La ficción y la vida. Ensayos y otros textos apasionados sobre la narrativa en el siglo XXI
Manuel Rico (prólogo de Marta Sanz)
Sílex Ediciones (Madrid, 2014. 312 páginas)
Los ensayos de un narrador siguen caminos que, como quería Machado, se hacen al andar. No son tratados académicos ni eruditos; son la interpretación personal (vale decir, la "traducción") de un asombro
Estos ensayos tienen fecha, surgieron a lo largo de más de treinta años. Tienen fecha, pero no de caducidad. Sorprende, por el contrario, la lucidez de muchas observaciones y hasta testimonios del momento. Son obra de un magnífico poeta, son obra de un gran narrador. Son ensayos con eso que en sociología se llama observación participante. Y el apasionamiento (en el título), el asombro (en la cita de Villoro). En su prólogo, una escritora más joven, Marta Sanz, abre el volumen con el valor de su testimonio y el que le añade su propia obra, latente, no invocada.
A medida que se envenena la política, decrecen las polémicas. Polemizar es arduo, mas ahí está la mentira repetida y la denuncia falsa admitida por algún juez despistado (prevaricador, dicen algunos; Dios me libre). Llama mucho la atención en este libro la polémica entre el autor, Manuel Rico, y Constantino Bértolo, editor y crítico en el amplio sentido de la palabra (opone en otros foros dos tipos de crítico, el que hace publicidad y el que es un aguafiestas). Es decir, una lucidez frente a otra, Bértolo y Rico. Nos llama la atención el interés y la altura de los polemistas (es más bien discusión con desacuerdos que polémica, ahora me ocuparé de la palabrita), pero también la honestidad de Rico, conocida en varios campos y ratificada en éste. Se lamenta, por ejemplo, de que la vieja polémica entre Isaac Montero y Juan Benet haya quedado truncada en el recuerdo, porque solo se ha repetido la opinión de Benet, y Rico sabe que un monólogo, y menos un monólogo desgajado, no hace polémica, incluso desorienta. Por eso incluye las opiniones de Bértolo. Honestidad, ya digo. Que se añade a lo penetrante de las exposiciones de ambos. Se aprende en estas polémicas, aunque una las lea tarde. Polémicas sangrientas eran las antiguas, y me sé de unas cuantas entre músicos que merecerían relato, pero no aquí.
Las maneras de acercarse al fenómeno narrativo como creador, como crítico literario, como crítico de una situación política mediante la narrativa, son examinadas por ambos escritores con análisis y con no poco apasionamiento; sin ira, con estudio, pero con calor. Ahora bien, estas páginas de porfía no son sino una parte de un libro que es hacienda extensa, no se recorre con aliento corto.
Si esta discusión es uno de los núcleos del libro, también contiene uno de los aspectos que más ocupan y preocupan a Rico en el tiempo. El realismo, el compromiso. El realismo es un concepto demasiado amplio, pero hubo voces antaño jóvenes que infravaloraron, por "costumbristas”, a unos escritores que vivieron algo más que dificultades en la dictadura. Tal vez por eso las voces que posaron de contrarias al realismo social o a implicarse en cuestiones de la política o la realidad acudan pronto al realismo, precisamente; o, por el contrario, se deslicen hacia fórmulas de neo franquismo más presentables (!). "No se trata del concepto de compromiso en e sentido sartreano, ni del que se deriva de la militancia política o sindical del escritor (tan legítima como la independencia o la neutralidad, hoy tan de moda), no el orientado a una clase, sino del compromiso civil de los la literatura, de la novela como lugar de cuestionamiento de los valores dominantes…” (escribe Rico en el año 2000).
El concepto de compromiso tiene una historia ambigua. Algunos escritores de hace más de cien años se comprometieron con los esfuerzos imperiales de la guerra, y Karl Kraus, que no era ningún izquierdista, los fulminó. En el periodo de entreguerras publicó Julien Benda La trahison des clercs. Aplicando el cuento de Benda, ¿hay mayor compromiso que el de Céline o el de Brasillach al servicio del fascismo? ¿Y Ezra Pound, y Heidegger, y… no se rían: José María Pemán? Los que tenemos edad hemos vivido el intento de blanquear genios como el de Giménez Caballero, mientras permanecen inéditas las novelas sociales del gran dramaturgo Ricardo López Aranda, que sí tuvo fortuna en el teatro. Al final, uno piensa que lo mejor es ser fiel a tu karma, como se pedía Ortega a sí mismo: "no, ese no es mi karma”. Rico ironiza o señala con aspereza la actitud ante el realismo, cuando tras denunciarlo nos apuntamos al realismo sucio que viene de Estados Unidos. Y ahí el libro adquiere, poco a poco, carácter de historia de la narrativa española, sobre todo desde la segunda mitad del siglo, o desde las primeras represiones brutales del franquismo, el que pronto comprendió que los suyos habían perdido la guerra mundial, y no mucho más tarde entendió que podía seguir su labor de limpieza de rojos, que tanto le gustaba a Churchill; hasta los primeros años del nuevo siglo. No es la pluma de Rico muy dada a condenas, por eso aparecen pocos nombres de autores perdidos en la confusión o recuperados para la fiel infantería. No guiña Rico, señala actitudes y muestra su discrepancia. Reivindica a Isaac Montero, a Armando López Salinas, a Juan García Hortelano. Tengo que reconocer que, leyendo este libro, tomé muchas notas y que he localizado ya algunos títulos que no había leído y que ahora espero recuperar. Esa es la dimensión de libro de consulta. La otra es la de defender un tipo de narrativa que no excluye a nadie. A propósito de cierto escritor con gran sentido de la oportunidad (lo digo finamente) muestra en cambio los límites de ese "no excluir”; se excluye a los que mienten, a los impostores, a los que blanquean la negrura de nuestro pasado y se burlan de los jóvenes militantes que al parecer tan solo posaban de comprometidos: trapecista con red (permítanme decirlo así), como si se pretendiese olvidar la represión sanguinaria hasta el ultimísimo final. ¿Ligereza?
Retratar la realidad de aquellas conspiraciones, ingenuas o frívolas, lo hace mucho mejor Rafael Chirbes. Por cierto, don Manuel: ¿Se ha fijado usted cuántos relatos ha inspirado Rafael Chirbes, incluso desde antes de morir? Inspirado… es un decir. Y junto a Chirbes, no pocos, como Antonio Muñoz Molina o Ignacio Martínez de Pisón, que aparecerán sin duda, con mayor amplitud, en otro libro de Rico. Pasa por éste la sombra provocadora de Juan Benet. ¿Se acuerda alguien de cuando, allá por los setenta, declaró en Triunfo que Joyce era un escritor de segunda fila? ¡Se le daba bien al ingeniero llamar la atención! Y que bien recibido era incluso por los que lo desmentían! Y pese a sus guasas sobre el realismo, ahí están sus novelas para desmentirle a él, y mostrar que era mucho más que un ocurrente. Sería largo relacionar siquiera los espléndidos títulos del autor de los seis (o siete, o doce) libros de Herrumbrosas lanzas, y demiurgo de esas tierras llamadas Región; ya lo hace Rico.
Y también, sin detenerse especialmente, pasa la sombra de Juan Marsé, sobre todo por un temprano y ya excelente libro de viajes recuperado tarde. Si hiciéramos un canon, estarían tanto Marsé como Benet y los Goytisolo, además de nombres del exilillo, como Aub, como Barea, como Chacel, para los que no se ahorran elogios en este libro. Un libro que no es denso, tiene la cortesía de ser claro y también penetrante; tiene la preocupación de no darse al humor (acaso para no caer en la risa impura que temía Verlaine), aunque uno lo eche de menos. Es lección y es discusión. La última parte se dedica a las influencias que vienen de fuera, benditas influencias si no tratamos de mimetizar, como cuando hacia finales de los sesenta les dio a algunos por escribir una novela latinoamericana, y hubo quien lo hizo muy bien, como Torrente Ballester. Pynchon, el oculto, el difícil (Rico ironiza: es difícil, luego aquí tenía poco que hacer); Ford, Carver, el más o menos conocido John Fante, el menor que los "chicos” de la Generación perdida; Günther Grass; en fin, Tabucchi y Sostiene Pereira. Son influencias, pero son mundos que nos permiten huir del campanario. No hagamos el juego a voces ya calladas (o conversas), que identificaron el campanario del cerrado localismo, que supuestamente olía a ajo y no a no sé qué más, con el realismo social (que no socialista, invento estaliniano). Un bonito insulto descalificador y ventajista: costumbrismo. Limitémonos a huir del campanario pero no de nuestro barrio o de nuestro pueblo; no lo hicieron Joyce, ni Kafka, ni Faulkner: Dublín, Praga, el Condado alcanzan lo universal.
No hace falta insistir en que por estas páginas se pasean Joyce, Kafka, Faulkner… No hace falta porque sin esos nombres y algunos otros no tendríamos el nivel de conciencia narrativo que tenemos hoy. Hay una reseña que me gusta especialmente, la dedicada a La gallina ciega, que escribió Max Aub después de visitar España en 1969. Asistí a uno de sus encuentros, era en el Teatro Fígaro de Madrid; recuerdo mi timidez de jovencillo, hubiese querido decirle que unos amigos y yo habíamos puesto en escena una pieza breve suya. Hubiese querido preguntarle por el exilio. No hubo ocasión, otros mayores lo rodeaban, qué hacía allí un niño. Rico evoca el libro, que contiene una queja, entre otras: a nadie parecer interesarle el exilio. Conozco gentes que estuvieron con Max Aub, acaso el más grande del siglo (¿con Valle?), y que se dolieron por La gallina ciega. Me temo, señor Rico, que a este autor que tanto admiramos, y que nos emociona, no lo hemos recuperado por completo.
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Las lecturas hispanoamericanas que no tienen que ver con el lejano boom de Gabo y Mario, son demasiado recientes. Tal vez en un próximo libro se ocupe Rico de lo mucho que nos habitan hoy los desaparecidos Conti, Manuel Puig, Soriano, Piglia, Walsh, Tomás Eloy Martínez o Di Benedetto, todos argentinos; también el mexicano Ibargüengoitia, el uruguayo Onetti y el brasileño Fonseca; los muy activos Villoro, Rivera Garza, Castellanos Moya, Vásquez, Rosero, Abad Faciolince, Mariana Enríquez (y los muchos compatriotas de ésta: Argentina, querido país que no sale de desdichas y que da narración, teatro, poesía, actuación y cineastas sin parar). ¿Borges y Bioy…? Pues claro. Todos, del mismo idioma, ¿nuestro idioma?; sí, ya sé, Fonseca es un hermano.
Hay narradores españoles que superan la excelencia y que han sido arrinconados o ninguneados (frente al alguneo de lo irrelevante), incluso habiendo publicado en editoriales de prestigio, pero que los dejaron caer. Pienso, por ejemplo, en José Avello, ya fallecido, autor de Jugadores de billar, una novela polifónica extraordinaria (2002). Pero hay demasiadas cosas en este libro, no nombradas en esta limitada crónica, como para pedirle al autor que vuele más allá de los límites temporales de la narrativa que conforma este espléndido volumen.
* Santiago Martín Bermúdez es escritor y crítico literario. Ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática.