Una conversación en la penumbra (Antología poética, 1987-2013)Rafael JuárezRenacimientoSevilla2015
No es fácil desentrañar la poesía de Rafael Juárez, no es fácil explicar lo que parece tan sencillo, tan transparente que podríamos creer que no necesita apenas trabajo, que simplemente son poemas que “se le caen de las manos” como a Fray Luis de León se le fueron “cayendo de entre las manos”, según dejó escrito en el prólogo a la edición de sus poemas, lo que él llamaba sus “obrecillas”. Era la humildad de Fray Luis. Pero no, no se llega a la transparencia sin un trabajo y una sabiduría. Y Rafael Juárez, con gran sabiduría poética y buscando siempre la naturalidad, sabe llevarnos casi imperceptiblemente a las profundidades del mundo emocional que nos constituye.
Ningún poema de Rafael Juárez nos deja intactos. Desde su aventura vivimos nuestra aventura. Y su aventura poética comienza en su propia vida y en la lectura y disfrute de nuestros clásicos, que resulta para él, como para todo buen lector, una experiencia decisiva. Él sabe jugar como pocos con esas “marcas”, los “bocados” de consciencia que las lecturas le han ido dejando para que resuenen en sus poemas y, al leerlos, en nuestras propias emociones lectoras y vitales. Es un juego de resonancias con el que consigue que tanto sus poemas como nuestra lectura resulten sutilmente potenciados (Pablo Valdivia habló de “palimpsesto” en su magnífica reseña de Aulaga).
Y Rafael Juárez ha leído mucho. Él nos lo recuerda en la “Nota del Autor” que abre esta Antología: “Yo era entonces librero y leía como un librero de entonces, mucho y sin orden”.
Sin orden pero con concierto, digo. Y ya desde su primer libro publicado empieza el juego y concierto entre sus lecturas y su escritura. Se tituló ese primer libro Fábula de fuentes, luego incluido en Las cosas naturales, cuyo título procede del verso de Jorge Guillén, reutilizado por Lorca, como nos recuerda el propio Rafael Juárez: “Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes”. Desde los clásicos de nuestro Siglo de Oro: Lope de Vega (“Ir y quedarse y con quedar partirse”), desde el Góngora de las Letrillas y Canciones a la emoción contenida y la palabra en el tiempo de don Antonio Machado, con guiños también al otro Machado, don Manuel, continuamente van surgiendo entre los versos otros resplandores poéticos que nos golpean: Guillén, Blas de Otero, San Juan de la Cruz, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Rubén Darío… etc.
Con todo, creo que la característica que más distingue a Rafael Juárez es escribir desde un formalismo y una técnica rigurosísima pero conseguir hacerlo con tanta flexibilidad que al fin su formalismo parece tan natural que casi no se nota. Sus sonetos nunca resultan encorsetados, las décimas son ligeras, las rimas siempre fluidas. Y más: nos dice que en su poesía ha querido huir del “fárrago versolibrista” actual, pero no de la lengua de cada día “a la que creo que debe aproximarse sin perder su intención estética”. Esta idea y su práctica lo convierten en un raro “esteticista cotidiano”. Aunque siempre buscando la trascendencia, las raíces profundas de la emoción, de la experiencia. Y no olvidemos tampoco que no hay nada tan trascendente como el transcurrir diario de nuestra vida. Lo que nos va dando el espesor, la necesidad de saber de uno mismo y de interpretar los misterios de la experiencia continua que es el vivir. Ya el profesor Pablo Jauralde en la excelente introducción que acompaña a esta Antología, señala como básicos en la poesía de Rafael Juárez “la nominación y el esencialismo vertido sobre la cotidianidad”. La poesía nos habla con imágenes. Las palabras levantan imágenes dentro de nosotros, las cosas nos hablan. Por eso Rafael Juárez las nombra, para ver qué nos dicen. Así termina su poema “Ofrecimiento”: “Vamos a ver qué dicen estas cosas/ un poema se escribe para eso”.
Una conversación en la penumbra es una antología, pero también cobra dimensión de libro nuevo. Con una acertada selección de poemas unidos por el hilo de la voz inconfundible del poeta, dentro del formalismo y la técnica que acabamos de señalar. Una voz o una manera de decir, en la que no observamos rupturas muy evidentes del primer al último libro antologado, sino más bien una evolución natural hacia la madurez en ese otro hilo principal en que ha ido creciendo la obra de Rafael Juárez: el de la memoria, o sea, la mirada de ayer recuperada desde hoy. Mirada que se refleja sobre sí misma, que levanta espejos de una vida —otra y la misma— con las justas palabras que son capaces de dibujarla.
La antología recoge poemas de cinco libros: Las cosas naturales, La herida, Aulaga, Lo que vale una vida y Medio siglo. Y añade al final una serie de poemas inéditos.
De su primer libro, Fábula de fuentes, nos comenta el mismo poeta haberlo escrito utilizando símbolos provenientes de la naturaleza y formas breves. El tema de la naturaleza seguirá apareciendo en repetidas ocasiones a lo largo de la obra del autor, y por tanto de este libro, pero de una forma singular. Lo señalé ya en mi reseña de Aulaga: para Rafael Juárez, como para Antonio Machado, la naturaleza se transforma, no se trata de ruralismo sino de vida primigenia, pero a la vez distanciada. No es para el poeta un descubrimiento del campo sino una vuelta, una nueva mirada del que ya ha estado en otro sitio y por tanto sabe y puede recuperar de otra manera un ámbito perdido. No es, por tanto, una poesía descriptiva ni pintoresca sino un nuevo signo de nostalgia que nos acerca a la identificación entre el alma del hombre y el alma de la naturaleza. Quizá un tópico que Rafael Juárez intenta revivir desde un ensimismamiento machadiano.
Ya en el primer poema que abre como pórtico esta antología nos habla de su machadiano tesoro: “el eco de unas cuantas palabras verdaderas”, hiriéndonos, desde ese momento, con lo que, como ya he señalado, va a ser un muy bien medido juego de correspondencias entre nuestras emociones lectoras y las suyas, entre nuestro pensar poético y vital y su propia experiencia en la vida y en el verso.
El título, Una conversación en la penumbra, procede de un verso de Eliseo Diego y también es el título de uno de los poemas inéditos del libro. El propio autor nos ha revelado el sentido final de ese poema, escrito después de la muerte de sus padres, y en el que se admite la imposibilidad de hablar con ellos, de mantener con ellos “una conversación en la penumbra”, homenajeando también al poeta cubano. Así comienza el poema: “En el último patio de la casa/ un cobertizo me recuerda a Cuba”.
He hablado antes de nostalgia y ahora añado melancolía, algo así como el placer triste de recordar y de identificarse con el tiempo perdido desde el recobrado en el poema. Hay un soneto titulado precisamente “Melancolía”, que me parece una muestra de las sutilezas continuas de la poesía de Rafael Juárez, hasta llevarnos al verso final: “Melancolía porque no te quiero”, es decir, porque “no quiero no quererte”, que es de una finura y una delicadeza únicas.
Tener la sensibilidad a flor de piel duele, por eso, por ejemplo, su poema: “De un hombre cualquiera” (un soneto en octosílabos) que también es una delicia. El poeta quisiera cambiar su vida por la de un hombre cualquiera. Ese ser alguien que simplemente disfruta con lo que tiene, sin darle más vueltas y es feliz. Aunque bien sabe Rafael Juárez que eso también es una ilusión y una trampa, pues en el corazón humano siempre habita el desasosiego, el deseo, la necesidad de algo más que no se tiene todavía, un anhelo que nunca se sacia, que es quizá, precisamente, lo que nos mantiene en vilo, lo que nos hace vivir, en suma.
Pilar, su compañera, vive (lo revela el propio poeta en sus palabras preliminares) en los versos de algunos de los poemas más hermosos del libro. Así en los poemas de Lo que vale una vida o de Medio siglo, donde se encuentra la serie La novia nueva, con ese emocionante recuerdo casi subliminar de Rubén Darío y su famoso verso: “Francisca Sánchez, ¡acompáñame!”. También en el poema “Cuando hablamos” o en el soneto “Lo que vale una vida”, que me parece inolvidable: “Ahora estoy en la edad en la que una ventana/ es cualquier aventura, y un regalo el olvido./ Ya no quiero más luz que tu luz mientras viva.” El recuerdo y homenaje a don Antonio Machado sigue presente en estos últimos poemas: “El encuentro”, “Soria”…
También, dentro de lo que para nuestro poeta supone la melancolía del tiempo, cito otro registro, que podríamos llamar social o cívico o político, en poemas tan hermosos como “Una sombra” (de Medio siglo) o “Una fotografía de 1976”, perteneciente a los poemas nuevos: una sugerente evocación de Blas de Otero, entre jóvenes estudiantes, bajo el sueño y la bandera de la libertad, en aquellos actos organizados en Granada, en homenaje a Lorca bajo el lema de “El cinco a las cinco”.
*Ángeles Mora es escritora. Su último libro es 'Ficciones para una autobiografía' (Bartleby, 2015). Ángeles MoraFicciones para una autobiografía
Una conversación en la penumbra (Antología poética, 1987-2013)Rafael JuárezRenacimientoSevilla2015