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Cristina Morales: "Los 'terroristas modernos' son los Estados"

Xavier Vidal

Cristina Morales (Granada, 1985) es ya una de las voces más interesantes y arriesgadas de la narrativa española. En Los combatientes (Caballo de Troya) seguía a los integrantes de un ficticio (o no) grupo de teatro universitario, en cuyo encendido discurso político de izquierdas colaba fragmentos de uno de Ramiro Ledesma. En Malas palabras(Lumen), imaginaba el diario personal que hubiera escrito Santa Teresa (o Teresa de Cepeda y Ahumada, según quién) mientras componía su Libro de la vida bajo la atenta vigilancia de la Iglesia. En Terroristas modernos (Candaya) retrata a los participantes de la llamada Conspiración del triángulo, que en 1816 se propuso asesinar a Fernando VII para proclamar de nuevo la Constitución de 1812. 

Con motivo de la presentación de este último en Barcelona, Xavier Vidal, de la librería Nollegiu, conversa con ella sobre el rechazo a la autoridad que trasminan sus novelas, sobre el nacimiento del Estado burgués en la Modernidad... y sobre cómo contarlo. 

Pregunta. En Los combatientes, en Malas Palabras, en Terroristas modernos… hablas desde diferentes perspectivas sobre la autoridad y de la resistencia a la autoridad.  ¿La autoridad es necesaria o no?

Respuesta. Un buen amigo dice que el concepto de autoridad se había pervertido porque, para los clásicos, la autoritas era una cosa necesaria. Una persona con autoridad era aquella de la que se podía aprender. Algunas autoras, como Arendt y Sontag, recuperan y reivindican que la autoridad es algo más que aquello que se entiende en el lenguaje cotidiano. La autoridad es necesaria porque siempre habrá alguien que sabe más que tú y uno debe estar dispuesto a que ese otro le enseñe y estar dispuesto a aprender y no pensarse que uno lo sabe todo.

P. Esto es lo que dice la tesis doctoral, sí, pero…

R. Pero yo no hago una tesis doctoral, sino que estoy en ese otro lugar del lenguaje cotidiano, de cómo vivimos la autoridad hoy en día o cómo la vivo yo o mi entorno, que es sobre lo que puedo escribir. Esa autoridad que yo vivo no es la de Hannah Arendt, ni la que representa que la autoridad es alguien que sabe más que tú, y tú por lo tanto debes tener en esa autoridad un referente. El concepto, por lo tanto, que yo manejo es el concepto de autoridad de la calle, el cotidiano. O sea, autoridad es aquel que es capaz de ejercer dominio sobre ti, al que tú le debes obediencia.

 

P. ¿Por ejemplo?

R. Un ejemplo muy claro puede ser la policía: es una autoridad. Pero también puede ser autoridad alguien sin necesidad de que la ley lo denomine como tal, aunque me parece que recientemente hubo una modificación legal, para convertir a los profesores, a los maestros –de primaria, no tiene por qué ser los de la universidad— en autoridad.

P. Pero la autoridad a la que te refieres tú es la autoridad pública, y la autoridad pública tiene una connotación jurídica que si un señor policía me pone a mí una denuncia, contra su palabra yo solo puedo refutar hechos o pruebas, porque su palabra siempre valdrá más que la mía.

R. Claro, siempre. Yo me refiero a esa, claro, pero también a esa otra autoridad carismática, que no necesariamente tiene que venir dada por la ley. En los libros que tú has mencionado yo me concentro más en la autoridad pública, la que viene legitimada por la ley o por el estado o por el confesor de Santa Teresa, autoridad eclesiástica.

P. Entonces, esa autoridad que manejas en los tres libros es una autoridad pública que continuamente está discutida por tus personajes, porque se entiende que tu autoridad pública no está ejerciendo el papel de autoridad pública que le corresponde, lo está pervirtiendo.

R. Esto sería un punto de vista, pero para mí… Claro, yo no te diré que la autoridad no sea necesaria, te diré que si los personajes de la novela confrontan esta autoridad no es para decirle: “Autoridad, usted se está portando mal, ejerza su poder tal y como la ley se lo exige”, sino que contestará su propia existencia, dirá “¿En razón a qué usted me pone a mí una multa?” o “¿En razón a qué usted me chifla por la calle y tengo que bajar la cabeza?”. En razón a qué. Bueno, y se le dirá: “En razón a qué hay una ley promulgada en un parlamento que nos representa a todos, que lo hemos votado”, y yo diré que para mí ese parlamento no está legitimado, que para mí esto era como un lema del 15-M, “No nos representan”. Y dirán: “No nos representan estos, o no nos representan bien”, y yo digo: “¡No nos representan nunca!”. ¡Nunca! ¡No nos van a representar nunca! Quiero decir que en la mística de la representación, que haya un señor que en función de la ley electoral y esta historia sabe lo que es lo mejor para mí… esto para mí es una ficción. ¡Esto sí que es una ficción, y no las novelas que yo escribo!

P. Acabo con el tema de la autoridad. La autoridad no se da, la autoridad viene ejercida y se entiende que se gana, ¿no? ¿Estaríamos de acuerdo en eso?

R. No. Es evidente que la autoridad, que tú bien has dicho, viene determinada por la ley. O sea, yo consigo mi plaza de oposición de municipal, de policía, y soy una autoridad, y ya puedo ser un maltratador o un torturador que no me la tengo que ganar. Sí, pero esta es la autoridad que se da, por decirlo de alguna manera. Del modo que tú dices “No nos representan” y es porque entiendes que esa autoridad que se ha dado a una determinada gente para que nos representen nos parece mediocre. Es una autoridad dada, no es una autoridad ganada, y por lo tanto, no es respetada. Entonces, la crisis de representación que se expresa a través del 15-M, se manifiesta por los casos de corrupción, mediocridad, falta de preparación en la gente que nos debe representar, y por lo tanto el gap entre autoridad dada y autoridad respetada al final debe ser el origen de esta crisis.

P. Cuando lo describes en el caso de Santa Teresa en Malas palabras, ese monólogo, lo escribes porque entiendes que la autoridad eclesiástica dice “No, usted tiene que hacer esto”, pero Santa Teresa dice otra cosa. En Los combatientes… tienes unos personajes que entienden que el sistema no funciona. Y en este caso, un terrorista en el poder —como es el título de la novela—, un señor que se carga la Constitución de Cádiz e implanta un sistema absolutista de nuevo, volviendo al régimen anterior, cuando la Constitución de Cádiz era lo más democrático que se había hecho en España. La misma discusión en los tres libros: hay una autoridad pública pero no me gusta cómo se ejerce.Malas palabrasLos combatientes

P. Entiendo lo que me dices, y puntualizo la primera reflexión que me has hecho. Dices que hay una autoridad pública pero no me gusta cómo se ejerce. Claro, yo no puedo compartir ese punto de vista, te hablo desde un lugar libertario, o sea, donde yo no pongo en cuestión cómo se ejerce la autoridad –si se puede ejercer mejor o peor, si se puede controlar mejor o peor, si se puede depurar la corrupción o no— sino que yo parto de la base de que esa autoridad no debe existir, y de que siempre va a ser corrupta, no va a haber mecanismos de control que la limpien. Va a ser ilegítima siempre, ya la apruebe el parlamento más limpio del mundo, que no existe. Un parlamento limpio no existe, porque el parlamento ya es una institución de dominio, no de representación.

Lo que tampoco creo es que la crisis actual venga provocada por una crisis de la representación, porque me parece que si fuera así, esa representación se habría visto resquebrajada y no, se ha visto reforzada. A la vista está que después del 15-M vuelve a ganar las elecciones Rajoy, y que hay nuevos partidos políticos que han entrado en el parlamento: está Ciudadanos, está Podemos… La crisis de representación no la veo. Creo que se han reforzado los mecanismos para que haya nuevos partidos políticos que vuelvan a arrogarse el derecho a representarnos. Que a mí, desde luego, considero que no me representa ninguno, pero ninguno que haya ahora ni que esté por inventar.

P. Discutámoslo a partir de las novelas.

R. En Terroristas modernos –voy a empezar por la última—pareciera que yo, por el hecho de que retrato a unos personajes que quieren matar al rey y reinstaurar la Constitución del 1812, pareciera que a mí me despierta simpatía la Constitución de 1812. No es así. Esto me lo preguntó una chica en la presentación, un miembro del público, me decía: “Parece, Cristina, que escribieras de algo que te desagrada, ¿no? Estos personajes, que eran unos románticos, que querían reinstaurar la Constitución de Cádiz…”. Y yo digo pues sí, efectivamente, me parece que escribir, que crear desde el desagrado es poderoso. Me parece que es el mejor lugar desde el que ejercer la crítica. ¿Por qué no voy a ponerme yo en la piel del desgraciadito de Diego Laso que se ha creído que la nación española es libre e independiente y no puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona? Me lo sé de memoria, el artículo 2 de la Pepa. Para mí es un ejercicio teatral, el de ponerme en esa voz con la que para nada me identifico –me puedo identificar en otras cosas de Diego Laso—, pero también porque me permite hablar de lo que me disgusta desde dentro. Es más, me permite hablar desde una perspectiva libertaria, que en ese momento no existía pero yo la poseo, sobre el año 1816. Del mismo modo que en Santa Teresa, que en Malas palabras, yo me puse a hablar desde un punto de vista feminista sobre el siglo XVI, el año 1540 y tantos. Ahí es donde yo encuentro mi motivación como escritora, no en hacer una obra enciclopédica y preciosista de traer a la actualidad una época del pasado.

P. Tú haces al revés, llevas la actualidad al pasado, para hacer una mirada desde hoy de lo que sucedía en ese pasado o para introducir en ese pasado –mejor dicho— una mirada que nadie ha hecho.

R. Claro, porque de hecho la historia que tenemos y cómo la hemos estudiado ya está escrita con un tipo de mirada, con una mirada hegemónica.

P. La historia la escriben los vencedores.

R. Claro, o sea, no estoy descubriendo nada nuevo.

P. Los vencedores, y no las vencedoras, además.

R. Además. Gracias por la puntualización. O sea que no me parece nada estrambótico el hecho de querer desmentir un punto de vista sobre las cosas, o por lo menos, confrontarlo porque no hay historia neutra. No la hay.

P. Pero en los manuales de historia…

R. Claro, nos quieren vender la historia como científica, se presume. Pero ya somos mayorcitos para darnos cuenta de que podemos revisar la historia. Además, da la casualidad de que curiosamente con Malas palabras nadie me dijo que era una novela histórica, nadie. Con Terroristas modernos sí.

P. Tal vez porque Malas palabras es un monólogo de Santa Teresa hablando de ella y de una perspectiva mucho más abstracta de la vida. Y en cambio, en Terroristas modernos, ¿no hay una intención de escribir de forma realista utilizando como excusa la Conspiración del triángulo y el Madrid de 1816? Es decir, ¿el tema no es una excusa para hacer una novela de 1816?Malas palabrasTerroristas modernos, ¿

R. Claro, es una excusa.

P. ¿Y la intención? No hay novela sin intención. ¿La Conspiración es la chispa y la intención es lo que comentábamos antes?

R. Sí, arrojar un punto de vista crítico sobre estos hechos en concreto, y sobre todo sobre la formación del Estado español. Porque es precisamente en esta época cuando aquí, en España, hay una crisis –como si ahora no la tuviéramos—, pero en el tránsito del régimen feudal al Estado. Antes era un reino y ahora se está convirtiendo en la nación española, de súbditos a ciudadanos, y toda esta chufla de la Revolución francesa. Ha habido un cambio revolucionario en Francia y por extensión a los países del entorno, y antes en América. Mi intención es cuestionar la bondad de este tránsito de estado feudal al estado liberal burgués, porque –dime tú si me equivoco— a mí me han enseñado que la Revolución francesa fue una cosa estupenda.

P. Claro, es el cambio del Antiguo régimen al Estado moderno.

R. Claro, nos dicen que hemos pasado a ser ciudadanos, que ya se puede votar, en ese momento surge el sufragio censatario, que ya podía haber movilidad social, que no existían los gremios… Empieza a llegar el capitalismo, empieza a fraguarse en esta época. Entonces quería hacer una mirada crítica sobre este tránsito, y decir que no me parece para nada que haya habido progreso, una visión crítica de eso de que con el rey se estaba muy mal y con los diputados en las cortes se estaba muy bien, y eran los libertadores de la patria, ¿no? Para nada.

P. Esto a principios del siglo XX Lampedusa lo describió muy bien, en eso que alguien llama el gatopardismo: todo cambia para que no cambie nada.gatopardismo

R. Yo no estoy inventando nada nuevo. Lo que sí que echo en falta es una visión crítica en España al respecto. Yo no estoy al tanto de todo ni he leído todos los ensayos posibles, pero vi grandes fastos hacia la Pepa cuando fue el bicentenario en 2012, o el bicentenario del Levantamiento, de la guerra contra el francés en 2008. Esos fastos eran… “La nación en armas”, “El pueblo unido”… En ese momento era el Madrid de Esperanza Aguirre, Fernando VII hecho un monigote y los liberales abanderando la libertad. Yo en ese momento estaba empezando a escribir la novela y esto a mí me sobrecogió, y me decía “¿Cómo es posible que no haya una versión crítica de lo que hace el estado liberal burgués, que es en el que estamos todavía?”. Los cimientos ideológicos del sistema político no han variado desde entonces. Mi intención era ir a la raíz de donde estamos ahora.

P. Me gusta mucho el título de Terroristas modernos. Al final, la gente, esto del terrorismo lo tiene asociado a una palabra no moderna, sino contemporánea. Es una palabra que es como si la hubiéramos inventado hace 50 años en España en el caso de ETA, pero moderno es anterior que contemporáneo.Terroristas modernos.

R. Muy anterior, y la palabra “terrorista” o “terrorismo” aparece por primera vez en 1793, en el diccionario de la Academia francesa, para referirse al que era afín al régimen del terror que en ese momento era la Convención y Robespierre. El 1793 la Convención ya había sido tumbada, habían llegado los girondinos, ya habían cortado la cabeza a Robespierre, si no me equivoco, y entonces claro, hablaban despectivamente de un terrorista como aquel sistema que era una purga sistemática, no sé cuánto asesinato hubo en Francia. Y la consigna que gritamos e las manifestaciones, “El único terrorista es el Estado capitalista”, no es una bravuconada de los antisistema. Igual toda esta gente, cuando nosotros lo gritamos en las manifestaciones, no tiene ni idea de la definición del Diccionario de la Academia francesa, pero es que tienen el diccionario de su parte. Y modernos, porque es entonces, en la Modernidad, cuando nace la palabra “terrorista”. Y finalmente, como colofón, “terroristas modernos”, que son los Estados. Los terroristas modernos son los Estados.

Obviamente, y ahora vuelvo a lo que te dije al principio, igual que con la autoridad me refiero a la autoridad de la calle, no me quiero yo poner aquí de erudita y decir que todo el mundo tiene que saber que en el año 1793… De modo que yo simplemente era consciente de que la lectura actual puede traer a la mente el yihadismo, o ETA, o mis colegas de aquí de Sants que los han acusado de terroristas por publicar un fanzine anarquista que se llama Contra la democracia. Igual yo aspiro a que sea una reflexión, ¿no?

P. A principios del siglo XX, Weber fue el que dijo que el Estado era el único legitimado para el uso legítimo de la violencia. Una cosa era cómo se definía en el 1793 el terror, y luego cómo el uso de las palabras se legitiman. Como ‘terror’ es una palabra que suena terrible, pues cambiémosle y hablemos de ‘uso legítimo de la violencia’. Y el uso ilegítimo es el que se transforma automáticamente en terrorismo.

R. Esa es una vuelta de tuerca estupenda. El terrorista es primero el Estado, pero un siglo después Weber escribe que vale, que el Estado es violento y lo sabemos, pero que es violento con razón, es violento porque necesita mantener el orden. La autoridad va siempre por delante, es la captadora de cualquier manifestación crítica. “Vale, en algún momento fuimos terroristas, pero es por algo”, y aquí se acabó el problema. “Ahora los terroristas sois vosotros.” Esto es impresionante ¿no? Cómo primero el terrorista es el Estado y después… Es el Estado que acusa de terroristas a aquellos que lo atacan a él. Se nos puede decir muy fácilmente que el régimen del terror era el de Robespierre y que hoy en día no vivimos en un régimen del terror, que no hay una guillotina aquí en la plaza Osca. Pero es que no la ponen porque no hace falta.

P. Porque hemos encontrado otros métodos…

R. Efectivamente. De aniquilamiento y, si no, de alienación, de convertirnos en productores, consumidores, capaces de mantener a flote el estado de las cosas.

P. Lo que se demuestra es lo que decíamos al principio, que la historia al final la escribe el poder. Y la concepción, o creación o adjudicación de determinadas palabras con connotaciones peyorativas la construye el poder.

R. Con terrorismo es muy evidente. Y ahora claro, como vivimos en la época del terrorismo, es muy fácil ser terrorista. La chica esta tuitera: apologeta del terrorismo. Vamos, es que… También esto demuestra nerviosismo por parte del Estado: cuando todos son terroristas, cuando todos están contra él… Podemos ver que algo se tambalea, hay inseguridad, cosa que a mí no me consuela, pero…

P. Hemos hablado mucho de Terroristas modernos pero yo no puedo evitar preguntarte por las cuestiones formales, que son las que a mí, más allá de las reflexiones que hacíamos ahora, son las que me han interesado más de la novela. Porque al final, la literatura no es explicar una historia, sino la manera como la explicas. Pero lo que tú has contado es una historia que no estaba novelada, entonces…Terroristas modernos

R. No había caído en que esta no la ha contado nadie.

P. Te planteas la Conspiración del triángulo a partir de una conversación entre militares y encuentras una tesis sobre el tema escrita en los setenta por María del Pilar Ramos Rodríguez. Tú construyes una novela, y para construir esta novela adoptas una intención formal, un determinado lenguaje y un determinado estilo que dista mucho de lo habitual...

R. El tema me apasionó tanto y, además, en ese momento yo estaba estudiando Ciencias Políticas, a Weber… Me apasionó tanto que me lancé a escribir sin una idea previa de cómo iba a ser el estilo.  Y me lancé a escribir como me gusta a mí leer. Cuando yo empecé a escribirla hace 10 años, yo estaba leyendo La ciudad y los perros, El lobo estepario, terminaba de leer Cien años de soledad… estaba leyendo las obras maestras para mí, para un escritor.

P. Por lo tanto, tú no eres de esas que dicen “Cuando estoy escribiendo, no leo”, que a mí me parece una gilipollez…

R. No, para nada, yo leo siempre. Además, como me documento siempre, me pongo a leer libros de la época. Curiosamente, de esta, un tercio de la novela es una fiesta, y esta fiesta como la quería mantener durante 60 páginas, quería que fuera un fiestón y que el lector lo pasara bien. Me documenté con El lobo estepario, que no sé si recuerdas que hay un momento, en una parte de la novela, que es una fiesta clandestina muy surrealista y con imágenes muy psicodélicas. Entonces yo me lancé a escribir en un estado un poco virginal de diversión. Yo vengo aquí a divertirme, a ponerme cachonda, a que haya pelea… Venía a crear vida, un poco a lo doctor Frankenstein. La novela ya es larga, tiene 400 páginas, pero yo decía “En una semana ellos intentan cambiar el mundo, intentan cambiar de país”, y finalmente lo que ocurre es un cambio muy personal en los personajes. En Catalina Castillejo se ve el tránsito, se ve en Diego Laso, se ve quizá en los músicos que es la primera oportunidad que les dan de tocar en el teatro, en los poetas que en las fiestas de las capitales por primera vez podrán leer sus poemas, en el público porque fuera están censurados…

P. Y cuando tienes todo esto, me interesa mucho que utilices este diálogo indirecto, en el párrafo…

R. A veces no hay indirecto, a veces hablan…

P. Digámoslo de otra manera. Este diálogo desordenado, pero que cuando terminas de leer el párrafo tienes clarísimo quién ha dicho qué, cómo lo ha dicho, y esta sensación de Woody Allen, de escena donde está todo, las conversaciones interrumpidas, conversaciones seguidas, gente que se interpone, el ruido de fondo… Construir la escena debe ser muy complicado.

R. No era lo más complicado, para nada. Me alegra esto que me dices, que ves un trabajo y algo de pericia, pero para mí eso no era lo más complicado, porque esto estaba alimentado por mi deseo de fiesta, de bullicio, de gente… Para mí lo más difícil era dar a conocer la intriga, van haciendo aliados, poco a poco se van produciendo delaciones… El mantenimiento de la intriga, ir poco a poco, no chafarla. Esto que se ve poco en la novela, que es un hilo, como una corriente continua, pero que no es lo que más aflora, porque como tú bien dices la Conspiración es una excusa. Sin embargo, para mí sobre esta excusa se construía todo, y en este pequeño (o gran) juego de detectives que era la Conspiración, no la podía cagar. Yo pensaba que precisamente este secreto era lo que luego me permitía a mí ser una vocinglera con todo lo demás. Porque todo el mundo habla todo el tiempo de todo menos de la Conspiración. Luego sí, por supuesto, se habla también de la Conspiración, pero la mayoría de las cosas que le pasan a los conspiradores son de la cotidianidad, son ajenas a lo conspirativo, o tienen que ver con el dinero que cogen de la Conspiración, porque ellos no están hablando de cuándo se van a reunir y con qué secreto, y las decisiones que se tienen que tomar…

P. Todo va transcurriendo con una inmensa normalidad.

R. Exacto.

P. Y aparte con las relaciones personales de los unos con los otros…

R. Sí, sí. Mira, has dado en la clave. Para mí, lo más importante era qué tipo de relaciones personales fomentaba la conspiración.

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P. Al final, esto de las conspiraciones… Es una palabra que depende de cómo se utilice, tiene cierta erótica. Pero —igual tiene relación con aquello que decías antes de que tú por la Pepa no sentías ninguna sintonía— los personajes que van saliendo al final me parecen de una extrema ingenuidad.

R. Ay, sí, pobrecitos. Bueno, que están ahí por la pasta, finalmente. Algunos son conspiradores porque se lo creen, pero otros son mercenarios. Aunque están hermanados, algunos de ellos son muy cínicos y otros son muy románticos. Y claro, están ahí porque va llegando pasta, que era mucha pasta. Y esto sí que es verdad, esto no me lo invento, había mucha pasta.

Cristina Morales (Granada, 1985) es ya una de las voces más interesantes y arriesgadas de la narrativa española. En Los combatientes (Caballo de Troya) seguía a los integrantes de un ficticio (o no) grupo de teatro universitario, en cuyo encendido discurso político de izquierdas colaba fragmentos de uno de Ramiro Ledesma. En Malas palabras(Lumen), imaginaba el diario personal que hubiera escrito Santa Teresa (o Teresa de Cepeda y Ahumada, según quién) mientras componía su Libro de la vida bajo la atenta vigilancia de la Iglesia. En Terroristas modernos (Candaya) retrata a los participantes de la llamada Conspiración del triángulo, que en 1816 se propuso asesinar a Fernando VII para proclamar de nuevo la Constitución de 1812. 

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