Literatura
Los libros no dan para pagar el alquiler
Advertencia previa: La historia que aquí se va a contar no es exclusiva de las librerías, afecta seguro a otros comercios, a otros sectores. Pero, puesto que en este espacio tratamos de cosas relacionadas con los libros y el universo que crean, nos ceñiremos a ellas. Ustedes sabrán perdonarnos.
Ciudades literarias sin librerías
Hace un par de semanas, The New York Times relataba la paradoja: la zona más literaria de Nueva York se estaba quedando sin librerías por culpa de los precios de los alquileres. En concreto, mencionaba el caso de Sarah McNally, propietaria de la librería McNally Jackson en Lower Manhattan, cuya pretensión de abrir una segunda tienda en el Upper West Side se evaporó en cuanto vio el precio de los locales. "Pequeños espacios por 40.000 dólares o más al mes —declaró—. Era desalentador”.
Desde luego, no es la única explicación para el descenso de librerías en Manhattan, que entre 2000 y 2012, cayó de 150 a 106, casi un 30% menos, pero sí es una importante: esos precios están pensados para otro tipo de negocios.
Nueva York es el último ejemplo, pero no el único. En otra ciudad mil veces visitada por los personajes literarios, París, los libreros de la Rive Gauche sufrieron, y cuánto, para contener el desembarco de grandes firmas de moda en locales de una zona que se había puesto... de moda, y donde las librerías sufrían porque, aun siendo parte del atractivo intello del barrio, no ganaban lo suficiente como para pagar unos alquileres cada día que pasaba más descomunales. A ese reto se sumaron después la crisis económica general y la crisis particular del sector editorial. Por decirlo mediante la expresión meteorológica tan socorrida: la tormenta perfecta.
La renta antigua
España no podía escapar a esa tendencia. El año pasado, en Barcelona, unos cuantos libreros contaban con preocupación los días que faltaban para que se cumpliera el plazo dado por la ley de arrendamientos urbanos para mantener los alquileres de renta antigua en locales comerciales. La fecha maldita era 2014.
Poco antes de que sonara la campana, la librería de viejo Canuda, que inspiró el cementerio de libros olvidados que abre sus puertas en La sombra del viento de Ruiz Zafón, tuvo que echar el cierre. "Los dueños del inmueble han acordado que arrendarán el edificio a la marca Mango. Este es el lamentable destino de Barcelona: llenarse de fotocopias insípidas de tiendas que se clonan por todas partes», lamentaba Santiago Mallafré, el propietario.
La misma suerte corrieron Platón, en la calle Balmes, y Roquer, en los Jardinets del paseo de Gràcia. Las tres, recordaba Xavi Ayén en La Vanguardia, "están situadas en lugares de alta cotización inmobiliaria". Claro que, por aquello de no ver sólo la parte mala del asunto, el periodista señalaba la efervescencia librera que vive el barrio de Gràcia, "que se convierte, así, en una especie de zona cultural con vida propia al margen de la especulación".
Ganar dinero para pagar el alquiler (y otras cosas)
Una opción es, desde luego, desertar esos barrios en los que el metro cuadrado se paga a precio de oro. Otra, convertir las librerías en algo más que tiendas de venta de libros porque, "con lo que se ingresa es imposible pagar el alquiler".
Lo dice Sara Cucala, una de las tres propietarias de la librería gastronómica A punto, sita en la calle Hortaleza, en el madrileño barrio de Chueca. Su intención no fue nunca ser una mera librería, ni aquí ni en su ubicación anterior, un local más pequeño situado en una calle cercana: siempre pensaron en dar cursos de cocina, hacer catas... es decir, apuntarse a idea de las "librerías mixtas que desde hace años se vive en Europa y Estados Unidos".
Cucala tiene meridianamente claro que un alquiler como el que paga (que se sitúa entre los 3.000 y los 4.000 euros al mes) no se puede satisfacer vendiendo libros de los que apenas se quedan con el 30-35% del precio de venta al público que, además, es fijo por ley. "¿Cuánto tendríamos que vender para asumir una renta como la nuestra?", se pregunta.
Es una respuesta que ya se plantearon las propietarias de la librería que ocupaba anteriormente ese hermoso local de 250 metros cuadrados y dos plantas, Berkana. "Uno de los problemas de Chueca, al convertirse en un barrio de moda, es que los alquileres se dispararon, y son inasumibles para las librerías pequeñas y especializadas, que están condenadas a desaparecer" afirma una de ellas, Mili Hernández, que llegó a pagar 5.000 euros por el espacio en un tiempo en el que la facturación de su librería era "un 70% superior a la que hago ahora".
Las especificidades de su negocio (una librería gay y lésbica) la han obligado a no alejarse mucho: se ha mudado al local de al lado, 40 m2 y 2.000 euros mensuales. "Pensamos que, en plena crisis, teníamos que quedarnos cerca, no alejarnos de nuestros clientes. Y pagamos el precio de esa decisión." Una pasta.
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Cabe añadir que los alquileres en esa zona de Madrid han bajado pero quizá no tanto como en otras porque los comerciantes de la comunidad china, menos afectados por la crisis, andan siempre buscando locales bien situados, y con ellos es difícil competir.
Y mientras unos se ven obligados a reducir su espacio vital, otros creen que el futuro está en el gigantismo. En plena depresión (abril de 2012), La Central abrió en Madrid una librería de 1.200 metros cuadrados en Callao, a dos pasos de FNAC, otros dos de El Corte Inglés (y de su librería) y a alguno más del kilómetro 0. “Los libreros clásicos tenemos poco juego en el campo de las ventas digitales y ante los monstruos globales; solo nos queda la dimensión física, la librería como un lugar donde se encuentran personas reales con objetos concretos y en momentos específicos”, explicó en El País Antonio Ramírez, cofundador del grupo catalán junto con Marta Ramoneda. “Hemos de conseguir que sea un placer comprar los libros en un sitio físico y que la gente encuentre en ellas algo que no imaginaba: un libro que lleva a otro, un objeto no esperado… Hemos de vender más un momento, una experiencia, algo más que un libro propiamente dicho.”
Es decir, la única manera de que las librerías sobrevivan, a sus caseros y a la crisis, es dejando de ser librerías. Algo de lo que ya hemos hablado en estas páginas. Al tiempo.