Cultura
Ida Vitale, un Cervantes tan sorprendente como seguro
Ida Vitale, Premio Cervantes 2018. ¿Una sorpresa o un fallo esperado? Pues ambas cosas a la vez. La poeta uruguaya, con 95 años recién cumplidos, es poseedora desde hace tiempo del título de "eterna candidata" al galardón, el máximo reconocimiento a la obra de un autor en lengua castellana, de ambos lados del Atlántico. Su nombre aparecía una y otra vez en las quinielas, y se la contemplaba como ganadora con más intensidad incluso desde el fallo a favor de la mexicana Elena Poniatowska en 2013. Pero el anuncio del jurado que confirmaba que sí, que esta vez el nombre de Vitale pasaba a reunirse con los de anteriores homenajeados como Sergio Ramírez, Eduardo Mendoza o el recientemente fallecido Fernando del Paso, fue quizás el fallo más asombroso de los últimos años.
¿Por qué? ¿No es Ida Vitale una escritora incontestable, en activo pese a su edad, con una más que solvente trayectoria también como crítica y traductora? Sí. ¿Y no es Ida Vitale la última superviviente de la Generación del 45, la fértil hornada de poetas como Mario Benedetti, Idea Vilariño o Juan Carlos Onetti, una de las más celebradas de la poesía latinoamericana? Sí. ¿Y no ha recibido Vitale en los últimos años una ristra de premios que suponen su recuperación definitiva en el mundo literario hispanohablante, desde el de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que recibirá en unas semanas, al Federico García Lorca en 2016 o el Reina Sofía en 2015? Sí. Pero este año, según esa regla no escrita que rige el Cervantes desde 1996, tocaba un autor español.
Si el año pasado el jurado destacaba la labor del nicaragüense Sergio Ramírez, este año los autores latinoamericanos debían esperar. Pero él mismo, miembro del jurado en esta 43ª edición, decía en abril que Vitale era uno de sus nombres favoritos para el galardón, apuntando que "como en todos lados, la postergación de las mujeres es un mal general". Y un mal que afecta al propio premio: desde su fundación en 1976 solo lo han recibido cuatro mujeres, María Zambrano (1988), Dulce María Loynaz (1992), Ana María Matute (2010) y Elena Poniatowska (2013). La poeta uruguaya es la quinta. Así que ahora la postergación la han sufrido los autores (y autoras) españoles.
La propia poeta recibía la noticia con sorpresa. "¡Pero qué locura!", exclamaba cuando el ministro de Cultura y Deporte, José Guirao, le anunciaba por teléfono el fallo del premio en la mañana del jueves. "Siguen ustedes tan locos como cuando la conquista", bromeaba la autora, que confesaba: "Esto me supera. No se olvide usted de que a mi edad, estas emociones la pueden dejar a una volando por el aire". Y ella misma, algo más tarde —la conversación ha sido hecha pública por el Ministerio—, lanzaba: "Es muy generoso, pero me imagino que habría varios españoles más merecedores...". Lo cierto es que Vitale había despejado insistentemente su candidatura al Cervantes. En una entrevista de Inés Martín Rodrigo en el periódico ABC, publicada el pasado septiembre, la periodista planteaba la posibilidad de resultar ganadora: "Eso es mucho soñar. No se me ocurrió. (...) Ni mentarlo, eso es para prosistas".
Carme Riera, presidenta del jurado del Cervantes, José Guirao, ministro de Cultura, y Sergio Ramírez, ganador del Cervantes 2017 y miembro del jurado, en el fallo del galardón de 2018, otorgado a Ida Vitale. / EFE
"Ha sido una discusión larga", decía Carme Riera, presidenta del jurado en representación de la Real Academia Española, dejando entrever cierto debate sobre el asunto. "Es una poeta extraordinaria, muy vinculada a España, y estoy encantada de haber llegado a este consenso, aunque hay otros candidatos que lo merecían", añadía. Laura Freixas, escritora y activista feminista que estudia desde hace años la distribución por géneros de los principales premios literarios, veía en esto una paradoja: "Tiene gracia que haya una cuota territorial, pero no una cuota de género". Y señala el doble rasero de que se acepte la primera pero que el hecho de premiar a una mujer se vea como algo que puede obedecer a maniobras políticas y traicionar el mérito literario: "Alguien que estuvo en el jurado, cuyo nombre no puedo decir, me comentó que había dicho que habría que empezar a premiar a mujeres. Otra persona le contestó: 'Es que aquí no hay cuotas'. Ah, ¿no? Según para qué".
Lo cierto es que el Cervantes, el último de los Premios Nacionales en anunciarse, llega en un año especialmente propicio para las mujeres. Por primera vez en la historia, el Gobierno reconocía la labor de más mujeres que de hombres, siendo ellas merecedoras de 17 de los 30 galardones concedidos. Nombres de veteranas en sus respectivos campos, como la novelista Almudena Grandes, la compositora e intérprete Christina Rosenvinge y la productora Esther García, obtenían una distinción pública que a principios de década llegaba solo seis mujeres, el 21% de los premiados. "Por mi experiencia, en este tipo de premios no se dan instrucciones expresas", dice Freixas, descartando que haya una voluntad política en los fallos de este año. "Creo que la erupción de todo esto, la cristalización de lo que estaba en el aire, las grandes manifestaciones feministas están en la mente de todos", dice. Pero no cree que esto suponga la victoria definitiva: "Lo que yo he estudiado en las últimas décadas es que no hay un avance sostenido hacia la igualdad. Hay altibajos y tendencias en cada momento que por supuesto pueden volver atrás".
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Lo que por ahora sigue hacia adelante es la recuperación de la obra de Vitale, en acompañamiento de los tres grandes premios recibidos en España en los últimos dos años. "Algo está pasando en las nubes a mi favor", dijo en 2014, tras recibir el Alfonso Reyes, otorgado por varias instituciones mexicanas. El año pasado, Tusquets publicada su Poesía reunida, un volumen que recorre toda su trayectoria pero que no es, sin embargo, una poesía completa. En sus casi 500 páginas no figuran todos los poemas publicados por la autora, sino los doce libros que ella considera que conforman su obra, en las ediciones que ella ha creído oportunas. Vitale insiste en cada entrevista en el tiempo que dedica a la revisión y la corrección de sus propios versos, marcada por el espíritu de Juan Ramón Jiménez —al que conoció, como a Bergamín, en sus años de formación—: "Me dijo algo que no olvido", decía en una entrevista en El País en 2013, "lo mejor que se puede hacer es escribir y guardar. Guardar en un cajón y sacarlo con el tiempo. Me hablaba de no olvidar nunca la objetividad, la autocrítica. Y yo lo hago. Lo guardo todo hasta olvidarlo".
Quizás por eso no haya nacido aún la novela en la que trabaja desde hace una década. Pero en España sí se han publicado otros volúmenes de su obra, como la antología Sobrevida, editada por el sello Esdrújula en 2016, o, ese mismo año, La voz de Ida Vitale, un proyecto de la Residencia de Estudiantes de Madrid que recoge los recitales ofrecidos por la poeta en esta institución en 2008 y 2010. Antes incluso la editorial Visor había lanzado Cerca de cien, otra antología de la escritora. Y su Poesía completa incluye un capítulo reservado a los "Antepenúltimos", sus poemas recientes. Este volumen, por cierto, está ordenado en sentido cronológico inverso, con los versos nuevos al inicio, como huyendo de la clausura de una obra todavía en marcha. Como observaba el escritor José Luis Gómez Toré en su reseña de este libro en Cuadernos Hispanoamericanos, "toda escritura viva no puede ser sino, parafraseando a Valente, fragmentos de un libro futuro". Y, a los 95 años, Ida Vitale sigue escribiéndolo.