Martinete del rey sombra
Raúl Quinto
Jekyll & Jill (Zaragoza, 2023)
Al autor de esta obra, un cartagenero afincado en Almería, lo conocíamos en su faceta de poeta y narrador, aunque reconozco que no tan bien como debiéramos. Con esta nueva novela, sin embargo, valga por una vez el lugar común, me parece que ha dado un paso adelante. Sabemos que este Martinete del rey sombra se ha reeditado a los pocos meses de aparecer, lo que significa que se ha abierto paso sola, y ello considerando lo difícil que resulta que se le conceda atención hoy en día a un libro que no haya aparecido en una gran editorial o que carezca del apoyo publicitario, de entrevistas en los principales medios, del reconocimiento de los críticos más solventes, etc. Con todo, si nos centramos en lo estrictamente literario, lo que más importa, deberíamos preguntarnos por qué no se le ha prestado la atención que merece. ¿Quizá porque se trata de una novela histórica, aunque esté en las antípodas de esas que persiguen los editores meramente comerciales? ¿Acaso porque ha aparecido en una pequeña editorial? En fin, no habría de ser una razón válida. Sea como fuere, esperemos que la concesión del Premio Cálamo, atinado a menudo, despierte el apetito de los lectores y la curiosidad de los críticos, quienes a veces nos mostramos más acomodaticios de lo que debiéramos, conformándonos con lo que nos colocan delante de las narices los editores o los responsables de las revistas y suplementos literarios.
Este Martinete del rey sombra se compone de 23 breves capítulos. La concisión estructural se halla estrechamente relacionada con el estilo lírico, incluso rítmico, de la narración, de ahí el martinete del título. En relación con su significado, según el DRAE, se trata de un palo flamenco que no necesita de acompañamiento de guitarra, procedente del cante de los forjadores, caldereros, etc., que siguen el ritmo con el martillo. Y si buscamos referencias a las sombras, cabe decir que se trata de un motivo romántico que el narrador emplea cuando se refiere a los gitanos que intentan escaparse "como animales de sombra" (página 145). Mientras que cuando habla de los "monstruos en las sombras" que observan los reyes, remedando a Marx, advierte el narrador que "todo lo líquido y todo lo sólido se le desvanece justo entre las manos" (página 121). Además, dos de esos capítulos, el VIII y el XVI, muy breves, se complementan y responden al título de Inventario. Y puesto que tampoco es habitual que resulte singular y significativo, me gustaría llamar la atención, de igual modo, sobre el colofón.
A la singularidad del estilo, que seduce y atrapa al lector, se añade el propio de la voz narradora, omnisciente, con mucho de cronista y con trazas del autor, pues gusta de intervenir con sus juicios, ironía y humor, si bien sustentada en una cuidada retórica. Así, cuando se ocupa de la corte o del papado, el narrador adopta un tono zumbón, de burla, aunque en contadas ocasiones, el registro que utiliza no me parezca el más adecuado ("va a ser que no…", página 32; el "puto loco", calificando a Felipe V, página 38; o, en otro orden de cosas, resulta demasiado trillado ese mecanismo que consiste en la repetición del término "solo", que aparece en el capítulo final). El caso es que el autor se vale de diferentes estilos: así, suele primar lo coloquial, lo jocoso o lo grotesco y esperpéntico, cuando se ocupa de la realeza; contrastándolo con el tono más grave que emplea cuando nos muestra la tragedia de los gitanos, su historia, o bien las peculiaridades de su idioma, el romaní, el caló, debido a su vida trashumante y a los préstamos de las lenguas de los lugares en donde fueron instalándose.
Sea como fuere, uno de los mayores aciertos de esta novela consiste en haber dado con la voz precisa para lo que quería contar, con la dificultad añadida que supone siempre confrontar dos mundos tan opuestos y diferentes como los que aparecen en estas páginas: el de la corte, con los reyes, la aristocracia y los altos funcionarios, que viven entre fuegos de artificio, ajenos a una realidad que ellos mismos enturbian y responsables de la injusticia que sufren los gitanos; y el otro que habitan estos, maltratados, perseguidos y esclavizados. Ambos mundos padecen numerosas y graves enfermedades, aunque sea por causas diferentes. Pues, como aquí se cuenta, casi diez mil gitanos fueron apresados (página 15) para reconstruir la armada española y modernizar la marina. Separando a los hombres de las mujeres y los niños. El éxodo de estas, que se rebelarán en 1752, y de sus hijos, las condujo de Málaga a Zaragoza, tras haber estado confinadas en Granada, hacinadas y desnutridas en la misma Alhambra (página 89).
Así, el narrador, haciéndose eco del sentir de los poderosos, nos dice que "gitano es todo aquel de raíz infecta que viste como los gitanos y que habla su jerigonza diabólica"; añade que "la salud del reino requiere el prendimiento y el arresto de toda la población gitana"; aun cuando su propia opinión sea que "ser gitano ha sido siempre [ha significado:] Fuga, canción, pena y presidio" (páginas 12 y 17).
La historia empieza y acaba con la terrible muerte de Fernando VI, en un proceso de degradación física y mental que llega al esperpento ("el rey es un muñeco de trapo mal cosido", sentencia el narrador, página 59). Esa decadencia me recuerda el excelente cuento de Francisco Ayala, El hechizado, sobre la figura de Carlos II, el último de los Austrias. Por una parte, se nos muestra el mundo de los primeros Borbones, la corte de Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza. De la reina se nos dice que "es una mujer culta, de conversación divertida y mucho más lista que la mayoría de los muñecos de cera y seda que pululan por la Corte" (página 94). Pero, además, los retratos que se nos proporciona de ambos resultan extraordinarios. Valga una breve muestra: "él, el maniquí pálido de los ojos perdidos; ella, la araña vestida de rubíes" (página 21). Entre los personajes que rodean al rey, se encuentran el francófilo marqués de la Ensenada, "el hombre más poderoso de España" (página 49); el anglófilo José de Carvajal y Lancaster; Gaspar Vázquez Tablada, el obispo de Oviedo (quien propone "curar el reino del mal gitano y emplear sus brazos en la construcción de los barcos que ganarán la guerra definitiva", página 57); el cantante castrado Farinelli; el marino, ingeniero y científico Jorge Juan (en el Museo Naval de Madrid, puede verse una exposición dedicada a este personaje); y la intrigante madrasta, Isabel de Farnesio, que cuenta con el apoyo de los cortesanos italianos, quien acaba desterrada a La Granja cuando sube al trono Fernando VI. También se refiere de pasada a la hazaña del hoy célebre Blas de Lezo (página 134). Y por otra parte, la novela versa sobre la Gran Redada contra los gitanos, del 30 de julio de 1749, que contó con la anuencia del papa ilustrado, Benedicto XIV, con "los heraldos de la niebla" actuando en Granada, Almería, Málaga, Sevilla, Cádiz, Cartagena, etc. Fueron maltratados y convertidos en mano de obra barata, aunque no por ello dejaron de rebelarse en diversas ocasiones. Al respecto, recuérdese que hasta 1767 hubo gitanos que no habían recobrado la libertad.
Nos encontramos en los comienzos de nuestra Ilustración, "la partida de ajedrez del siglo" (página 138), cuando en España ya habían llamado la atención los novatores, F.J. Mayans, Torres Villarroel y el padre Feijoo, sin que hubiera llegado el momento de Jovellanos, Forner, ni del periódico El Censor, de Cadalso o L.F. de Moratín. Sea como fuere, a los gobernantes de aquel entonces, con Ensenada a la cabeza, les interesa sobre todo la ciencia aplicada, el progreso técnico (página 75).
El autor maneja adecuadamente la documentación, con la precisión propia del historiador que compagina los datos y, al mismo tiempo, los recrea con la imaginación del escritor de ficción, así como con la prosa de un buen poeta, sin que un exceso de lirismo perturbe el natural desarrollo de la trama. En esta novela puede observarse, además, cómo deben tratarse los hechos históricos en la ficción (recuérdese que, en los Cuadernos de todo, de Carmen Martín Gaite, aparecen inteligentes reflexiones sobre esta materia), pues de ambos se vale el autor, aunque su prosa, su sentido de la narración, esté muy por encima de la mayoría de las novelas históricas al uso, sobre todo de aquellas que acaban convirtiéndose en superventas, creadas con ese objetivo primordial, habida cuenta de que, sin ellas, ni el estilo ni la construcción de la historia les importa gran cosa.
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Es imposible no relacionar la persecución sufrida por los gitanos en España durante nuestro siglo XVIII, con la de los judíos, homosexuales, gitanos (recuérdese los monumentos de desagravio a los gitanos perseguidos y exterminados en Alemania) e izquierdistas en la Alemania nazi, o la crueldad y el ensañamiento recibidos por ellos con el de los republicanos españoles vencidos en la Guerra Civil, quienes estuvieron presos en los campos de trabajo del sur de Francia o en el norte de África, o en los de exterminio creados por Hitler y sus secuaces. El narrador se refiere a ello al final del capítulo XXI. Así, en suma, se nos dice que "el gitano es siempre el otro", que "ellos son y siempre serán los otros".
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* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.