Talar un nogal
Marta López Luaces
Tigres de papel (Madrid, 2023)
El reverso de la belleza del mundo es, sin duda, la perversidad con que el ser humano apaga toda esa luz. La maldad, objeto de reflexión a lo largo de los siglos, ¿es materia medular del ser? Sartre habló del mal casi corporeizando su sustancia, como otro nacido del miedo, de "el otro que sí mismo". Si es el lenguaje el que se ocupa de expresarlo, de expresar el dolor por las matanzas, por la destrucción de hábitats, etc., si se ocupa de traspasar la acción a la acción del verbo, si este evidencia el daño mediante la palabra y lo difunde, es entonces cuando el circuito de la escucha podría responder con una reacción. Y si es el lenguaje poético quien asume activar esta oscura iniquidad perpetrada contra la vida, insistentemente, si la poesía es, en su hueco y transformación infinitos, alambre con que infligir un arañazo en la conciencia, la reverberación que produce alcanza incluso a quienes no se reconocen como mundo, es decir, como eslabones dependientes del otro, que es el yo mismo. Dejó escrito Elias Canetti: "Presta atención al latido del corazón de los otros. Están tan lejos".
Talar un nogal, el último y potente libro de la poeta Marta López Luaces, vuela alrededor de este gran eje vertebrador, aunque su atmósfera, los ecos que va esparciendo su lectura se abastecen en buena parte, mediante reiteraciones y acotaciones casi litúrgicas, de interpelaciones a la conducta del hombre. Y digo hombre porque la herida que ha abierto un patriarcado demoledor y asentado en los cimientos de nuestra existencia ha sido, y sigue siendo, el sangrante detonador y/o ejecutor de la destrucción progresiva del mundo.
El libro se abre con una cita del Génesis en la que Dios otorga al hombre la gracia de la imposición del nombre —nombrar, re-crear, apropiarse de la tierra a través del lenguaje—. Este inicio, apelando al inicio, es ya un indicador de la lectura que nos espera.
El título, desgajado de sus tres partes “orgánicas”, da cuenta de lo que será su cuerpo. Así, este, el cuerpo, concebido en tres piezas, funciona como mantra o letanía que el coro —como conductor en voz de la tragedia— va dispersando a lo largo del libro: "talar un nogal / matar a un animal / asesinar a una mujer".
La primera parte, Talar un nogal, es un escozor continuo de la Naturaleza. A la derecha de los versos, sucesivas acotaciones refrendadas por información con datos veraces nos avisan de la extinción, ya producida o a punto de producirse, de diferentes especies de árboles y plantas en el mundo. La caída de los versos va tropezando con ellos mientras se produce un ritmo jaculatorio alentado por la reiteración y la anáfora. Un largo poema —todo el libro es un único poema— se encabalga con estas incrustaciones informativas que avanzan paralelas a esa voz del coro, o de letanía, o de mantra que construye una gran rogativa dentro de la tragedia: "porque hay dolor / hay llanto / en el canto de los pájaros".
Antes me he referido al vuelo; efectivamente, el aire que la poeta crea con la palabra es un cielo —tal vez abrasador—, donde el halcón y el cuervo atraviesan la escritura avizorando la escena. Hay, a su vez, al margen de estas dos aves de poderosa simbología, un canto continuado de pájaros diversos que acompañan al poema, pájaros que elevan su canto entre muros de cemento: "el torcaz y el mirlo / confunden / los pilares de acero con brezos". También leemos: "las aves ya no conocerán / montañas ni precipicios / sin barrancos su vuelo / dónde la inmensidad del destino / que les correspondía".
En esta sección inicial —y en la segunda, como veremos— es el halcón el que protagoniza la imagen —"el halcón planea / sobre / los cerezos en flor"— aunque la primera aparición es la del cuervo: "pero los cuervos han anidado en el alma humana / y crían dolor / en el canto de los pájaros". Para Cirlot, en su Diccionario de símbolos, el halcón, en la Edad Media cristiana, pudo ser la alegoría de la mala conciencia del pecador y aparecer simultáneamente como verdugo y víctima; mientras que el cuervo, en el simbolismo cristiano, es la alegoría de la soledad. En Talar un nogal, ambos vigilan: uno, el halcón, desde la majestuosidad alterada de su entorno; otro, el cuervo, desde la negrura del alma humana. Aparecen, a su vez, actantes como el usurpador de los sueños, esto es, la desesperanza, que arrastra un reiterativo plural inclusivo, somos, encarnado en las figuras de Ifigenia y Edipo. La primera, sacrificial, y el segundo, desorientado, cuyos actos, ignorantes en la causa, buscan redención. Es relevante, por tanto, este verso que aparece en varias ocasiones: "pero el imperio necesita el sacrificio". La rotundidad es tal que la lectura vibra dentro de la culpa. Y el “Gozo del mal” atraviesa las lindes, no de los misterios gozosos del culto, sino de la Naturaleza al borde del colapso. "Estamos en la noche oscura de lo humano", apuntó Hanna Arendt hace ya décadas.
La segunda sección, Matar a un animal, continúa con la dinámica anterior. Aquí son los animales los exterminados, los acorralados, los confundidos, son el sacrificio de un sistema que se alza "sobre el pórtico de la noche". Marta López Luaces echa mano del derecho natural y cita a Justiniano I, en el Corpus iuris civilis: "el derecho natural es aquello que es dado a cada ser vivo". Nada más que añadir a esta implacable apelación, acaso estas palabras de Thoreau: "¡Hablad del cielo, vosotros que deshonráis a la Tierra!"
Se cierra el libro bajo el epígrafe Asesinar a una mujer. Y con la vuelta del cuervo. Si todas las partes del poemario son estremecedoras, aquí las acotaciones que reflejan la cantidad de mujeres asesinadas sacuden la lectura, "a veces hasta las palabras callan". Seguimos leyendo: "superioridad intelectual / permiso para cazar // superioridad corporal / permiso para matar". Ahora es el deseo el sacrificio; se oscurece, es el activador de la dominación. Durante este tramo, se disparan las voces, los coros, las interrogaciones, las acumulaciones. Hay entradas dialógicas que reúnen a Ceres y a Proserpina junto a Antígona e Ismene; las diosas y las hermanas en la soga ¿de la desobediencia?, ¿de la pasividad como respuesta a ley? ¿Hay, pues, esperanza? "Ceres, reclama la pasión de amar / del bien / de ser / esperanza / para que la buena madre naturaleza sea / con nosotros". Tsvietáieva, que contuvo vida y escritura en la brecha del vacío, escribió lo siguiente: "¿Con paso de danza pasé por la tierra! –¡Hija del cielo! / ¡El delantal lleno de rosas! –¡Sin lastimar un solo brote!" Aun en lo más oscuro, aun en lo ciego.
Un gran incendio poético nos brida la autora; no sólo por la tensión temática, sino por la tensión escritural. Este poema-oración, esta liturgia con el lenguaje en carne viva agujerea cualquier isotopía contenida en el contraste belleza/maldad; es —así lo he escuchado— un canto que alerta a la desesperación —y tomo esta palabra como órgano sensitivo—.
Ver másResplandores duales
El lichtung —o apertura primordial— heideggeriano rasga en la poesía de Marta López Luaces un claro —ese lugar de la revelación fulgurante— referencial que alimenta la palabra poética, aún más si cabe, con un alud de inteligencia y belleza. No se sale indemne de Talar un nogal. No se puede salir indemne. Se pregunta, nos pregunta la voz de adentro, "¿dónde los justos?"
* Lola Andrés es poeta.