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El paradójico Oscar Wilde

El escritor irlandés Oscar Wilde, en torno a 1882.

La visibilidad y reconocimiento que el decir breve tiene en el ahora literario se ha ido sedimentando en el quehacer de magisterios temporales que posibilitaron la expansión y el crecimiento fértil. El mapa nominal es amplio, pero pocos vértices de esta estrategia expresiva cuentan con el elocuente abrazo general de Oscar Wilde (1854, Westlant Row, Dublín-1900, París), autor de estos Aforismos misceláneos editados por Sequitur.

Son conocidos los hitos básicos del acontecer biográfico: la infancia en un ambiente familiar tranquilo e intelectual, su inteligencia precoz, y la cuidada formación humanística que busca temprana costa en el esteticismo como diario estético y ético: “Amad el arte por sí mismo y todas las cosas se os darán por añadidura. Esta devoción hacia la belleza y la creación de cosas hermosas constituye la prueba de todas las grandes civilizaciones; es lo que hace de la vida de cada ciudadano un sacramento y no una especulación”.

 

También son enaltecidas las facetas de solicitado conferenciante y escritor de talento, hasta el largo proceso judicial, derivado de una denuncia por homosexualidad que arruinó su vida y quebró su prestigio. Practicó la novela, el cuento, el ensayo, el periodismo, la poesía y el teatro y en todos los géneros dejó como señal diferencial una frase punzante, lúcida al extremo, repleta de chispazo ingenioso y no exenta de retina crítica. De ahí nacen sus aforismos desgajados.

El traductor del libro, Miguel Catalán, expone en el mínimo liminar que la antología de pensamientos breves Aforismos misceláneos salió a la luz en 1911. Era una obra póstuma donde Arthur L. Humphrey reunía opiniones, pensamientos y sentencias, con frecuencia descontextualizados y contradictorios, que muestran el ensamblaje intelectivo de una personalidad única.

La naturaleza humana es el gran núcleo reflexivo de Wilde. Así que una y otra vez el escritor muda en pensador para caminar hacia dentro. Siempre lo hace con el paso desconfiado de quien sabe que “ni la voluntad ni el propósito gobiernan la vida. La vida es una asunto de nervios y fibra y de células que crecen lentamente, en cuyo seno el pensamiento se esconde a sí mismo y la pasión concibe sueños”.

La sociedad como organización práctica y calculada personificaba para él un territorio de fosos y precipicios que se debe recorrer con los ojos vendados. Era una institución castradora de cualquier utopía; por ello su conciencia inconformista criticó con dureza la inmoralidad de las relaciones personales, el estado apariencial de un comportamiento que hace de la vida pública una representación. De ese enfoque de denuncia ética no está exento el matrimonio o los integrantes de la vida familiar. Tampoco la mujer, que sembró en sus reflexiones una profunda estela de misoginia.

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Para Oscar Wilde, la esencia del pensamiento es la paradoja. Se sintió continuador del subjetivismo cartesiano y encarnó el principio básico de la caña pensante: pensar es existir. Pero la identidad es mudable y el armazón conceptual del sujeto cambia, evoluciona y languidece. Se llena de circunstancias  que a veces son latigazos sobre la piel; llega el dolor y el ánimo se cobija bajo el cinismo, esa manera de ver las cosas como son  en vez de cómo nos gustarían.

*José Luis Morante es poeta, ensayista y antólogo. Su última obra es Aforismos e ideas líricas de Juan Ramón Jiménez (Isla de Siltolá, Sevilla, 2018)

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