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Marsha P. Johnson vuelve a la vida

La activista trans Marsha P. Johnson.

Marsha P. Johnson tenía 46 años cuando fue encontrada muerta, en 1992, ahogada en el río Hudson a su paso por Nueva York. Su vida había sido excepcional. Fue ella unas de las manifestantes que, el 28 de junio de 1969, comenzó las revueltas de Stonewall que hoy conmemora el Orgullo en todo el mundo. Fundó junto a su amiga Sylvia Rivera uno de los primeros asilos para personas homosexuales y trans, participó en el movimiento contra el sida ACT-UP y fue pionera en señalar al movimiento gay su racismo y su discriminación hacia todo el que no fuera gay o lesbiana. Marsha P. Johnson era popular, era admirada y era inusualmente combativa. 

Su muerte, sin embargo, fue dolorosamente común. Mientras que el 4% de la población estadounidense asegura haber sufrido algún intento de suicidio, esta misma cifra aumenta hasta el 41% en las personas trans. En 2016, 23 hombres y mujeres trans fueron asesinados en Estados Unidos, una cifra que ya se ha sobrepasado en 2017 según la ONG Human Rights Campaign. El documental Life and death of Marsha P. Johnson (Vida y muerte de Marsha P. Johnson, en Netflix), dirigido por David France, sigue los pasos de Victoria Cruz. La activista contra la violencia sobre las personas trans está a punto de jubilarse, pero antes de hacerlo trata de reabrir el caso de Johnson, compañera de lucha y referente. "Si no podemos obtener justicia para Marsha, ¿cómo la tendrán todos los demás casos sin resolver?", se pregunta. 

"Marsha Johnson, reina del Village, una de las personas más valientes del mundo. Marsha Johnson es nuestra reina." Un grupo de hombres homosexuales recibe entre vítores a la activista, como refleja una grabación de la época. El entusiasmo del movimiento LGTBI por su figura no se ha mantenido desde entonces. La participación de las mujeres trans, y sobre todo de las mujeres trans racializadas, ha sido borrada del relato —ahora triunfante— que se ha hecho de los primeros años del movimiento. El filme Stonewall de Roland Emmerich, estrenado en 2015, fue el colmo de esta tendencia: en la recreación pseudohistórica, el personaje de Marsha era absolutamente marginal, mientras que el héroe que iniciaba la revuelta era un ficticio y blanquísimo joven homosexual. 

Cuando la comunidad trans empieza a hacerse un hueco entre el resto de siglas del colectivo, Victoria Cruz trata de hacer justicia a la memoria de la que considera "la Rosa Parks del movimiento LGTBI". La posibilidad de que Johnson se hubiera suicidado siempre fue rechazada por su círculo más cercano. "Desde luego, no fue un suicidio. Eso fue un insulto para la familia", protesta Randy Wicker, compañero de piso de Marsha durante 12 años. "Pero afrontémoslo. La policía tenía ya estaba convencida. 'Este caso está cerrado, no queremos molestarnos. Porque es un don nadie, esto no es una persona." La policía de Nueva York consideró que la causa de la muerte de Johnson era el suicidio desde el comienzo, y rechazó llevar a cabo una investigación, pese a las lagunas del caso. En 2012, reabrió el expediente para cerrarlo con la misma conclusión: no había certeza de que se tratara de un asesinato. 

Sus amigos denunciaron tanto en 1992 como en esta última revisión que había piezas que no encajaban. Primero, la propia Marsha y Wicker habían advertido a sus compañeros de que estaban amenazados por la mafia, que por entonces controlaba los clubes gais. Esta pista no se investigó. Además, algunos testigos que estaban presentes en el muelle cuando su cadáver fue encontrado señalaron que mostraba signos de violencia. Sus amigos insistieron en que, aunque su salud mental había pasado por altibajos a lo largo de su vida, Johnson se encontraba en buena forma antes de su muerte y hacía planes como siempre. De hecho, la noche en que desapareció había quedado con una amiga, que recuerda haber sido advertida de que una pandilla de chicos desconocidos andaba dando vueltas por el Village aquella noche. "Llegué a oír que Johnson se subió a su coche", asegura en el documental. 

Bailar es luchar

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Sin la colaboración de la policía, y ante la falta de pruebas recogidas por los agentes en el momento de la muerte, el documental es incapaz de llegar a ninguna conclusión definitiva sobre las circunstancias que rodearon el final de la activista. Pero sí ilumina algunas zonas de sombra que explican, entonces como ahora, la violencia contra las personas trans. Es particularmente chocante el metraje rodado durante el Orgullo de 1973, apenas cuatro años después de las revueltas de las que Johnson y Rivera, que la consideraba una madre, habían formado parte. Cuando esta última intentó subir al escenario para dar el discurso que le habían prometido, los organizadores se lo impidieron.

Tras varios minutos de enfrentamiento, al fin consigue que le cedan el micrófono. Y el público, el público de gais, lesbianas y bisexuales, la abuchea. "Me decís que me vaya con el rabo entre las piernas", contesta Rivera, "¡No voy a aguantar esta mierda! Me han pegado. Me han partido la nariz. Me han encerrado en la cárcel. He perdido mi empleo. He perdido mi apartamento por la liberación gay. ¿Y me tratáis así? Pero, ¡qué cojones os pasa!". El rechazo no venían solo desde fuera del movimiento, y David France insinúa que si se hubiera combatido la discriminación interna tanto Johnson como la comunidad trans habría estado, y estaría, más protegida. 

En 1992, la Anti-Violence Project (AVP), para el que trabaja Cruz, registró 1.300 ataques a personas trans y homosexuales, entre un 12% y un 18% de las cuales fueron perpetradas por policías de paisano o de uniforme. En los primeros ocho meses de 2017, ha contabilizado 36 muertes violentas de personas trans en Estados Unidos. En el informe policial de Johnson —que aparece bajo el nombre de Malcolm Michaels, con el que fue bautizada— se sigue leyendo: "Causa de la muerte: ahogamiento. Cómo se produjo la lesión: suicidio". La sombra que planea sobre la muerte de Marsha se extiende hasta el presente. 

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