'Trump 2.0'
El nuevo libro del periodista Roberto Montoya, Trump 2.0, realiza un repaso del pasado reciente de Estados Unidos que nos permite intuir cómo será el futuro del país bajo el segundo mandato del republicano Donald Trump. Esta obra, que está completamente de actualidad, combina un análisis político de la historia reciente del gigante americano con la biografía del mandatario, en un marco donde sus declaraciones y actos controvertidos están generando numerosas tensiones en el panorama internacional.
Todo esto lo cuenta Roberto Montoya, un periodista con una amplia trayectoria en medios como Radio Exterior de España, las revistas La Calle, Triunfo, Argumentos, Noticias Obreras, El Viejo Topo, Tiempo, el diario Liberación, ha sido jefe de Internacional de El Independiente y también ha ejercido como corresponsal en Londres, Roma y París para Univision TV, de EEUU, y el diario español El Mundo.
infoLibre publica en exclusiva un extracto del libro, editado por Ediciones Akal, que llega este miércoles 17 de marzo a las librerías:
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El discurso de Trump en el que amenazó con apoderarse de Groenlandia recordó mucho a la Doctrina Monroe de 1823 y el Destino Manifiesto de 1845 con los que EEUU teorizó que el pue blo estadounidense era el elegido por Dios para liderar el mundo: «EEUU volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta nuestra riqueza, expande nuestro territorio, construye nuevas ciudades, eleva nuestras expectativas y lleva nuestra bandera hacia nuevos y hermosos horizontes». Hacía muchas décadas que no se escuchaba a un presidente de EEUU decir en su discurso de investidura que su país iba a «expandir» su territorio.
Groenlandia no fue el único objetivo expansionista que mencionó Trump, también citó a Canadá: «Tenemos una frontera artificial con Canadá, sería un bonito estado 51.º de EEUU». Y México se ha convertido también desde su primer mandato en otra de las obsesiones del magnate y ha vuelto a amenazar como entonces con una intervención militar para «neutralizar» a los narcos que introducen el fentanilo en EEUU. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, rechazó la acusación de conniven cia del Gobierno mexicano con los cárteles de la droga hecha por Trump; le recomendó que controlara más la venta de drogas en las calles de EEUU y el lavado de dinero, y le recordó que es de armerías de ese país de donde salen los miles de armas que usan los narcos mexicanos.
La ambición de Trump no tiene límites y ha incluido entre sus prioridades recuperar el control del canal de Panamá, una vieja obsesión que se remonta a 2011, cuando su holding, la Trump Organization, construyó en la capital panameña un hotel de lujo de 70 plantas. Desde entonces, Trump critica que EEUU haya «regalado» el canal a los panameños. Fue en 1978 cuando Jimmy Carter y Omar Torrijos firmaron el tratado por el que dieron fin a ese anacronismo colonial de principios del siglo xx, y Panamá pudo recuperar la soberanía del canal transoceánico abierto al comercio mundial. Ahora, Trump denuncia que Chi na se ha hecho con su control e invade el mundo con sus productos, cuando los registros muestran que el 74% de los buques que lo atraviesan tienen su origen o destino en EEUU, seguidos por los de China, Japón o Corea del Sur. El magnate pretende recuperar la época en la que EEUU administraba en exclusiva el uso del canal, pagaba una miseria a Panamá en concepto de alquiler y utilizaba también la zona para las extensas instalaciones de la Escuela de las Américas de su Ejército, en la que durante décadas se entrenaron miles de oficiales de las dictaduras mili tares que asolaron la región. Base del Comando Sur del Ejército estadounidense, la zona del canal también se convirtió antes y durante la Guerra Fría en una plataforma para sus operaciones «antisubversivas» en América Latina y el Caribe.
Trump también ve Gaza como un territorio que su país debe controlar: «EEUU tomará el control de la Franja de Gaza. Sere mos dueños de ella». Gaza está llamada a ser «la Riviera de Oriente Próximo», dijo, sugiriendo que millones de palestinos busquen «unos pedazos de tierra» en otros países para reubicar se y que los ricos de la región lo costeen «para vivir cómodos y en paz». Se siente convencido de que nadie en el mundo puede frenar su ansia imperial.
Elon Musk, el hombre que pareciera ambicionar ser el sucesor de Trump en la Casa Blanca y que podría llegar a competir con él en una batalla de egos y testosterona, va incluso más allá en sus sueños de expansionismo neoimperial: «Clavaremos nuestra bandera de las barras y las estrellas en Marte», dijo eufórico ante la multitud el día de la investidura de Trump para acto seguido saludar dos veces con el brazo en alto al más puro estilo hitleriano. Su empresa espacial, SpaceX, tiene importantes con tratos con la NASA y el Pentágono, y se reforzarán ahora gra cias a su protagonismo en el Gobierno Trump. Starlink, su com pañía de minisatélites –ya cuenta con 6.000 y se fabrican otros 6.000–, le ha aportado un apoyo logístico decisivo a Netanyahu para su política genocida en Gaza, Cisjordania o Líbano y a Ze lenski en la guerra de Ucrania, así como le sirve para cortejar a Giorgia Meloni para conseguir un contrato de comunicaciones seguras para las Fuerzas de Seguridad italianas que ha hecho saltar las alarmas en la Unión Europea.
Como si del verdadero presidente de EEUU se tratara, Elon Musk ha empezado a combinar su cara de empresario con su cara de nuevo político, provocando un terremoto en las rela ciones de Washington con varios países de la Unión Europea. En las primeras semanas del mandato de Trump, Musk lanzó una andanada de ataques a Gobiernos aliados de EEUU: inició una campaña de desprestigio contra el primer ministro británi co y líder del Partido Laborista, Keir Starmer, al que calificó de «ser absolutamente despreciable» por haber sido blando du rante su época de fiscal general (2008-2013) ante un caso de abuso sexual de niñas por parte de una banda de pederastas de origen pakistaní cometido entre 2004 y 2011; además de consi derarlo incapaz para ejercer su cargo de primer ministro, el oligarca apostó por el líder ultraderechista y antieuropeísta Ni gel Farage como candidato para las elecciones generales previs tas para 2029.
En los mismos días en los que lanzaba esa inesperada campaña contra Starmer, Musk volvía a utilizar su red social X –donde su cuenta personal tiene 211 millones de seguidores– para su mergirse de lleno en la campaña de las elecciones generales de 2025 en Alemania, otro país donde su empresa de automóviles eléctricos Tesla tiene una planta con 12.000 trabajadores. Abo gaba abiertamente por Alice Weidel, la líder del partido de ultra derecha Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en ale mán), partido que, paradójicamente, en su momento se opuso a la instalación de Tesla en Branderburgo.
Mark Zuckerberg, otro de aquellos jóvenes cool, de ropa informal, bicicleta y comida vegana que hace años se instaló en Silicon Valley mostrando al mundo el poder de un ordenador, la demo cratización de la comunicación que suponían internet y las redes sociales, se ha subido también a la cuadriga de Trump, el nuevo aspirante a César del siglo xxi. Zuckerberg tuvo que testificar du rante el primer mandato de Trump ante comisiones parlamentarias de EEUU y de Reino Unido por permitir que la empresa Cambrid ge Analytica, dedicada al análisis de datos para campañas políticas, utilizara los datos de 50 millones de usuarios de Facebook para dirigirles noticias personalizadas y fake news que favorecieron la victoria de Trump en 2016. Facebook sufrió por ello una durísima caída en bolsa y Zuckerberg tuvo que comprometerse a crear un departamento interno específico para controlar ese tipo de mani pulaciones y para filtrar ataques de odio y fake news.
Tras el triunfo de Trump en 2024 todo cambió; Zuckerberg anunció, en nombre de la «libertad», que se eliminaban esos controles en sus redes sociales, sumándose así a las prácticas seguidas por Musk en X –antes Twitter–. De esta manera, las grandes redes sociales, que juntan a miles de millones de usuarios, oficializan y reivindican públicamente que sus algoritmos decidirán qué circula por las redes, qué se potencia, qué se veta, qué se elimina, como una suerte de jungla tecnológica manipu lada por una elite mundial.
Con Trump y su corte de big tech en un contexto de guerra por el control de la inteligencia artificial, se inaugura una nueva era donde cada vez será más difícil distinguir la veracidad de una información, donde será más complicado impedir la intoxicación mediática, los mensajes de odio, la injerencia y la mani pulación en los procesos electorales.
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La Ley de Servicios Digitales (DSA) y la de Mercados Digitales (DMA) de la Unión Europea han sancionado ya en deter minadas ocasiones a los gigantes tecnológicos por abuso de po der, así que ahora estos intentarán que sea Trump el que dé la cara por ellos. Por otra parte, Trump encuentra en su segundo mandato una Europa mucho más débil, desunida, más militarizada, empobrecida y dependiente de EEUU que cuando asumió su pri mera presidencia en 2017. Países como Alemania y Francia, el otrora eje motor de la Unión Europea, que dos décadas atrás llegaron a mostrar su rechazo a la invasión de Irak, se muestran hoy como fieles piezas de la política exterior de EEUU, y sumidos cada uno en una gravísima crisis política y económica.
El magnate republicano comprueba también con satisfacción que cuenta con nuevos aliados en Europa. Varios países miem bros de la UE están hoy gobernados por la ultraderecha y otros tienen posibilidad de estarlo a corto o medio plazo. Todos ellos y muchos partidos más, en Europa, África, América Latina, comparten con Trump esa suerte de internacional neoliberal reaccionaria y autoritaria que se viene conformando desde hace años, nucleada alrededor de plataformas como la Conferencia Política de Acción Conservadora (cuyo acrónimo en inglés es CPAC) o la Red Política de Valores (PNfV, por sus siglas en inglés), de las cuales él es el principal referente.
Es su momento, están en auge; saber si se podrá frenar o revertir drásticamente esta ola dependerá en buena medida de la respuesta política y social que reciba en EEUU y a nivel mundial la gestión reaccionaria y autoritaria de Trump y sus aliados en este nuevo mandato. Para saber, como decía aquel ya lejano primer Foro Social Mundial en Porto Alegre en 2001, si aún «Otro Mundo Es Posible».