La mujer moderna y sus derechos

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Carmen de Burgos jugó un papel imprescindible en la historia y la cultura de la España contemporánea. Nacida en diciembre de 1867, en Almería, formó parte del movimiento regeneracionista que quiso modernizar el paisaje espeso y caciquil de la Restauración. Desde la enseñanza, la literatura, el periodismo y el activismo político, combatió las mentiras del pensamiento tradicionalista con una experimentada conciencia de la injusticia y la desigualdad. Y supo dar un paso necesario en su propia significación. Si figuras como Julián Besteiro o Fernando de los Ríos transcendieron los límites regeneradores de la Institución Libre de Enseñanza con una mirada socialista, Carmen de Burgos participó de este ensanchamiento vital e intelectual a través del feminismo.

 

Borrar el nombre de Carmen de Burgos fue una tarea obsesiva de la censura franquista. Mujer libre, republicana y anticlerical, ella representaba bien el sueño y la realidad lograda que quisieron silenciar los militares golpistas de 1936. La defensa totalitaria de los privilegios económicos de las élites se sostuvo sobre una ideología de vida cotidiana basada en la imposición del catolicismo represivo y en una idea tradicional de la familia: el dulce hogar, el sometimiento de la mujer al imperio del marido. Carmen de Burgos no sólo había roto con el papel del ángel del hogar extendido en la literatura de la Restauración (hija obediente, esposa sacrificada y madre dulce), sino que además había protagonizado las primeras campañas en favor del divorcio o del derecho de la mujer al voto. Había superado las fronteras entre lo privado y lo público que sometían la condición femenina en la vida familiar, la educación y el trabajo. Su literatura insistió con ejemplos en que las injusticias padecidas por toda la  sociedad cobraban singular peso en la vida de las mujeres.

Obligada a rehacer su vida después de un matrimonio fracasado, Carmen de Burgos se abrió poco a poco camino en el periodismo y consiguió en 1898 el título de maestra superior en la Escuela Normal de Granada. En 1900 publicó su primer libro, Ensayos literarios, y se trasladó a Madrid, ciudad en la que pronto fue un referente literario y social. El esfuerzo de Carmen de Burgos estuvo marcado por la experiencia de su propia vida, la conciencia de la realidad en la que se movía y el deseo de transformación social. Su columna en el Diario Universal, iniciada en 1903 bajo el seudónimo de Colombine, se titulaba “Lecturas para la mujer” y apareció como una convencional tarea de curiosidades y consejos femeninos. Pero, en una estrategia consciente que caracterizó parte de su trabajo, fue introduciendo debates e ideas feministas que rompieron los límites de lo esperado.

Corresponsal de guerra en Marruecos, viajera por Europa y América, asimiló y difundió en sus trabajos lo más importante del pensamiento feminista de la época. La reivindicación de la mujer definió también una creación literaria que ella misma definió como el fruto de su “naturalismo romántico”.  Los conflicto sentimentales y la descripción de la realidad sirvieron para señalar el modo en el que las mujeres sufrían de manera especial las costumbres establecidas. Alcanzó una gran repercusión literaria con sus colaboraciones en El Cuento Semanal y Los contemporáneos y con novelas como Los anticuarios (1919), El artículo 438 (1921), La malcasada (1923) y Puñal de claveles (1931). Esta labor literaria se consolidó además con el prestigio que le dieron sus ensayos biográficos sobre Giacomo Leopardi (1911) o Fígaro (1919).

Pero la labor decisiva para la cultura española de Carmen de Burgos se situó en la extensión del pensamiento feminista como causa social y democrática. Su evolucionado itinerario puede seguirse con claridad desde 1904, año en el que tradujo el libro de Moebius titulado La inferioridad mental de la mujer. Capítulos fundamentales son los ensayos La mujer en España (1906), Misión social de la mujer (1911) y La mujer moderna y sus derechos (1927). De la dderechos domésticos de una mujer que merecía dignificar su existencia, pasó a la defensa completa de la igualdad pública. En esta evolución se condensaron buena parte de las transformaciones sociales que que hicieron posible la proclamación de la Segunda República en 1931. La vida le concedió la fortuna de ver realizados buena parte de sus sueños. Murió a los 65 años en el Madrid republicano de 1932.

En La mujer moderna y sus derechos, Carmen de Burgos intentó desmantelar la imagen lírica de la mujer. La sublimación de lo femenino, la figura del ángel sentimental, había dibujado un procedimiento ideológico de alabanzas envenenadas para someter a la mujer en el ámbito de lo privado. Romper este marco resultaba fundamental si se quería reivindicar una dimensión pública basada en la independencia económica, laboral y política. El protagonismo femenino demostrado a causa de la guerra del 14, cuando muchas mujeres sustituyeron en el trabajo social a los hombres destinados en las trincheras, necesitaba plasmarse en una nueva forma de vida más justa. Y esto afectaba tanto a la clase obrera como a la burguesía en un necesario pacto emancipador.

Carmen de Burgos hizo historia, recopiló opiniones a favor y en contra de la mujer, recordó ejemplos y analizó la sinrazón de las costumbres que perpetuaban la desigualdad. Su conciencia experimentada analizó las leyes y, sobre todo, denunció el abismo real que provocaban las aplicaciones de esas leyes según las costumbres sociales. De nada servía que una constitución se fundase en la igualdad si el código penal ordenaba después la ley de manera discriminatoria. Con el deseo de intervenir en la realidad, de hacer posible la dignificación cotidiana de las personas, Carmen de Burgos intentó buscar un espacio de diálogo con la sociedad. Su anticlericalismo, por ejemplo, le llevó a recopilar todas las barbaridades contra las mujeres firmadas por los padres de la Iglesia. Dijo San Juan Crisóstomo: “La mujer es fuente de mal”. Dijo San Juan de Damas. “La mujer es mala borrica”. Dijo San Jerónimo Crisóstomo: “Camino de iniquidad, dardo, escorpión”. Pero, al mismo tiempo, la ensayista intentó abrir una puerta para las conciencias religiosas que quisieran pensar en la igualdad y recordó que no había razones que justificasen la discriminación en la palabra y el comportamiento de Cristo. La lucidez para analizar las distancias entre el deseo y las posibilidades de la realidad, una virtud que de manera muy negativa suele faltar en algunas voluntades intelectuales, estuvo presente en la inteligencia de su feminismo, tan fechado como eficaz.

El diálogo entre el saber, la realidad social y las posibilidades de transformación definió el trabajo de Carmen de Burgos, una mujer que participó en el movimiento regeneracionista español y rompió límites a través de su conciencia con un notable protagonismo en la época. Es bueno recordarlo al celebrar el 150 aniversario de su nacimiento. Aunque estudios importantes han hecho justicia al iluminar su figura, todavía hoy pesa sobre ella la condena de silencio que le impuso el franquismo.

*Luis García Montero es poeta y profesor de literatura. Su último libro es Luis García MonteroA puerta cerrada (Visor, 2017). 

Carmen de Burgos jugó un papel imprescindible en la historia y la cultura de la España contemporánea. Nacida en diciembre de 1867, en Almería, formó parte del movimiento regeneracionista que quiso modernizar el paisaje espeso y caciquil de la Restauración. Desde la enseñanza, la literatura, el periodismo y el activismo político, combatió las mentiras del pensamiento tradicionalista con una experimentada conciencia de la injusticia y la desigualdad. Y supo dar un paso necesario en su propia significación. Si figuras como Julián Besteiro o Fernando de los Ríos transcendieron los límites regeneradores de la Institución Libre de Enseñanza con una mirada socialista, Carmen de Burgos participó de este ensanchamiento vital e intelectual a través del feminismo.

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