Adam Zagajewski y José Jiménez Lozano se fueron despidiendo de la vida con sendos poemarios en los que cantaban más que lamentaban. Ambos se animaron a seguir apurando cada instante sin resistirse a que los recuerdos formasen parte de las percepciones del presente. Al fin y al cabo, recordar también es vivir. En el caso de la flamante Premio de la Crítica, Dionisia García, el recuerdo es llaga y a la vez impulso: en su poemario está latiendo Salvador, su marido, que se perpetúa en los ecos y los versos. Antonio Manilla, en plenitud de facultades, ha hecho resumen de sus libros anteriores y con él comprobamos que muchos de sus poemas se aferran a la naturaleza en una lucha difícil hacia la felicidad.
Verdadera vida
Adam Zagajewski
Acantilado, 2023
Al fin y al cabo es mayo el famoso mayo / el mes de las promesas / que después nadie comprueba
Adam Zagajewski nació en 1945 en Lvov, que ahora es Ucrania. Luego vivió en París y en Chicago, antes de establecerse definitivamente en Cracovia, donde falleció en 2021. Dos años antes, nos había regalado este poemario titulado Verdadera vida, que puede considerarse su canto del cisne por la emoción que destila, una emoción pausada, elegiaca y sin embargo invitadora de apurar la vida hasta los posos. Acaba de publicarse en versión castellana de Xavier Farré, que a mí me parece impecable, hasta el punto en que puede afirmarlo alguien que no sabe polaco. Cuando la poesía traída de otro idioma consigue emocionar merecería instalarse en nuestra tradición, como proponía Brines.
En Verdadera vida, la nostalgia se atenúa en el acto mismo de aludir a ella: "Pero la infancia ya no estaba, sólo un bosque tropical de recuerdos / y la infancia me habló directamente, todas las calles / hablaban, cantaban, o también incluso gritaban, sí…". En su repaso, el poeta describe a menudo lugares en los que no hay nadie, que fueron y que ya no son, pueblos "en los que las sombras / son más auténticas que las cosas".
Zagajewski era un viajero, un amante de las ciudades sobre cuya piel escribía como si estuvieran dictándole el poema. Alude a Córdoba y a Santiago de Compostela ("Santiago es la capital secreta de España"). En muchos casos una ciudad se resume en una estampa brevísima que se grabó en su retina. Por ejemplo "Estambul" es la imagen de unos muchachos que saltaban al agua desde un bajo muelle de cemento ("no sé si eran felices, pero yo / lo fui, por un momento, en el fulgor / de un día de mayo, al mirarlos").
También paseamos con él por una antigua ciudad romana de provincias. Las personas que va nombrando murieron, pero siguen vivas cuando el autor las nombra: su madre, sus amigos, cuatro guapas judías, él mismo saliendo de nadar en el océano. Allí donde parece que no ocurre nada, salta de pronto el chispazo. Así, hay un puñado de poemas cerrados con una morosa intensidad: "Miriam Chiaramonte", "En Drohóbych", "Tengo quince años", o el elocuente "Higos", por citar algunos.
Dice el viajero Zagajewski que "Los filósofos tienen que elegir su ciudad, / tan solo los poetas pueden vivir donde sea".
Clamor en la memoria
Dionisia García
Renacimiento, 2022
El misterio es la herida / que nos puede curar
Escribir buena poesía sobre un familiar que acaba de morir es lo más difícil del mundo. Y sin embargo, son ya varios los escritores que han vencido al reto. Me refiero a los que saben que es un reto y lo afrontan con prudencia, como Dionisia García (Fuente Álamo, 1929) que ha reunido 68 poemas evocando a su marido Salvador Montesinos bajo el título Clamor en la memoria.
Dionisia estuvo conteniendo la publicación porque sabía que "las cosas del alma se malogran si te acercas a ellas con descuido". En este puñado de páginas editadas por Renacimiento late una biografía tan compartida que se prolonga más allá de la ausencia: "amigo amor, ayer / locuaz y sonriente, / préstame el logro del ahora".
Dionisia siempre ha mantenido una elegante reserva de su intimidad. La mayor demostración es que noveló su autobiografía, Correo interior, para mantenerla pudorosamente alejada de la primera piel. En cambio, en este homenaje a Salvador, los detalles son importantes y es imprescindible salvar los guiños: "cuando yo ya no esté, aquí me tienes", le decía en vida el marido, señalando el cuadro de José Lucas que ahora la escritora observa emocionada.
La vida sigue y la ausencia tiene un peso enorme todavía, tanto que es casi una presencia. Y no solo para ella: "Ahora vuelvo sola a dar los mismos pasos. / El recorrido exacto con múltiples encuentros. / Algunos me preguntan por ti, porque no saben. / Un día escaparé a tu territorio / para seguir allí nuestra costumbre".
En este libro, la poeta albaceteña (Fuente-Álamo, 1929) afincada en Murcia se deja ir para ser más ella que nunca: "ahora invito yo / a los finales". Escribir para desahogarse tiene como fin exorcizar el dolor y no necesita ni siquiera lectores. Hay que contener el dolor y templar su embestida para que el escrito perdure. Lo hizo Joan Margarit con su hija Joana. Lo ha hecho Luis García Montero con Almudena Grandes en Un año y tres meses. Antes que ellos, Francisco Umbral en Mortal y rosa. Ahora a Dionisia García el esfuerzo le ha valido el Premio Nacional de la Crítica.
Esperas y esperanzas
José Jiménez Lozano
Pre-Textos, 2022
Cántaro roto, agua derramada / que ya no puede recogerse: / tal la vida humana, / siglo tras siglo, desgarro tras desgarro, / súplica tras súplica, y éstas / inútiles, vacías
Pocos días antes del 9 de marzo de 2020, la fecha de su muerte, José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1939) entregó esta colección de poemas: Esperas y esperanzas. Cabría hablar de desesperanzas, si no fuera porque Jiménez Lozano supo quitarles hierro.
Autor admirado y muy premiado en los años 80, cuando ya superaba la cincuentena, vivió sin embargo en una especie de autoexilio, eludiendo los focos y cenáculos, lo que no le privó de recibir el Premio Cervantes de 2002. En esta colección final se aferra a la intemporalidad de los clásicos, a quienes presta su mirada presente: "Mira la luna de noviembre, / que asciende lentamente, / en el anochecer, y oye / el ladrido de los perros, como Ovidio".
No solo los clásicos, también sus muertos queridos siguen vivos, acompañándole. Por ejemplo, sus padres cuando los visita en su tumba: "¡Sostenedme un poco todavía! / Como entonces. Gracias". Y corrige el epitafio de un estoico, para aconsejarse: "Mas tú no hagas caso del hipócrita / que escribió esta lauda. / Porque, / ¡cuánto amor a la vida y desespero / empapa esa leyenda! / ¡Corre tú a seguir viviendo!".
Hay mucha celebración en estos poemas de lo que se ofrece a los sentidos como un "tenderete matutino": "Mira atentamente / las joyas que la mañana te presenta, / y guarda alguna en tu memoria, porque / no volverás a verlas. / Nunca". El tono general es cultivado, con carga meditativa, en absoluto coloquial, aunque se despereza en el humor y la ironía. Critica con sorna la burocracia, que está socavando la tradición. Dice que incluso los clásicos "están ya amortizados / y hasta puestos correctamente en fila, / en residencias especializadas / para curiosidades de la Edad Antigua".
Antes, en el prólogo, nos ha advertido de que la mitad de los poemas tienen un tono informal. Pero no creo que el tono varíe mucho, en todo caso en la segunda parte se centra más en la crítica, sin menoscabo del conjunto.
Lenguas en los árboles
Antonio Manilla
Averso, 2023
Canto del ruiseñor: / quien lo escuchó ya ha muerto
Antonio Manilla (León, 1967) celebra 25 años de su primer libro con una selección de los nueve poemarios que ha ido sumando desde entonces, más seis poemas inéditos. Como nos advierte en el prólogo, se distinguen dos partes.
La primera es una recopilación temática que da nombre al conjunto: piezas sobre el crepúsculo, el amanecer y el ritmo de las estaciones. Una colección que el autor agavilló para leer a orillas del río Órbigo. Manilla utiliza la naturaleza en estos poemas para contener el tiempo durante la contemplación, pero la mayoría de las veces la naturaleza le responde incrementando la conciencia de pérdida. Eso pasa en "Otoñal": "El niño que contempla / la hoguera del otoño que enciende la distancia. / […] El recuerdo del padre, que vive en el paisaje / y es ceniza y frío y soledad y nada".
La acumulación de escenas calmadas nos va sumergiendo en un clima de ceremonia, no exenta de tensión. Por ejemplo, el conflicto entre el día y la noche: "Luz y sombra combaten / rama a rama, hoja a hoja, / por lo mismo: / la ternura del verde, la plenitud del día, / la posesión del aire". Los pájaros juegan un papel crucial: "el mundo lo sostienen los vencejos". Interrumpir el flujo de la razón, abandonarse es el afán, pocas veces logrado: "Sentimiento es sentido / […] / No creas a la tarde. / No dejes que te embarque la hermosura / que aparece detrás de veladuras. / Contempla el río, escucha al ruiseñor, / disfruta de lo bello, / pon tu sentir en duda".
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Este recurso de darse instrucciones a sí mismo aparece a menudo en la segunda parte, titulada "Bodas de plata", una selección de temática variada, aunque casi siempre dirigida a la búsqueda de la felicidad, un objetivo que no obstante el autor define como un "error humano". Será porque van surgiendo obstáculos insalvables, como nuestra insignificancia ("somos huellas de arena en la marea baja") o el deterioro que impone el mero hecho de vivir ("el niño que buscamos y no está / ya dentro de nosotros". En conclusión, "no hace falta comprenderlo todo / si la felicidad es el enigma".
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Arturo Tendero es periodista y poeta. Autor de A todo esto (Pre-Textos, 2023) y de Con la cabeza clara y el casco de Minerva (Altabán, 2023). Estas reseñas y otras más pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.
Adam Zagajewski y José Jiménez Lozano se fueron despidiendo de la vida con sendos poemarios en los que cantaban más que lamentaban. Ambos se animaron a seguir apurando cada instante sin resistirse a que los recuerdos formasen parte de las percepciones del presente. Al fin y al cabo, recordar también es vivir. En el caso de la flamante Premio de la Crítica, Dionisia García, el recuerdo es llaga y a la vez impulso: en su poemario está latiendo Salvador, su marido, que se perpetúa en los ecos y los versos. Antonio Manilla, en plenitud de facultades, ha hecho resumen de sus libros anteriores y con él comprobamos que muchos de sus poemas se aferran a la naturaleza en una lucha difícil hacia la felicidad.