"Los gatos (y las gatas más) son la subversión, lo delictivo, lo que no se deja dominar... Ven lo que no vemos y se apropian de las casas que habitamos. Son el animal en cuya domesticación nos sentimos superiores porque son míticamente ingobernables. Creer que sabemos interpretar su conducta hace de nosotras sacerdotisas de todos los misterios".
Marta Sanz publicó, en 2020, La vida secreta de los gatos mano a mano con la ilustradora Ana Juan. Juntas, con palabras y dibujos, imaginaron los diferentes estados de ánimo y la compleja naturaleza de estos felinos. "Los gatos ―me dice ahora― son belleza y pura sensualidad. Yo no hablo a nadie con la dulzura con que me dirijo a mis gatas y, a la vez, me siento una elegida cuando me escogen para dormirse encima de mí. Me hacen caso. Son animales que pueden dar miedo y, a la vez, tranquilizan. Pura soberbia y muchas ficciones, querida Eva".
Marta y Ana sumaban así sus nombres a una ilustre nómina de autores que han hecho de estos félidos domésticos una estirpe plenamente literaria, como lo vuelve a demostrar la reciente On Cats: An Anthology. Durante siglos, leemos en la web del editor, los gatos han sido venerados y desconfiados en igual medida; a través de memorias, ficción, cartas y poemas, los escritores de estas páginas celebran a los gatos y sus formas curiosas.
Y se sinceran. "I was a cat-deprived young child", confiesa Margaret Atwood en la introducción: fui una niña sin gatos. Tras rememorar su infancia desgatada, llega a la cuestión mollar. "Escritores y sus gatos: he ahí un tema". Sí, acepta, también hay testimonios de escritores con sus perros, escritores con sus pájaros ("entre los que destacan los loros y los cuervos"), quizá escritores y sus serpientes… Pero su apuesta es que predominan los gatos que, entre otros méritos, atesoran los de quedar bien en las entrevistas, proyectar un aura misteriosa sin revelar nada, posar impecablemente para las fotos, no tener la fea costumbre de chapotear en charcos y saltar luego sobre el periodista, no jadear ni babear. Como los verdaderos románticos, son de mente independiente, y siempre están presentables. "¿Son influencias? ¿Son musas? Sí y no, dependiendo de cómo se cuente. Ciertamente se meten en relatos y poemas, o al menos se han metido en los míos. Sin embargo, no siempre son ‘mis’ gatos: a veces los gatos de otros".
A estas reflexiones vienen a sumarse las de Muriel Spark, que da consejos prácticos sobre cómo enseñar a un miau a jugar al pimpón; o Caitlin Moran, que describe sus sentimientos de pérdida tras la muerte de su minino. Y como "un gato lleva a otro gato", tal y como dijo Hemingway (que también comparece en la recopilación), vamos leyendo textos firmados por Alice Walker, John Keats, Guy du Maupassant o Rebecca West…
Nombres que no son del todo ajenos a los gatófilos que leen en español, porque algunos de ellos ya fueron convocados en El Gran Libro de los Gatos, un recopilatorio de los mejores relatos, ensayos y poemas de la literatura felina universal que Jorge de Cascante reunió hace un par de años. "Soy más de perros ―confiesa―, pero los gatos me encantan (aunque nunca he convivido con uno). Parecen más de otro planeta que cualquier otro animal de compañía, como si habitasen una dimensión paralela que a veces se confunde con la nuestra".
La pregunta que nos ronda, y que justifica este texto, es qué hace del gato un animal tan literario, si hay una relación específica entre gatos y escritores. "Suelen ser grandes amigos de personas que se dedican a crear algo ―responde―. La persona que escribe, pinta o compone permanece en su sitio mientras el gato se mueve por la casa, da un poco de vida a la quietud".
Lo cual no significa, que nadie se confunda, que sea un apacible vector de serenidad, hay mucho gato terrorífico suelto en cuentos donde son presentados como demoníacos o como desencadenantes del caos. De Cascante cita a modo de ejemplo "Los gatos de Ulthar", de H.P. Lovecraft. Que empieza así:
Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha olvidado.
Leyendo gatadas
"Tengo gatos en la cabeza, como quien tiene pájaros. Creo que a veces necesitamos librarnos de esas ideas y recuerdos, que resuenan lejanos como pequeños maullidos y despiertan sensaciones aparentemente olvidadas", escribe la ilustradora Laura Agustí, Lalauri, autora de un libro que se titula, precisamente, Gatos en la cabeza. "En mi obra los gatos están muy presentes en todo momento, me inspiran de la misma manera que les rindo homenaje constantemente", explica. Laura creció en un pueblo pequeñito de Teruel y los animales formaban parte de su vida de una manera muy natural; todos ellos, aunque los gatos siempre han ocupado un espacio relevante.
Es decir, la suya no fue una infancia desprovista de gatos, a diferencia de la de Atwood y a semejanza de la de Doris Lessing, que en Gatos ilustres evoca sus experiencias en la granja africana donde se crio.
Un gato es un auténtico lujo... lo ves caminar por tu habitación y en su andar solitario descubres un leopardo, incluso una pantera. La chispa amarilla de esos ojos te recuerda todo el exotismo escondido en el amigo que tienes al lado, en ese animalito que maúlla de placer cuando le acaricias.
"No tienen nada en cuenta, son un claro ejemplo de que cuando los elementos de la naturaleza entran en juego no hay nada que hacer", dictaminó Bukowski en (se ve que la originalidad no computa) Gatos.
Ya lo leen, cada uno cuenta la feria gatuna según le va en ella, y a veces, de oídas. En una antología de cuatro titulada El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos, con textos de Émile Zola, Mark Twain, Rudyard Kipling y Saki, el también autor de Las aventuras de Huckleberry Finn nos traslada la historia de un tal Dick Baker, dueño de un gato de nombre Tom Cuarzo del que habla en estos términos:
Ocho años pasó aquí conmigo, y era el gato más asombroso que he visto en mi vida. Era un macho grande y gris, y tenía más seso y sentido común que cualquier hombre de este campamento, y tanta dignidad que no hubiera permitido que el gobernador de California se tomara confianzas con él. No cazó ni una sola rata en su vida, pues parecía estar por encima de esas cosas. Solo le interesaba la minería.
Otros se las dan de escritores. "Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre", un el felino innominado sirviéndose, eso sí, de los buenos oficios de Natsume Sōseki en la novela titulada (no estamos para originalidades) Soy un gato.
Porque un gato es un gato. Que le pregunten a Neruda (del que hace poco hablábamos por aquí) en su (no me digan que no les advertí) "Oda al Gato":
El gatosólo el gatoapareció completoy orgulloso:nació completamente terminado,camina solo y sabe lo que quiere.…
Sin embargo, otros autores tienen sus dudas. Darío Jaramillo Agudelo, autor de un libro titulado (en fin…) Gatos, defiende la tesis de que
Los estados de la materia son cuatro:líquido, sólido, gaseoso y gatoEl gato es un estado especial de la materia,si bien caben las dudas:¿es materia esta voluptuosa contorsión?¿no viene del cielo esta manera de dormir?Y este silencio, ¿acaso no procede de un lugar sin tiempo?Cuando el espíritu juega a ser materiaentonces se convierte en gato.
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Paro ya porque, en efecto, el camino de gato en gato es interminable. A modo de punto y final, al menos en este texto y consciente de que es una manera tan arbitraria como cualquiera otra de hacerlo, pregunto a Jorge de Cascante por su frase gatuna favorita.
"Las personas menores de setenta años y mayores de siete son muy poco fiables si no son gatos", me dice. La firma Leonora Carrington.
"Los gatos (y las gatas más) son la subversión, lo delictivo, lo que no se deja dominar... Ven lo que no vemos y se apropian de las casas que habitamos. Son el animal en cuya domesticación nos sentimos superiores porque son míticamente ingobernables. Creer que sabemos interpretar su conducta hace de nosotras sacerdotisas de todos los misterios".