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'Comadrejidad'

Alfonso Salazar

Comadrejas

Alejandro Pedregosa

Cuatro lunas (2024)

Ante la sororidad y la fraternidad, Alejandro Pedregosa nos presenta la "comadrejidad", una solidaridad irreductible entre iguales. Son "comadrejas" en la novela del mismo título, homosexuales que, ante el mundo salvaje que les rodea, deben escapar, camuflarse, ser más astutos que sus depredadores. Por supuesto, "comadrejas" sería una reapropiación del término que los personajes utilizan para identificarse en la fauna.

Comadrejas persigue la consigna de que la memoria termina por cuajar más que la historia cuando de reivindicar se trata. Con una prosa cuidadísima y madura, Pedregosa nos sitúa ante el desolador panorama de Mauthausen, Gusen, y los españoles (y "comadrejas") que los habitaron. No estaba escrita la historia de este Jules Cottard, medio parisino, medio andaluz, que descubre su sexualidad en Andalucía y experimenta la libertad en el París bohemio. Jules Cottard, como tantos otros, terminará en los campos de concentración nazis, donde, por error, se le asignará un triángulo de identificación de un color distinto al que le correspondía. El sistema de marcado en los campos de concentración nazis sobre el rayado uniforme de los prisioneros, se hizo con triángulos de tela: amarillos para judíos, rojos para políticos, azul para los extranjeros, verdes para criminales comunes, púrpuras para religiosos, negros para personas con discapacidades, lesbianas, prostitutas, anarquistas, adictos, gitanos y marginales, y rosas para homosexuales. Jules debió recibir un triángulo rosa, pero por su origen español, que la vida parisina no ha borrado, adquiere el azul que enmarca una "S", de "spanien".

La novela de Pedregosa se muestra en tres partes principales y un epílogo, que se presentan hábilmente bajo la inspiración de las grandes composiciones clásicas: Epopeya, Elegía y Fábula. Esta habilidad persiste en la búsqueda de diversas voces narrativa para cada parte. Así, en la Epopeya, una voz en primera persona, sorprendida, cuenta en pavoroso presente, como en un diario del espanto a fines de la Segunda Guerra, su estancia en el campo de concentración, en las canteras, en los barracones, y en una constante búsqueda de quien ha perdido en la noche del horror.

Para la segunda, la elegía, una voz con un excelente estilo indirecto, cercana a una mujer andaluza, resistente y resiliente. Esta transita los años de entreguerras en un pueblo costero, donde cuenta la historia de un niño, hijo del médico del pueblo y de una francesa, a quien la mujer andaluza prestó su leche como nodriza. Ese "hijo", a quien tanto echa de menos esta madre de leche. La historia de este personaje, Juanita, y del chaval afrancesado que crece y afronta el paso a la juventud, nos traslada al mundo del descubrimiento adolescente, de la cerrazón de los pueblos, del qué dirán y qué mirarán, de los abusos de clase, del sacrificio de los desposeídos.

España no es un único adjetivo

En la tercera, la fábula, se muestran las comadrejas entre la fauna, en el canto definitivo de la "comadrejidad", rodeadas de lobos y cuervos en el entorno de Gusen, el campo definitivo. No conviene desvelar nada más sobre el maltrato entre animales.

La ausencia de lugares comunes, las poderosas metáforas que consiguen una originalidad que nos reconcilia con la escritura de los símiles, las adjetivaciones cuidadas y las estructuras atrevidas, no son un obstáculo, en absoluto, para una historia trepidante, a la vez sugestiva, reconciliadora con la raza humana y en homenaje a aquellos que murieron, que fueron torturados, a aquellos que sobrevivieron: fuesen españoles, comadrejas, o ambas criaturas.

* Alfonso Salazar es escritor.

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