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La vida de los versos y la vida de los otros

Mónica Francés

Barro

Alejandro Pedregosa

Sonámbulos Ediciones (2021)

Pocos poetas se atreven a hincarle el diente —duendear— a la muerte. Quiero decir: por mucho que se nos diga que la muerte es uno de los grandes temas clásicos y universales de la literatura y el arte, incluso ahora, atravesados por el mismísimo "pandemonio", son contadísimos no los poemas sueltos, sino los libros que se atreven a lo largo de todas sus páginas a encarar una de las patas fundamentales del ser humano, su carácter finito, mero organismo frágil, mortal. Así que, en el panorama del micro-star-system de la poesía donde el grueso de los discursos se aferran con todos sus dientes al último neo-reino-del-ser que viene siendo el género y sus variopintas transgresiones (o bien a otros de época, que venden, como el sentimentalismo amoroso juvenil infantilizado, los neofascismos, ruralismos, ecologismos, etc.), abrir las páginas de Barro (Sonámbulos Ediciones, 2021), libro de Alejandro Pedregosa que transita por un ejercicio de luto, duelo, en este caso a la muerte del padre, ya es toda una valentía, una novedad.

Viene a sumarse a la pequeña nómina de autores —Joan Margarit, Piedad Bonnett, Chantal Maillard, Javier Codesal,…— que no esquivan arremangarse ante (¿cabe en la letra dar cuenta de lo innombrable?) la huella de lo real traumático cotidiano (en el binomio siempre vida-muerte, que da y quita vida), esa arcilla y barro modeladora de todo ser que se hereda —cuenta Barro— por una suerte de doble cara, un derecho "como se hereda una casa / o una deuda ancestral —así la mía—", pero ojo porque los versos siguientes introducen cómo, también por un canal más turbio, un envés, "por quién sabe qué avatares / de fuego, de sequía / y precipicio". Omito de entrada qué explicita la voz poética se hereda por ese doble canal porque es el núcleo del discurso que articula todo el libro.

Sin aspavientos ni solemnidades, va rondando la voz poética ese doble canal medular de lo real importante en el día a día de nuestras vidas que, como tal, generalmente nos deja sin palabras, se resiste a la palabra (también al poema) porque se inscribe y acontece en el cuerpo a modo de huella, rastro, síntoma, y se corresponde en el poemario con todo el corpus semántico del barro —aquello que anda a un palmo de la muerte, la miseria, en la lógica del verso "el mundo, ay el mundo, territorio de espanto"— y en todo caso andaría, narrativamente hablando, en un registro más próximo al grito, el mascullar, el titubeo, balbuceo, el sin palabras, que a la copla, el canto, la elegía, que son precisamente los palos clásicos de la faena, el tema, que Barro se trae entre las páginas. Es precisamente en ese salto, trasvase, en esa tentativa o saber hacer con lo innombrable —singularmente humano— donde un creador da la medida de su vuelo. Algo que la misma voz poética explicita al nombrar el punto de partida del trabajo o tentativa por delante del creador-poeta sin el mínimo atisbo de idealismo o voluntarismo ñoño: "No todo lo que surca el aire vuela".

Ahora bien, atención, porque ¿qué tiene que ver un duelo con la poética, o bien y es más, qué tiene que ver atravesar un luto con la política, y cuál es el nexo de unión? Es la real apuesta que despliega y sostiene Barro.

Basculando entre esos dos temas francos, poética y política, calza la voz poética una transición por un duelo que en absoluto anda en posición melancólica. Esa en la que uno se deja caer, preso de la tristeza, detrás del objeto amado perdido. La pena transita, sí, alta y clara en poemas como Luto o El pájaro, pero sobre todo trae una "voz renacida", serena, deliberadamente sencilla, que sugiere, cuestiona, indaga sin pretensión ninguna de látigo, como leemos en el poema A veces rama, casi nunca pájaro, esa que viene a otorgarse la verdad al modo de "aquí dejo mi grito de nácar", un simulacro de verdad, o bien a llevarnos a un lugar cómodo, "pacíficos pantanos / donde gritar de noche, borrachos finalmente, / que pura es la poesía y somos puros". Indagando en una imaginería y un tono en las antípodas de la poesía satisfecha de sí misma, no duda Barro —mientras va anillando poética y política— la parada obligada, revisitar la llamada poesía social; asoman Gabriel Aresti, Gabriel Celaya o Blas de Otero en Lanzamiento de martillo. Pero también en la poética anterior, que lleva por título Los miserables y donde advierte que "ejercer la poesía no es vacuna / contra nada", buscando el nexo entre vida y obra, poética y política, donde alcanzaran a calzarse "la vida de los versos y la vida de los otros" como una misma sola cosa, asoman Salinas, Cernuda, y una alta cima, Machado.

El poeta (ser contemporáneo) en Barro es un animal político que carga con una historia/génesis colectiva, política, común, junto a otra singular, íntima, familiar, privada; absolutamente entrelazadas. Para explicitar que no hay subjetividad posible por fuera del horizonte de época, basta un solo verso rotundo "Todo tiempo está preso de su tiempo", y desde ahí —el horizonte sociopolítico actual— se despliegan poemas que abordan el fascismo de ayer, histórico, como el que lleva por título "El infrahumano" y aquel con el que hace par, centrado en el avance de la ultraderecha hoy "A los jóvenes", poema de imágenes brillantes para bordar el discurso maniqueo, su "verdad de mantequilla", mientras guiña el ojo al poema homólogo de Ángel González. Otros poemas abordan, desde lugares un tanto imprevistos para el lector, sorpresivos, el barrizal de miseria, explotación o muerte tras los poderes fáusticos del desarrollismo.

No es azaroso que coincida en Barro una asociación concreta. Toda la serie de poemas de raíz política en buena parte llevan por subtítulo "Elegía 1, 2, 3…" y van a ir tejiendo verso a verso el nexo entre poesía y política que, simbólicamente, trae una correa de transmisión que pasa por el padre. Se despliega en poemas como ONG, 18 galletas, Usted, pero se condensa en un solo poema —que llamaría casi de tesis, espléndido, De profundis— que trae un concepto revolucionario, anti-moda en estos días (de amores líquidos, onanismo y poliamor), y que omití a conciencia al comienzo de esta reseña: "el buen amor". Y es brutal pensarlo en la dimensión que explicita Barro: se hereda a la mismísima altura de nuestras condiciones materiales de existencia. Es, pienso, ni más ni menos que la capacidad entre los seres humanos de hacer lazo, ya sea comunitario o familiar. Con una correa de transmisión, además, radicalmente inusual: en lugar de la figura tradicional, que vendría a ser la madre o la mujer, Barro hace un desplazamiento en las subjetividades y viene a revitalizar la figura del padre no como transmisor de la ley, sino del buen amor: "el vertical, el único que sirve, el único que duele". Pero, ojo, porque es desde el vitalismo sin idealismo ingenuo alguno que indaga la voz poética en ese doble canal —sublime, vitalista/doloroso, mortecino— modelador y cuyo envés turbio, de sequía, precipicio, barro, recuerda al Machado que advertía comparando la vida con un ancho río que baja "y cuando lleva al mar alto navío / va con barro y turbias heces".

Si hay algo llamativo, en primer plano, junto a la deliberada sencillez expresiva de la voz poética de Barro, es el contrapunteo constante de un dominio y despliegue notorio de la ironía, en todos los registros, del sarcasmo más agrio (o el engolfamiento callejero) a la tierna sutileza. Gran parte de su elocuencia y profundidad discursiva —entiendo— adviene del manejo concienzudo de ese dispositivo a lo brechtiano; distanciador, ya sea del sentido unario o bien de la emoción-sentimiento.

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Va tejiendo verso a verso fundir poética y política un libro que no esquiva su referente literario primordial, Las coplas a la muerte del padre de Jorge Manrique, en un poema largo, cortinilla de cierre, remate final, con un tono que es todo un hallazgo no solo como para dar voz hoy al "padre-ghost" (en sus amables instrucciones puede haber un contra-guiño, irónico, shakespeariano) sino para hacerlo, además y sobre todo también, con pellizco, duende.

 

Mónica Francés es actriz y poeta. Su último libro publicado es 'Dime Lo' (Amargord, 2016).

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