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El mochilero Unamuno

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Un Miguel de Unamuno de 25 años suda en Marsella bajo el calor de julio. "Un pueblo que hormiguea, mucho calor, tiendas como de baratillo, carruajes con toldo, cafés en la acera, turcos, argelinos y algunos toreros", escribe en su cuaderno con una caligrafía suelta y estilizada. Esa libreta roja y su gemela azul le acompañaron por Barcelona, Marsella, Florencia, Roma, Nápoles, Pompeya, Milán, Lucerna, Ginebra, París, Cestona y Alzola entre el 28 de junio y el 15 de agosto de 1889. Aunque se conocía la existencia de estos cuadernos, porque el autor de San Manuel Bueno, mártir hacía referencia a ellos en otros escritos, jamás habían visto la luz. Ahora la editorial Oportet los recupera en edición de Pollux Hernúñez, especialista en el autor vasco, bajo el título de Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza

"Para hacer un viaje de 59 días en 1889 hay que tener dinero y un programa", indica este doctor en Filología Clásica por la Sorbona en la presentación del volumen. Lo primero lo ponía el tío Claudio, que aceptaría pasearle por los Uffizi florentinos y por la Exposición Universal de París —Unamuno trataba, sin éxito, de sacarse unas oposiciones, cosa que le arranca el mal humor aquí y allá a lo largo del viaje—. Lo segundo, las innumerables lecturas de un joven precoz que publicaba en prensa desde los 15 años y que hace gala en las 365 páginas de una memoria privilegiada. Hernúñez describe a este primer Unamuno como "contradictorio, visceral, emotivo, sabio en el sentido de que observa, asimila y reacciona". 

La historia de la recuperación de los cuadernos tiene su misterio. Sobre todo porque Hernúñez oculta la identidad del dueño de los documentos por petición expresa de este, que asegura haberlos comprado junto a otros papeles "en el mercado extranjero". El misterioso propietario se acercó a Hernúñez después de que este llevara adelante una edición de Niebla en 2017, y le habló del cuaderno sin darle más detalles. Él ha trabajado con fotocopias de los originales, contrastando con estos en caso de duda. El profesor apunta que cuando se elabora el inventario de la casa de Unamuno en Salamanca, en 1967, estos papeles ya no se encontraban allí. "Cómo salió, cuando salió... No lo sé, aunque espero que se pueda saber en los próximos años", comenta.

El autor de la edición señala que la súbita aparición de los cuadernos tiene que ver con que se cumplan los 80 años de la muerte del autor, lo que libera la propiedad intelectual de su obralibera en España según la normativa de 1987. Los herederos de Unamuno no tienen ya derechos económicos sobre las piezas del intelectual, pero tampoco derecho moral sobre su publicación que les ha permitido hasta ahora acompañar o impedir las ediciones de la obra. Esto hace posible también la próxima aparición de gran parte de sus cartas. Pablo de Unamuno, uno de sus sucesores más implicados en el legado del escritor, tiene conocimiento de la edición e iba a participar en ella con un prólogo que hablaba, justamente, de propiedad intelectual, pero los responsables de Oportet consideraron que el texto parecía más bien un "panfleto" en defensa de los derechos de autor y decidieron excluirlo. 

Hernúñez no duda en describir los cuadernos como el "primer libro" de Unamuno, por mucho que él mismo no fuera consciente de estar dejando una obra con coherencia formal y estilística. Este joven viajero es también un Unamuno libre que da rienda suelta a su anticlericalismo, insinúa sus ideas socialistas —y su odio por los socialistas— y se permite echar pestes —de París, del tren, del Vaticano— y usar tacos —con cierta preferencia por los derivados de "puta"—. Ha sido esta, según el también traductor y experto en teatro, otra de las razones por las que la obra no ha visto antes la luz: la censura tendría que haber hecho de las suyas. Ante San Pedro, que describe como "una cosa muy grande, grande, grande, grande", reflexiona: "Efectivamente, esto es piedra y mucha piedra, y piedra muy preciosa. ¡Cuántas indulgencias habrá costado!".

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Se ve también en las dos libretas compradas en Barcelona a un hombre bromista, "un señor divertidísimo" en palabras del responsable de la edición. Un humor que proviene de su mala baba, que desborda por mareas las páginas del cuaderno según el humor, la calidad del sueño y el gusto por las ciudades visitadas de quien escribe. En Marsella: "Por todas partes Défense d'afficher [Prohibido pegar carteles] y affiches [carteles] debajo en algunos. Está lleno Marsella de lieux d'aisance [retretes públicos]; se debe padecer diarrea". "En Tolón tomamos una sopa que no era sopa". Sobre la Exposición de París y su odiada torre Eiffel, "apoteosis" del hierro: "Esto es la explosión de todas las miserias, todas las ridiculeces, todas las monstruosidades humanas; aquí se pierde la cabeza, se llena la vista, se aturde la fantasía, se deja el dinero y no se saca nada, nada más que la impresión triste de un inmenso vacío". Para colmo: "[La entrada] cuesta oficialmente un franco, pero anda con un 60% de pérdida; solo los tontos pagan el franco entero". 

Detrás del Unamuno que se cansa del Louvre y pasa a todo correr por los Uffizi —hay en su relato de viaje un aire que resultará familiar a los turistas de 2017— hay también y sobre todo un observador sagaz. "Todo parisién nace amasado con las miserias espléndidas de su pueblo, las respira, las vive, las reproduce y muere con ellas", escribe. Y de su amada Florencia: "Estas casas cuadradas, estos edificios serenos, amurallados, este color me encanta. Después del lujo de sol, de mármoles y colores de Roma y Nápoles, hallo calma en este pueblo del bronce, del marfil, de los suspiros dantescos, de las maquinaciones maquiavélicas". También un Unamuno enamorado de Concha Lizárraga, su futura mujer, de quien va persiguiendo cartas de ciudad en ciudad. "El sentimiento para él forma parte del pensamiento", señala Hernúñez. Es fácil verlo en el escritor que se maravilla ante el Duomo y desprecia las ruinas de Herculano y la hipócrita politesse francesa. No dejaría nunca de ser este viajero entusiasmado y cascarrabias. 

 

Un Miguel de Unamuno de 25 años suda en Marsella bajo el calor de julio. "Un pueblo que hormiguea, mucho calor, tiendas como de baratillo, carruajes con toldo, cafés en la acera, turcos, argelinos y algunos toreros", escribe en su cuaderno con una caligrafía suelta y estilizada. Esa libreta roja y su gemela azul le acompañaron por Barcelona, Marsella, Florencia, Roma, Nápoles, Pompeya, Milán, Lucerna, Ginebra, París, Cestona y Alzola entre el 28 de junio y el 15 de agosto de 1889. Aunque se conocía la existencia de estos cuadernos, porque el autor de San Manuel Bueno, mártir hacía referencia a ellos en otros escritos, jamás habían visto la luz. Ahora la editorial Oportet los recupera en edición de Pollux Hernúñez, especialista en el autor vasco, bajo el título de Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza

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