del Sinaí, Gaza limita al Norte y al Este con Israel, con Egipto en el Sur y con el mar Mediterráneo por el Oeste. Aproximadamente 250.000 palestinos, expulsados de sus hogares durante la guerra de 1948, huyeron a Gaza y abrumaron a una población indígena de unos 80.000 habitantes. Hoy, más del 7 por 100 de los habitantes de Gaza lo forman expulsados de la guerra de 1948 y sus descendientes, y más de la mitad de esta abrumadora población refugiada tiene menos de dieciocho años; Gaza tiene la «segunda proporción más alta de población del mundo entre las edades de 0 y 14 años». Sus actuales 1.800.000 habitantes están apiñados en una tira de tierra de 40 kilómetros de largo y 8 kilómetros de ancho; es una de las áreas más densamente pobladas del mundo, más habitada incluso que Tokio. Entre 1967, cuando empezó la ocupación israelí, y 2005, cuando el primer ministro, Ariel Sharon, volvió a desplegar las tropas israelíes por la parte interior del perímetro de Gaza, Israel impuso a Gaza un régimen de explotación de «desdesarrollo» único en el mundo. En las palabras de la economista de Harvard Sara Roy, ha privado a «la población nativa de sus recursos económicos más importantes –agua, tierra y mano de obra–, así como de la capacidad interna y del potencial de desarrollar esos recursos».

El camino que ha conducido a la desesperada situación de la Gaza moderna está plagado de múltiples atrocidades, la mayoría de las cuales se han olvidado o no se han conocido fuera de Palestina. Después del cese de las hostilidades en el campo de batalla en 1949, Egipto mantuvo un férreo control sobre la actividad de los fedayeen (las guerrillas palestinas) en Gaza. Pero, a principios de 1955, los líderes israelíes tramaron arrastrar a Egipto a la guerra para derrocar al presidente Gamal Abder Nasser. Lanzaron una sanguinaria incursión a través de la frontera con Gaza, asesinando a 40 soldados egipcios. Este ataque en Gaza resultó ser una provocación casi perfecta, a medida que aumentaban los enfrentamientos en la frontera. En octubre de 1956, Israel (con el apoyo de Gran Bretaña y Francia) invadía la península egipcia del Sinaí y ocupaba Gaza, un objetivo que perseguía desde hacía tiempo. El destacado historiador israelí Benny Morris describía así lo que ocurrió a continuación:

 

Muchos fedayeen y calculo que unos 4.000 soldados regulares egipcios y palestinos quedaron atrapados en la Franja, fueron identificados y detenidos por las IDF [Fuerzas de Defensa Israelíes], la GSS [Servicio General de Seguridad] y la policía. Docenas de estos fedayeen parecen haber sido ejecutados sumariamente, sin juicio. Algunos probablemente fueron asesinados durante dos masacres que cometieron las tropas de las IDF inmediatamente después de la ocupación de la Franja. El 3 de noviembre, el día que se conquistó Jan Yunis, las tropas de las IDF fusilaron a cientos de refugiados palestinos y habitantes de la ciudad. Un informe de la ONU habla de «unos 135 residentes locales» y «140 refugiados» asesinados a medida que las IDF se adentraban en la ciudad y en su campo de refugiados «buscando gente en posesión de armas».En Rafah, que cayó ante las IDF entre el 1 y el 2 de noviembre, las tropas israelíes asesinaron a entre 48 y 100 refugiados y a varios residentes locales, e hirieron a otros 61 durante una operación de cribado masivo el 12 de noviembre, en la que buscaban identificar a los antiguos soldados egipcios y palestinos y a los fedayeen que se ocultaban entre la población local […].Otros 66 palestinos, probablemente fedayeen, fueron ejecutados en una serie de incidentes durante operaciones de cribado en la Franja de Gaza entre el 2 y el 20 de noviembre […].Las Naciones Unidas calculan que, en conjunto, las tropas israelíes mataron entre 447 y 550 civiles árabes en las tres primeras semanas de ocupación de la Franja.

En marzo de 1957, Israel fue obligado a retirarse de Gaza después de que el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, ejerciera una fuerte presión diplomática y amenazara con sanciones económicas. Para cuando finalizó la operación, más de 1.000 habitantes de Gaza habían sido asesinados. «El coste humano de los cuatro meses de ocupación israelí de la Franja de Gaza fue alarmantemente elevado», observaba recientemente un historiador. «Si las cifras de quienes fueron heridos, torturados o encarcelados se suman al número de personas que perdieron la vida, se diría que 1 de cada 100 habitantes ha sido físicamente dañado por la violencia de los invasores».

La etiología de las desdichas actuales de Gaza se remonta a la conquista israelí. A lo largo de la guerra de 1967, Israel reocupó la Franja de Gaza (junto con Cisjordania) y desde entonces ha seguido siendo la potencia ocupante. Tal como Morris cuenta la historia, «la gran mayoría de los árabes de Cisjordania y de Gaza aborrecieron desde el inicio la ocupación»; «Israel pretendía quedarse […] y su gobierno no se habría derrocado mediante la desobediencia civil o la resistencia civil, que se aplastaba con facilidad. La única opción real era la lucha armada»; «como todas las ocupaciones, la de Israel se basaba en la fuerza bruta, en la represión y en el miedo, en el colaboracionismo y la traición, en las palizas y las cámaras de tortura, y en la intimidación, humillación y manipulación cotidiana»; «la ocupación siempre fue una experiencia brutal y mortificante para el ocupado».

Desde el inicio, Palestina se resistió a la ocupación israelí. Los gazatíes en particular opusieron una resistencia dura, tanto armada como sin armas, mientras que la represión israelí resultaba igualmente tozuda. En 1969, Ariel Sharon se convirtió en el jefe del Mando Sur de las IDF y no pasó mucho tiempo antes de que se embarcara en una campaña para quebrar la resistencia en Gaza. Una de las mayores especialistas académicas americanas sobre Gaza recuerda cómo Sharon

 

imponía toques de queda de veinticuatro horas a los campos de refugiados, durante los cuales las tropas llevaban a cabo registros casa por casa y reunían a todos los hombres en la plaza para interrogarlos. Muchos hombres fueron obligados a meterse en el Mediterráneo con el agua hasta la cintura durante horas mientras se llevaban a cabo los registros. Además, unos 12.000 miembros de familias de supuestos guerrilleros fueron deportados a campos de detención […] en Sinaí. En unas pocas semanas, la prensa israelí empezó a criticar a los soldados y a la policía fronteriza por dar palizas a la gente, por disparar a las multitudes, por destrozar los contenidos de las casas y por imponer restricciones extremas durante el toque de queda […].En julio de 1971, Sharon añadió la táctica de «esquilmar» los campos de refugiados. Las tropas militares desalojaron a más de 13.000 residentes a finales de agosto. El ejército abrió grandes carreteras atravesando los campamentos y a través de los limoneros, facilitando así que las unidades mecanizadas operaran y que la infantería recuperara el control de los campamentos […]. Esa acción del ejército rompió la espina dorsal de la resistencia.

En diciembre de 1987, un accidente de tráfico en la frontera entre Israel y Gaza, que se saldó con cuatro palestinos muertos, desencadenó una rebelión en masa, o intifada, contra el dominio israelí en los territorios ocupados. «No fue una rebelión armada», recuerda Morris, «sino una campaña masiva y persistente de resistencia civil, con huelgas y cierres de comercios, acompañada de manifestaciones violentas (aunque desarmadas) contra las fuerzas de ocupación. La piedra y, ocasionalmente, el cóctel molotov y el cuchillo eran sus armas y sus símbolos, no las pistolas y las bombas». No se puede decir, sin embargo, que Israel reaccionara proporcionalmente. Sigue contando Morris: «Se intentó casi todo: disparar a matar, disparar para herir, palizas, arrestos en masa, torturas, juicios, detenciones administrativas y sanciones económicas»; «Una amplia proporción de los muertos palestinos no recibieron disparos en situaciones de riesgo para la vida del tirador y la mayoría eran niños»; «Solamente una pequeña minoría de los malhechores [de las IDF] fueron convocados por la maquinaria legal del ejército, y casi todos ellos se libraron, con sentencias ridículamente leves».

(...)

En 2006, hartos de años de corrupción institucional y de negociaciones sin fruto, los palestinos votaron y llevaron al gobierno al movimiento islámico Hamás, en unas elecciones que fueron ampliamente elogiadas como «completamente honradas y justas» (Jimmy Carter). En privado la senadora Hillary Clinton se quejaba de que Estados Unidos no hubiera amañado el resultado: «Deberíamos habernos asegurado de hacer algo para decidir quién ga­naba». A partir de su creación en 1988, Hamás había rechazado formalmente los términos respaldados internacionalmente para resolver el conflicto israelopalestino. Sin embargo, su participación en la contienda electoral indicaba la posibilidad de que el movimiento islámico estuviera «evolucionando y aún pudiera evolucionar más». Pero Israel inmediatamente intensificó el asedio y «la actividad económica en Gaza quedó en punto muerto, pasando a ser una economía de supervivencia». Estados Unidos y la Unión Europea siguieron la pista, infligiendo unas «sanciones financieras demoledoras». Pero si se apretaban los nudos a Hamás, junto con la población de Gaza, era porque habían hecho lo que se les pidió: habían participado en una elección democrática. El subtexto tácito, por cuya ignorancia Gaza pagó un precio tan alto, era que Hamás tenía la obligación de perder. El relator especial de la ONU sobre derechos humanos en los territorios palestinos ocupados señaló otras anomalías en esta respuesta punitiva:

En efecto, el pueblo palestino ha sido sometido a sanciones económicas, es la primera vez que se ha tratado así a población ocupada. Esto es algo difícil de entender. Israel está violando las principales resoluciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General que tratan sobre el cambio territorial ilegal y la violación de los derechos humanos y no ha implantado el dictamen no vinculante del Tribunal Internacional de Justicia, pero ha conseguido evitar la imposición de sanciones. En cambio, el pueblo palestino […] ha sido sometido a lo que es posiblemente la forma más severa de sanción internacional que se haya impuesto en esta época.

(...)

En 2007 Hamás consolidó su control de Gaza después de desbaratar un golpe orquestado por Washington en alianza con Israel y con los elementos de la vieja guardia palestina. «Cuando Hamás previene [un golpe]», bufaba más tarde una figura importante de los servicios de inteligencia israelíes, «todo el mundo grita “falta”, reclamando que es un golpe militar de Hamás, pero ¿quién dio el golpe?». Aunque considera que Hamás es «cruel, horrible y está lleno de odio», el editor de uno de los periódicos de más tirada de Israel se hizo eco de esa postura heterodoxa acerca de lo que se había desvelado: «Hamás no ha “tomado el control” de Gaza. Tomó las medidas necesarias para imponer su autoridad, desarmando y destrozando una milicia que se había negado a inclinarse ante su autoridad». Estados Unidos e Israel reaccionaron con prontitud ante el rechazo por parte de Hamás de esta oferta de «ascenso democrático» (es decir, el intento de golpe), apretando aún más las tuercas a Gaza. En junio de 2008, Hamás e Israel acordaron un alto el fuego auspiciado por Egipto, pero, en noviembre de ese mismo año, Israel violaba el alto el fuego. Llevó a cabo una incursión letal en la frontera de Gaza que recordaba a los ataques transfronterizos de 1955. Entonces y ahora el objetivo era provocar una respuesta y, por lo tanto, tener una excusa para un asalto masivo.

De hecho, la incursión fronteriza resultó ser el preámbulo de una invasión sangrienta. El 27 de diciembre de 2008 Israel lanzó la «Operación Plomo Fundido». Empezó con bombardeos aéreos seguidos de un asalto combinado por tierra y aire. Pilotando la flota aérea de combate más avanzada del mundo, el ejército israelí del aire hizo casi 3.000 incursiones sobre Gaza y soltó 1.000 toneladas de explosivos, mientras que el ejército israelí desplegaba varias brigadas equipadas con sofisticados sistemas de recopilación de información y armamento, que incluía cañones manejados por control remoto y ayudados de cámaras y robots. Por el otro bando, Hamás lanzó unos cientos de misiles rudimentarios y granadas hacia Israel. El 18 de enero de 2009, Israel declaró un alto el fuego unilateral, «aparentemente a petición de Barack Obama, cuya investidura como presidente iba a tener lugar dos días más tarde». No obstante, el asedio a Gaza siguió. El gobierno de Bush y el Congreso estadounidense prestaron un apoyo sin condiciones a Israel durante el ataque. En el Senado se aprobó por unanimidad una resolución que declaraba a Hamás como el único culpable de la muerte y destrucción que acontecería. En el Congreso se aprobó por 390 votos a favor, frente a 5 en contra. Pero, mayoritariamente, la opinión pública internacional (incluyendo amplias franjas de la opinión pública judía) se horrorizó ante el ataque israelí sobre una población civil indefensa. En 2009, una Misión de investigación del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, dirigida por el respetado jurista sudafricano Richard Goldstone, publicó un voluminoso informe que documentaba la comisión por parte de Israel de múltiples crímenes de guerra y posiblemente crímenes contra la humanidad. El informe acusaba a Hamás de cometer crímenes semejantes, pero en una escala que palidecía por comparación. Estaba claro que, en las palabras del columnista israelí Gideon Levy, «esta vez se habían pasado».

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Israel justificaba oficialmente la Operación Plomo Fundido porque debía defenderse ante los ataques de los misiles de Hamás. Esa explicación, no obstante, no soportaba ni siquiera un examen superficial. Si Israel hubiera querido evitar los ataques con misiles de Hamás, no los habría provocado, rompiendo el alto el fuego de 2008. Podría también haber optado por renovar (y, para variar, respetar) el alto el fuego. De hecho, como un exfuncionario israelí de los servicios de inteligencia le contó al Crisis Group, «las opciones de alto el fuego que se pusieron sobre la mesa después de la guerra ya estaban ahí antes de ella». Si la finalidad de Plomo Fundido era destruir la «infraestructura del terrorismo», entonces la coartada israelí de la defensa propia parece aún menos creíble después de la invasión. Mayoritariamente Israel no apuntó a los baluartes de Hamás, sino a lugares «claramente no terroristas, no de Hamás».

El contexto de los derechos humanos contribuyó a socavar la excusa israelí de la defensa propia. El informe anual de 2008 de B’tselem (el Centro Israelí de Información sobre Derechos Humanos en los Territorios Ocupados) documentaba que, entre el 1 de enero y el 26 de diciembre de 2008, las fuerzas de seguridad israelíes habían asesinado a 455 palestinos, de los cuales al menos 175 eran civiles, mientras que los palestinos habían asesinado a 31 israelíes, de los cuales 21 eran civiles. Así pues, en la víspera de la llamada «guerra en defensa propia» de Israel, la ratio total entre civiles palestinos e israelíes asesinados era al menos de 8 a 1. Solamente en Gaza, Israel mató al menos a 158 civiles no combatientes en 2008, mientras que los ataques con misiles de Hamás mataron a 7 civiles israelíes, una ratio superior a 22:1. Israel lamentó la detención por parte de Hamás de un combatiente israelí capturado en 2006, pero Israel tenía en su poder a unos 8.000 «presos políticos» palestinos, incluyendo a 60 mujeres y 390 niños, de los cuales 548 estaban en prisión preventiva, sin acusación ni juicio (42 de ellos durante más de dos años). El cerco cada vez más estrecho sobre Gaza se añadía a la desproporcionada violación israelí de los derechos humanos palestinos. El bloqueo equivalía a «un castigo colectivo, una grave violación de la ley humanitaria internacional». En septiembre de 2008, el Banco Mundial describía Gaza como «drásticamente transformada, de una potencial ruta comercial a un enclave tapiado de donaciones humanitarias». A mediados de diciembre, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) informaba de que «el bloqueo de 18 meses [de Israel] había creado una profunda crisis de dignidad humana, conduciendo a una erosión generalizada de las condiciones de vida y a un significativo deterioro de las infraestructuras y de los servicios esenciales». Si los gazatíes no tenían electricidad 16 horas al día; si los gazatíes recibían agua una vez por semana durante unas pocas horas, y si el 80 por 100 de ese agua no era adecuada para el consumo humano; si uno de cada dos habitantes de Gaza no tenía empleo y sufría «inseguridad alimentaria»; si el 20 por 100 de las «medicinas esenciales» en Gaza estaban en «nivel cero», y si más del 20 por 100 de los pacientes que sufrían cáncer, enfermedades coronarias y otros cuadros graves no podían obtener permiso para recibir atención médica en el extranjero; si los gazatíes se aferraban a la vida con el más frágil de los hilos, esto se podía achacar, en último término, al bloqueo israelí. La población de Gaza, concluía OCHA, se sentía «cada vez más atrapada, física, intelectual y emocionalmente». Si examinamos la contabilidad en términos de los derechos humanos a finales de 2008, e incluso dejando de lado que fue Israel quien rompió el alto el fuego, ¿no tienen acaso los palestinos unas razones mucho más potentes que Israel para recurrir a la lucha armada en defensa propia?

 

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