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"Por la mañana me despertaron los tiros..."

Cuando Pilar Duaygües (La Seu d'Urgell, Lleida, 1921-Barcelona, 1997) inició su primer diario el 28 de enero de 1936 no podía saber que aquel cuaderno de tapa negra y las libretas marrones que le seguirían iban a convertirse en testigo de la primera guerra europea contra el fascismo, de la guerra civil que marcaría para siempre su vida, la de su familia y la del país entero. Tampoco podía saber a su muerte que los diarios, ocultos primero por miedo a represalias y olvidados después, serían redescubiertos por sus hijos y mirados con fascinación por historiadores y documentalistas. Pero ahí están, en 337 páginas de letras de molde, editados por Espasa (Grupo Planeta) bajo el títutlo de Querido Diario: hoy ha empezado la guerra, con su foto en portada y su nombre escrito en una cuidada caligrafía adolescente.  

Tampoco lo esperaban el historiador Gonzalo Berger y la documentalista Tània Balló, codirectora del documental Las Sinsombrero y autora del libro del mismo nombre. Ellos iban siguiendo la pista de Teresa Duaygües, hermana de Pilar, que había sido miliciana durante la guerra. Pero al encontrarse con Mª Pilar y Francesc, sobrinos de Teresa, tuvieron que pausar su proyecto sobre las combatientes. Ellos poco podían decirles, pero quizás en el diario de la madre... "¿Y hasta qué fecha escribe tu madre el diario?". "Hasta el final de la guerra y un poco más allá." Berger y Balló se miraron: ¿un diario inédito escrito en plena Guerra Civil? Aquello podía ser, como poco, una fuente histórica de primer orden. Pero cuando les enseñaron los originales, los 10 cuadernos resultaron ser aún más de lo que prometían. 

"Lo primero que nos sorprendió", dice Berger, "es esa capacidad de entender lo que está pasando. Aunque sea una adolescente en la retaguardia, tiene una capacidad de análisis, de entender el mundo... Y a la vez que es una chica que para su edad y su formación escribe muy bien". Hay algunos aspectos que no dependían enteramente de Pilar. Primero, el valor histórico de los diarios, que dan "una visión a tiempo real de la historia". Además, por el desarrollo político posterior, esta clase de testimonios se volvieron escasísimos: los diarios y las cartas que podían dar cuenta de la ideología republicana de sus autores fueron con frecuencia destruidos para evitar represalia. No los de Pilar. Pero es que, además, Duaygües escribe cada día, de manera constante, entre los 14 y los 19 años. Y lo hace bien: "Lo que no nos esperábamos", confiesa Balló, "es que literariamente fueran tan interesantes". 

El 18 de julio pilla a Pilar, entonces una niña, bailando sardanas en la calle Sardenya. "Solo bailamos una, pues las suspendieron. Creo que había una huelga grande por toda España". No exactamente. Es al día siguiente cuando llega el horror: "El 19 de julio del año 1936 quedará grabado en la historia", escribe con clarividencia. "Por la mañana me despertaron unos tiros a las cinco (...). Las ametralladoras iban, bombas por aquí, tiros por allá, etc. Se oía muy bien cómo se derrumbaban las casas en donde las tiraban". Ese día comenzará a romperse la vida con la que habían soñado ella y su familia, comerciantes de clase media y convicciones republicanas. Su hermana Tere partirá como miliciana, Ruby trabajaría como enfermera en el frente y Mary trabajará de periodista. Las tres marcharían al exilio al final de la guerra, las dos primeras a Venezuela y la tercera a Francia. Pilar estudiará magisterio pero no ejercerá nunca. 

Balló no se cansa de alabar la excepcionalidad del hallazgo. "De la Guerra Civil se han escrito memorias, pero no es lo mismo que un diario, porque las memorias, —sin hacerlas de menos— se tienden a manipular, porque la misma distancia altera el recuerdo y porque se escriben para ser publicadas. En este caso, es un manuscrito de una persona que nunca pensó que esto se iba a publicar, por lo que es de una transparencia excepcional". Y además, puntualiza, está escrito por una mujer, adolescente, pero mujer, en un momento en el que "la sociedad empieza a darse cuenta de que esas memorias de mujeres son necesarias para contar la historia". La documentalista espera que publicaciones como esta tengan un, digamos, efecto llamada: "Irán saliendo esos testimonios, que han sido olvidados porque ni sus propios autores les han dado valor, como en el caso de Pilar. Y cambiarán la idea histórica que tenemos de la retaguardia".

De hecho, hay episodios narrados por Duaygües que alteran lo que los editores llaman "el mito de la Guerra Civil". Berger señala uno que le ha sorprendido especialmente: en su relato del 19 de julio, Pilar describe cómo ve que desde el convento vecino a su casa "los curas con ametralladoras, escopetas y revólveres hacían fuego contra el cuartel que está al lado". "La consecuencia", continúa el historiador, "es que la gente, cuando entra al convento, intenta tomarse la justicia por su mano. Así empieza a darse el asesinato de curas en Barcelona y la quema de iglesias. Aquí ya entramos en una contradicción con lo que la historia explica normalmente, que es que la Iglesia inocente sufrió la represalia de la izquierda. Y vemos que no fue tan así". Igual pasa con los bombardeos. Si al principio de los diarios son un elemento de terror y angustia, Pilar acabará por negarse a abandonar la cama cuando llegan las sirenas, e incluso se atreverá a mirar las explosiones por la ventana. "Es que ella naturaliza la violencia, y es una de las cosas que nos parecían más trágicas", apunta Balló. 

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Uno de los aspectos que quizás más sorprendan al lector contemporáneo es que la joven está muy al tanto de todos los movimientos políticos de esos años. Entre amoríos, amistades, largas sesiones cinéfilas y colas constantes para conseguir pan o tocino, Pilar Duaygües recibe y anota noticias de la guerra. La batalla de Madrid, el avance del frente, la partida de tropas o el estado de los heridos. "Esta es una guerra que, al menos en el bando republicano, la hace el pueblo", precisa Balló. "La gente está muy enterada de las distintas facciones, la prensa también es muy importante... Ella está muy centrada y no se deja nada." Si en algún momento la información que ella tiene no es correcta, los editores lo apuntan al pie —en las Jornadas de Mayo, refleja que la culpa del enfrentamiento que dejaría centenares de muertos es de las FAI, aunque quienes iniciaron los disturbios fueron UGT y el PSUC—. Quitando estas anotaciones, y la supresión del relato de algún día por repetitivo, el diario no está modificado.

Es inevitable, y de hecho Berger y Baló la nombran en el epílogo, acordarse de Ana Frank, mujer adolescente que con su diario se ha convertido no solo en narradora del Holocausto, sino en símbolo del sufrimiento del pueblo judío. Los editores se apresuran a señalar que "el contexto es incomparable", pero que hay sin duda puntos de hermandad entre ambas: "Los manuscritos tienen gran parte de esperanza y de querer transmitir la vida que les pertenece. Sus páginas están llenas de futuro". El de Frank no llegaría nunca. Y, aunque Pilar sobrevivió, el futuro con el que soñaba murió aquel 19 de julio. Es Berger quien lo dice: "Podríamos hablar de dos tipos de muerte: la física y la muerte sociológica, que es lo que la dictadura franquista acaba ejecutando en la mayoría de mujeres y hombres de este país". Leer a Pilar Duaygües es devolverla a la vida. 

 

Cuando Pilar Duaygües (La Seu d'Urgell, Lleida, 1921-Barcelona, 1997) inició su primer diario el 28 de enero de 1936 no podía saber que aquel cuaderno de tapa negra y las libretas marrones que le seguirían iban a convertirse en testigo de la primera guerra europea contra el fascismo, de la guerra civil que marcaría para siempre su vida, la de su familia y la del país entero. Tampoco podía saber a su muerte que los diarios, ocultos primero por miedo a represalias y olvidados después, serían redescubiertos por sus hijos y mirados con fascinación por historiadores y documentalistas. Pero ahí están, en 337 páginas de letras de molde, editados por Espasa (Grupo Planeta) bajo el títutlo de Querido Diario: hoy ha empezado la guerra, con su foto en portada y su nombre escrito en una cuidada caligrafía adolescente.  

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