Chicles, playa y fútbol

Siempre en verano

Alejandro Pedregosa

Sonámbulos (2022)

Como en los textos que hablan de sí mismos, de su génesis, Siempre es verano cuenta de cómo se escribe cuando el escritor recurre a su memoria. Es una novela, pero de alguna manera, es un formidable ejercicio que indaga en la ficción cuando se escribe de ficción y en la inagotable fuente de la experiencia propia para trabajar y cincelar la memoria inventada que nos agrupa a todos.

Siempre es verano entronca en la tradición de las novelas de crecimiento, de las novelas de metamorfosis, la del niño que pasa a ser adolescente, la del adolescente que pasa a convertirse en adulto, la del adulto que se convierte en escritor y la del escritor que ajusta cuentas con un pasado nostálgico, y que pudo ser enmendado, lo que nos lleva —siempre la paradoja de la elección en la vida— a que si hubiese habido enmienda constataríamos que el escritor que ahora nos contase ya no sería el escritor que hay ahora. La enmienda del pasado habría condicionado el futuro que es el presente. Paradojas.

El escritor mira al chaval —lo está imaginando, allí, en el paseo marítimo, allí en la plazoleta, allí con un libro de poesía entre las piernas sudorosas del verano y la edad— y lo comenta, interviene, corrige, avanza la narración, qué efectos tienen las decisiones tomadas entonces. El escritor consulta la memoria de su madre, extiende sus alas narrativas con la memoria de los demás. Siempre es verano es una investigación, también, sobre la memoria mentirosa, sobre la memoria ajena, sobre las muchas memorias.

Con elementos de la vida real, y mucha experiencia tomada de otros y mucha imaginación, Alejandro Pedregosa entrevera el recuerdo de un verano, el despertar sexual de un chaval y una pandilla, el retrato de una época con cabinas de teléfonos y cartas, de chicles, Casera cola y fútbol, que desemboca en el descubrimiento de la sexualidad (de la “macoca" egoísta a la primera masturbación generosa para el cuerpo ajeno), de los secretos familiares y la revelación que determinará una vida para siempre. Porque como bien dice el sabio abuelo de la novela, se trata de la exposición de esas "vidas complicadas", que a primera vista parecen vidas sencillas, vidas de barrio, pero son, como todas, vidas complicadas, donde hay accidentes, imponderables, pasiones y decisiones.

Se ha escrito muchas veces sobre la adolescencia, los años de aprendizaje son un tema que ha presidido la novela desde las invenciones de finales del XVIII, pero aquí la novedad (como sucedía, pienso, en Escarcha de Pérez Zúñiga) es que la mirada se asienta en los años 80 del siglo XX, un pasado que ya no es inmediato, y que una generación de escritores que frisa ahora la cincuentena se aprestan a tomar como territorio de la nostalgia, antes de que la globalización igualase las consciencias mundiales, en el mundo de la cadena única de televisión, de la democracia recién inaugurada, de las clases obreras que aspiraron a ser burguesas, cuando tantos nos hicimos clase media que la clase media terminó por buscar su curso y encontró su vacío.

La vida de los versos y la vida de los otros

Pedregosa pisa este terreno y pisa la arena de la playa de ahora para volver a mirar atrás a las playas de antes, pero con un tono contenido, a veces piadoso, en una escritura ágil, capítulos cortos y temáticos, como los intensos veranos de hace casi cuarenta años. Los personajes, casi todos exentos de nombre, si acaso de mote, se convierten en prototipos: el abuelo, el hermano, la madre, el chaval… y así son nombrados, como si se protegiese el secreto de testigos protegidos; solo se permite nombre y apellidos a las vecinas morosas, apodos para los pequeños delincuentes navaja en mano, si acaso la amiga que presta la casa para la consumación. Pero los personajes principales, aquellos que soportan la carga, son nombres que describen papeles de la sociedad y de la biografía.

El escritor que cuenta la historia abunda en la mirada, a veces condescendiente, sobre el chaval que fue, sobre los pasos perdidos y los indestructibles recuerdos, sobre la formación entonces de la crisálida y la ruptura del capullo para descubrir a la mariposa que espera volar. Siempre es verano es una novela de veranos poco azules, más bien amarillentos, marrones, y tantas veces oscuros; pero es también una novela de barrio, de la frontera que separaba a los unos y a los otros, de las obsesiones por una marca de ropa, de la salvación a través del conocimiento, del futuro que pudo ser y no fue. Y a veces agradecemos que no fuese, que el escritor pueda mirar al chaval que fue y contarnos.

Alfonso Salazar es escritor.

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