Carmen Martín Gaite y su 'cuento roto' de Nueva York
Visión de Nueva York - Carmen Martín Gaite
Siruela (Madrid, 2024 - nota preliminar de Ana Mª Martín Gaite y textos de Ignacio Álvarez Vara y A.B. Márquez)
Entre los muchos registros que utilizó Carmen Martín Gaite (1925-2000), se vale en este libro de los procedimientos del collage, aunque lo más novedoso sea que inserta textos escritos a mano, por lo que muy bien cabría ser leído como un diario. Y aunque podría decirse que es su estilo menos conocido, también en sus Cuadernos de todo (2002), acaso de manera más modesta, se vale también de esa técnica.
Visión de Nueva York se publicó por primera vez en 2005, en Siruela y Círculo de Lectores, aunque con una cubierta diferente, que se reproduce aquí como un collage más. Se trata de un libro importante porque, además de darnos noticia de diversos avatares de la estancia de la escritora en Nueva York y de otros lugares de los Estados Unidos, sobre todo de su visión de la ciudad y de las amistades que allí cultivó, es una clara muestra de su gusto por las imágenes (cuenta su hermana Anita que dicho interés empezó durante la infancia), por su poder de evocación y su influencia intelectual, y sobre todo por el mundo del espectáculo, la publicidad y las obras de Edward Hopper y Josep Cornell, ambos nacidos en Nyack, muy cerca de Nueva York, una coincidencia que no podía de dejar de llamar la atención de la autora.
Al cuadro de Hopper, titulado Habitación de hotel (1931), el primero de gran formato y quizá su obra más ambiciosa hasta entonces, en el que aparece una mujer joven sentada en la cama, en ropa interior, leyendo una guía de ferrocarriles, lo que nos hace creer que está pensando en marcharse, le dedicó en 1996 una conferencia en el Thyssen, publicada por el museo un año después, bajo el título de El punto de vista. En ella confiesa, como hace también en uno de los collages, que en un momento dado se sintió identificada con esa mujer, con su soledad. Así, nos cuenta que el día de Navidad lo pasó sola en su apartamento de Manhattan, pero que "no echaba de menos nada ni a nadie (página 182). En otro collage, Hopper aparece hasta en cuatro, se reproduce Domingo por la mañana temprano, para nuestra autora "quizá el cuadro más enigmático del arte americano", pues, no en vano, en su opinión, Hopper "estableció la mirada de su tiempo" (página 151).
Tanto Hopper como Cornell han tenido en España numerosos seguidores. Así, Cristina Peri Rossi eligió para la cubierta de su libro Desastres íntimos (1997), el cuadro New York Movie (1939), de Hopper; José Jiménez Lozano ponderó en diversas ocasiones los coseros o cajas de cosas de Cornell; y, salvando todas las distancias, Javier Santiso acaba de dedicarle una novela, que no conozco, a la relación que Hopper mantuvo Jo Nivison, su esposa, titulada Un paso a dos (AdN, 2024).
El caso es que, entre septiembre y diciembre de 1980, Carmen Martín Gaite fue invitada a impartir un curso en Barnard College, pero, además, recorrió varias ciudades, sus universidades, dando conferencias en las de Nueva York, Wellesley, Yale... A este respecto, comenta: "no hacen más que sugerirme conferencias bien pagadas (…) Aquí, desde luego, lo de escribir puede dar una pasta fina" (página 154). La autora entabló amistad con Manuel Durán, un exiliado republicano, poeta y ensayista en catalán y castellano que residía en New Haven, quien le dedicó un estudio a su obra; con Barbara Prost Salomon (1928-2019), autora muy vinculada a España, dos de cuyos libros tienen que ver con nuestro país: Los felices cuarenta (1971), sobre la célebre fuga de Cuelgamuros, y una parte de sus memorias Vuelos cortos (1983). Mantuvo, además, una estrecha amistad con Paco, el hermano de Juan Benet, Juan Goytisolo y José Luis Borau, con quien colaboró en el guion de su película Río abajo (1984). A este escritor y cineasta, que no por casualidad aparece en uno de collages finales del libro, ocupándolo él solo casi entero, lo visitó Carmen Martín Gaite en California, en enero de 1981. De hecho, algunas de las actividades que emprendieron juntos pueden desprenderse de lo que escribe en los collages que cierran el libro (páginas 184-189). Pero quizá, para la autora, la visita más importante fuera la de su hija Marta, con quien estuvo de compras en Nueva York. En el collage en que aparece escribe: "… La libertad siempre da algo de miedo cuando se ve de cerca, ¿no lo sabías?". ¿Se refiere a la Estatua de la Libertad, que se reproduce en cinco versiones de distinto tamaño; a la libertad de que gozan los americanos; o más bien se trata de un comentario que le dirige a su hija?
Asimismo, homenajea a Virginia Woolf ("ella, como yo, entendía de interiores", nos dice), de quien había traducido Al faro, y durante la estancia en Nueva York se compra Una habitación propia en inglés. Lo que le da pie para comentar lo siguiente: "…Y no estoy segura de que las mujeres americanas, ni las de ningún lado, acaben de conquistar la libertad y el estar-en-sí que Virginia Woolf deseaba para ellas, ni que acaricien este sueño de tener una habitación propia, o que sepan habitarla en soledad…" (páginas 145 y 146). Pero también homenajea a Woody Allen y su película Stardust Memories/Recuerdos (página 155), a la cantante de blues Alberta Hunter (página 177), a John Lennon, asesinado en diciembre (página 178) y elogia la interpretación de Meryl Streep en Alice in Concert (página 180).
Se refiere asimismo, a veces solo de pasada, a diversos escritores y profesores que trató durante su estancia neoyorkina. Voy a intentar contar –en síntesis- quiénes eran, porque aunque el especialista los conozca, no hay que olvidar que escribimos para los lectores del diario: el hispanista Philip W. Silver, fallecido en Madrid en el 2020, víctima de la covid, había sido profesor en Columbia y especialista en las obras de Cernuda y Claudio Rodríguez; el mexicano Manuel Ulacia (1953-2001), nieto de Manuel Altolaguirre, poeta y profesor en Yale, le dedicó libros a Cernuda, Octavio Paz y Xavier Villaurrutia; el poeta, narrador y traductor Roberto Echevarren (Montevideo, 1944) daba clase entonces en la Universidad de Nueva York, y fue autor de libros sobre Felisberto Hernández y Manuel Puig; Roberto Yahni (1937-2020), quien durante su estancia en España había trabajado en Alianza editorial, fue profesor en el Sarah Lawrence College, al norte de Nueva York, y en Bryce Mawr College, como especialista en literatura argentina y española; Lynda [Gould] Levine, profesora en Montclair, destacó como experta en la obra de Juan Goytisolo, editó en Cátedra Don Julián, así como en el estudio de las escritoras españolas de postguerra; el historiador Edward Malefakis (1932-2016) era profesor en Columbia, y su obra más importante e influyente fue Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX (1972); Justina Ruiz de Conde (1909-2000) fue una exiliada republicana que durante más de dos décadas dirigió el Departamento de Español de Wellesley College, publicó Antonio Machado y Guiomar (1964) y El cántico americano de Jorge Guillén (1973), pero, además, Martín Gaite comenta que había conocido a Victoria Kent (página 164). Y ahora, al hilo de lo que vengo diciendo, creo que viene a cuento citar lo que escribe en uno de sus collages: "Haz nuevos amigos, pero conserva los viejos. Los primeros son plata y los segundos, oro" (página 163).
Me resultan especialmente significativos los collages que dedica a Todorov, sobre quien comenta que le parece "casi seguro, que era el hombre del sombrero negro", en su novela El cuarto de atrás (página 171); a Cornell, a quien Martín Gaite considera su precursor, autor de collages, aunque él los llamaba montajes, y de las cajas de cosas, sobre quien pega un artículo del poeta John Ashbery, Cornell´s Sublime Junk (páginas 173-176); el que muestra su apartamento, en la calle West 119; aquel en que nos dice: "Soñé que era una artista singular / que estaba trabajando en Nueva York / soñé que me aplaudían sin cesar / con Mickey, con la Betty y con Charlot"; o el que se reproducía en la cubierta de la primera edición, en donde aparecía una foto de la autora. Tampoco se desentiende de la política; al contrario, se muestra crítica con la Guerra del Golfo, la invasión de Irán para acabar con Jomeini, y con las elecciones americanas, en las que Reagan vence a Carter, aunque ninguno de los dos candidatos la convence.
Sea como fuere, el objetivo de su estancia, además de dar clase en la Universidad, debió de ser múltiple: perfeccionar el inglés, dejar de fumar (confiaba en que su afición a recortar y pegar, el denominado método manos-tijeras –lo que Braque llamó papier collé- le sirviera para dejar el tabaco, página 142), y sobre todo concluir El cuento de nunca acabar, un libro que tenía atascado y con el que reconoce que no acababa de ponerse a trabajar en serio. A este respecto, aparecen dos diálogos en los que la autora se desdobla. En el primero, su mala conciencia, por así decir, la alienta: "No hagas caso, honey. Tú vive, let it be, déjate al vaivén de los días" (página 158); mientras que, en el segundo, EL CONDE DE GUADALHORCE, aparece escrito en versales, le comenta: "El día que lo acabes, te pasará como cuando acabaste conmigo, ¡que adiós negocio, chica!" (página 161). Recuérdese que el libro sobre El conde de Guadalhorce, su época y su labor, lo publicó en 1973.
Para la autora, Nueva York es "gris y amarillo", y "es una ciudad que no se puede captar ni transferir solo con la pluma, se necesitan imágenes" (páginas 139 y 170), si bien le dedicó un notable poema de corte narrativo, como lo definió la autora, "Todo es un cuento roto en Nueva York" (A rachas, 1986), en el que creo que alude a Greta Garbo, actriz con la que sueña (página 148), y quien aparece en dos collages distintos, y se cita a Hopper; y una novela, que empezó a gestar durante su estancia en la ciudad (Caperucita en Manhattan, 1990), en la que adopta el papel de Miss Lunatic.
Está muy bien elegido el collage que se reproduce en la cubierta. En él, superpuestos sobre varios edificios emblemáticos de Nueva York, con el Whitney, la Estatua de la libertad y el edificio Chrysler, entre ellos, aparecen cinco personajes del mejor cine americano, que tanto impacto tenía en España: Bogart y Laurence Bacall, sobre un puñado de dólares que semejan componer los pétalos de una flor singular; Minnie y Mickey Mouse; una risueña Katharine Hepburn; Charlot con gesto triste y Greta Garbo con un rostro soñador y en mayor tamaño que el resto de los personajes. Por encima de todos ellos, sobre una revista plegada que hace de fondo del conjunto, aparece una niña que se moja la mano en el gran chorro que sale de una boca de agua, dirigiéndose -parece ser- a la cabeza de K. Hepburn. Pero el collage completo, se recoge en el interior del libro, lleva un texto que se ha suprimido en la cubierta.
En fin, alude a Visión de Nueva York en Desde la ventana (1987) y en los Cuadernos de todo, como ha recordado José Teruel, quien mejor conoce su obar. Y en uno de los collages, escribe: "A espaldas de los hombres y de sus pretenciosos pedestales, la mujer ventanera siempre ha sabido observar por su cuenta, escapar de lo interior a lo exterior y meter dentro lo de fuera, a su modo, sin ruido ni alharacas" (página 163).
La historia de los collages, tal y como hoy la entendemos, quizás uno de los formatos artísticos más innovadores del siglo XX, arranca a comienzos del siglo XX, con Picasso, Braque, y continúa con los futuristas italianos, Juan Gris, Hannah Höch, Joseph Cornell, entre otros muchos cultivadores. En la tradición española, además de los citados con anterioridad, habría que tener en cuenta los de Dalí, Miró, Esteban Vicente, Josep Renau, Alfonso Buñuel, Tàpies, y entre los muchos que cultivan el género en la actualidad, quiero citar a Felipe Benítez Reyes. La gran aportación de Martín Gaite consistió en incluir textos explicativos escritos a mano, como si se tratara de fragmentos de un diario. En los clásicos del collage, todas las palabras que figuran son de imprenta, con la excepción –que yo sepa- de uno de Picasso, fechado en 1913, en el que aparecen un par de voces escritas a mano.
Se trata, en suma, del relato fabuloso de una estancia memorable en Nueva York, de unos viajes por los Estados Unidos, para lo que se vale del collage. Si Max Ernst, por recordar un ejemplo notable, creó en 1929 una novela collage, La femme 100 têtes, Martín Gaite nos relata una estancia en los Estados Unidos. Pero nuestra autora no se consideraba pintora o escultora, sino una escritora que encuentra en el collage una forma de mostrar lo que piensa y siente, lo que le interesa de Nueva York, las sensaciones que le suscita la ciudad.
Carmen Martín Gaite concibió Visión de Nueva York como un doble homenaje a su amigo Ignacio Álvarez Vara y al pintor Hopper, pues fue aquel quien le despertó el deseo de visitar la ciudad, quien le habló con entusiasmo del pintor norteamericano y le llamó la atención sobre la narrativa de Salinger. El libro empieza con un autorretrato de la autora, dedicado a Andrés Trapiello, quien, recuérdese, editó, en Trieste, El cuento de nunca acabar (1983), libro ilustrado a su vez por Francisco Nieva. Y así es como quiero acabar esta reseña, recordando unos cuantos detalles, de un libro que tanto me ha interesado y cuya edición resulta primorosa, si tal adjetivo sigue estando en uso.
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PS. Sabemos, además, que Wim Wenders es un gran admirador de Hopper, que John Updike le dedicó un poema, y que la profesora Erika Bornay analizó 19 de sus obras en Las historias secretas que Hopper pintó (Icaria, 2009). Y un par de recomendaciones más, dos catálogos: el de la exposición antológica dedicada a Hopper en el Museo Thyssen-Bornemisza, en el 2012; y el de la muestra Mestres del collage. De Picasso a Rauscheberg, celebrada en la Fundación Miró, de Barcelona, entre el 2005 y el 2006.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.